"Un hombre de estatura elevada, barbudo y sucio, tapado
con un abrigo de mendigo, está acurrucado en una esquina del único banco de
madera del andén. Lleva todo el día mirando de reojo pasar vagones Miño abajo.
Cae la noche de abril sobre la estación de ferrocarril de Ribadavia. La voz
sale desde el quiosco, famoso por las rosquillas, dulces de almendra y licor de
café, que regentan las hermanas Touza: «Mira ese hombre, lleva todo el día ahí
sentado sin coger un tren...». Año 1.941. Europa se desangra en la II Guerra
Mundial. Los judíos que pueden huyen hasta el mismísimo fin del mundo para
escapar de las llamas del Holocausto. Lola, una de las hermanas de la cantina,
no duda en acercarse al forastero. Le habla en español. Él responde, con sus
tristes ojos azules, en lenguas que ella no comprende. ¿Compasión, instinto? La
gallega nunca explicó por qué dio cobijo en su casa a aquel desarrapado. Pero
lo hizo."
Aquí comienza esta historia de tres hermanas que salvaron la
vida a más de 500 judíos.
Las tres hermanas nunca comentaron aquella operación tan
arriesgada a nadie que no fuesen ellas y quienes formaban la red que habían
tejido para evitar la muerte de judíos.
El nombre de aquel flaco judío-alemán de los ojos azules,
llegado de Lyon, de donde se había escapado del campo de concentración con un
asturiano al que las balas nazis mataron tras la huida, fue uno de los muchos
que Lola y sus valientes cómplices se llevaron a la tumba, pero
no han sido sus familiares quienes han descubierto el
juramento de silencio que las Touza se hicieron en vida, si no un viejo judío
neoyorquino que por 1.964 quiso saber qué había sido de aquella mujer que le
llevó una noche sin luna a la libertad, al otro lado de la frontera. Se llamaba
Isaac Retzmann y, como tantos otros salvados por la cantinera ribadaviense,
pudo alcanzar América en 1.943. Retzmann había conocido a un emigrante gallego
en la Gran Manzana, Amancio Vázquez, y, sabiendo que éste volvía a su país
natal de vacaciones, le pidió encarecidamente que preguntara por las hermanas
Touza. Tenía 70 años y una delicada salud que le hacía presagiar una muerte
anticipada. El encargo terminó llegando a un librero de Vigo, Antón Patiño
Regueira, y con él empezó a alumbrarse esta historia oculta que Crónica del
periódico El Mundo desveló en exclusiva en un artículo de Paco Rego (Antón dejó
escrito antes de morir, en 2005, el esbozo de la verdad de estos héroes de
Ribadavia). Antón se interesó por la historia y se reunió con ellas; poco antes
de su muerte, en el año 2005, y dio a conocer los hechos en su libro Memoria de
ferro.
Durante la Segunda Guerra Mundial, miles de judíos escaparon
del terror nazi a través de España. Haim Avni, profesor de la Universidad
Hebrea de Jerusalen y el historiador Bernd Rother coinciden en que a Franco le
resultaba indiferente el tránsito de judíos a través de España, aunque se cuidó
mucho de impedir el asentamiento no permitiendo que entrara ningún nuevo
contingente de refugiados, hasta que el anterior hubiera abandonado el
territorio español. Coinciden también en que los españoles veían a los judíos
como extranjeros. El drama de la persecución nazi no estaba presente entre
ellos, y agregan que la ayuda de los españoles a las víctimas se basó en
la solidaridad.
De Lola Touza, la más bella de las hermanas, se sabía que su
imagen había ilustrado una estampa que circuló por el frente de guerra del 36
para animar a las tropas, que los niños de Ribadavia aprovechaban los recreos
del colegio para ir a su quiosco a probar deliciosos dulces caseros, y que era
una madre soltera más, de las muchas de la época. Lo que nadie sospechaba era
que la popular mujer de la cantina valía mucho más por lo que callaba.
Las hermanas Touza, Lola,
Amparo y Julia, vivían en un peculiar casino, en el que se jugaba a las cartas,
y había un salón de baile, lugar también en el que las hermanas, en los duros
años de la posguerra daban de comer y ofrecían ropa a gente que se veía
obligada a emigrar en busca de trabajo. Regentaban además un kiosko, la cantina
de la estación de tren de Rivadavía, con lo que estaban al tanto de la
clandestinidad acaecida tras la guerra, siendo un zulo de la cantina el
escondite que utilizaban algunos vecinos para guardar el Cafe Sical que
conseguían de contrabando.
Su casa estaba separada tan solo unos metros de las ventanas
del Ayuntamiento de la Villa donde se encerraban al principio a los presos
durante la guerra civil. Ellas llevaban comida a los presos encarcelados, y
desde la cantina de la estación, ayudaban tanto a los presos que eran
transportados en convoyes a las cárceles de Vigo como a los soldados que se
apretaban en vagones de camino al frente (muchos casi niños). Fueron
encarceladas durante la guerra civil por socorrer a presos.
Con aquel hombre del
andén, las hermanas Touza empezaron a tejer una red de fuga (dicen que la más
importante de la península). Esta red se iniciaba en Gerona, en la frontera con
Francia, y en un primer tramo llegaba hasta Medina del Campo, y desde allí
continuaba hasta Monforte y Rivadavia, donde solían llegar los judíos
perseguidos al anochecer (Judíos y otros perseguidos llegaban a Ribadavia
marcados y contactados desde Monforte. Los enlaces los conducían hasta ellas en
su cantina de la estación y corrían con los gastos de coches y guías que
esperaban al otro lado de la frontera). En la fase final, eran llevados a la
frontera portuguesa, y desde el País vecino embarcaban rumbo a América o
puertos del norte de África. El Cantábrico era más peligroso por estar más
controlado por los alemanes. Para esta labor, se rodearon de
colaboradores fieles hasta la muerte, José Rocha Freijedo y Javier Minguez
Fernandez (El Calavera), ambos taxistas, Ricardo Pérez Parada (El Evangelista),
un tonelero que había aprendido inglés y polaco siendo emigrante en Nueva York
y hacía de traductor, y el barquero Ramón Estévez. Según la ruta que eligiera
Lola (tenia 3: por senderos, por carreteras de tercera y cruzando el Miño),
actuaban sus cómplices, héroes anónimos también.
Con los bailes organizados en el casino, no solo sacaban un
dinero extra para capear las penurias de la posguerra, si no que hacían caja
para su causa clandestina. Ramón Estevez Arango dice de Lola que "a su
lado nadie pasaba hambre. Vendía cualquier cosa con tal de ayudar a un solo
judío, porque era una persona extremadamente generosa."
Con el dinero conseguido, pagaban algunos favores, y el
resto se lo daban a los judíos escapados.
Todo empezaba con la
llegada de un convoy señalado a la estación de Ribadavia. Lola esperaba con su
cesta llena de rosquillas, caramelos y dulces de almendra en las manos. A veces
los ofrecía por las ventanillas desde el andén, y otras veces se subía al tren
y recorría los vagones con su mercancía. Entonces se encontraba siempre con
alguien que le anunciaba la llegada inminente (día, hora y vagón) de una nueva
tanda de judíos.
Los días de llegada, Lola era la primera en abandonar el
quiosco, y auxiliaba a los judíos que llegaban. Los escondía en su casa y les
daba alojamiento y manutención con la complicidad de sus hermanas. El mensaje
de que unos judíos estaban a punto de llegar corría a los oídos del Calavera, y
en el silencio de la noche elegida se consumaba la fuga a bordo de su taxi, un
Dodge negro americano.
Ninguna de las tres hermanas se casó. Lola era madre
soltera, y su hijo murió sin saber las hazañas de su madre. En los años 50,
Lola, Amparo y Julia dejaron la actividad del casino y se dedicaron a atender
solo la cantina de la estación. Lola murió en 1.966 de un ataque al corazón en
la cantina, como apunta su nieto "con las botas puestas".
La revista sefardita Aki Yerushalayim , de cultura judeo
española, en su número 83, correspondiente a abril de 2008, dedicó en Israel
unas paginas a las tres mujeres de Ribadavia. Es un texto de Lolin Lira Pousa
poniendo en conocimiento del mundo semita la hazaña de Lola, Amparo y Julia
Touza Domínguez. El 7 de septiembre de 2.008 recibieron en su Ribadavia natal
un emotivo homenaje póstumo en reconocimiento a su labor de ayuda desinteresada
a judíos perseguidos por el nazismo durante la II Guerra Mundial. En una colina
de Jerusalén hay un árbol plantado en honor de Lola, Amparo y Julia Touza
Domínguez, as de Ribadavia, plantado por El Centro Peres por la paz. El Centro
de Estudios Medievales de Ribadavia ha solicitado a Israel la declaración de
Justas de las Naciones para las hermanas.
He leído en varios sitio como a Lola la llaman "La
Schindler de Rivadavia". En toda la entrada ni lo he mencionado, porque a
tantos héroes se les califica como los "Schindler xx", que me parece
que solo él fue importante, y los demás fueron secundarios, y para mi, tanto las
hermanas Touza como tantos otros tienen su propio nombre, y lugar en la
historia como para no necesitar ser comparados con nadie.
El nombre en clave de Lola era: La madre. Las hermanas eran:
LAS MADRES.
¿Qué pasó con el hombre del andén, gracias al que empezó
esta historia?, aquel hombre barbudo y sucio de tristes ojos azules, se llamaba
Abraham. Una mañana de 1.941, Lola se acercó a Francisco Estévez mientras
descargaba un vagón de ladrillos, junto a su hijo y le preguntó: "¿cuándo
vais de pesca?, necesito que me hagáis un favor. Tengo aquí a una persona que
quiere pasar a Portugal, pero no quiere hacerlo en tren ni por carretera."
Lola había oído que dos agentes de la Gestapo merodeaban por los alrededores
del pueblo buscando un judío-alemán que había escapado. Esa misma madrugada, a
las 4, Francisco y Ramón Estévez acudieron a casa de Lola armados con sus cañas
de pescar. Le dieron una caña al hombre, y le dijeron que no hablara. Se fueron
directos a la orilla del Miño, y echaron a andar toda la noche.
Nadie podía sospechar
puesto que era normal que los pescadores salieran a esas horas en busca de un
sustento para matar el hambre, pero por si acaso, Francisco se quedó atrás
mientras su hijo y el extranjero aceleraban el paso. Horas más tarde, tras casi
40 kilómetros, llegaron a Frieira, aldea gallega que linda con Portugal. El
alemán le preguntó al chaval si le importaba que se quitara la ropa, y al
responder éste que no, la dobló y se la ató a la cabeza con el cinto del
pantalón. Le dijo a Ramón, "te recordaré toda la vida, amigo"
mientras le daba un duro de plata alfonsino, y se echó al agua, alcanzando poco
después la orilla portuguesa.
En el antebrazo llevaba tatuado el número 451, y dijo que se
llamaba Abraham Bendayem.
El servicio secreto británico contaba en Vigo con un espía
que seguía de cerca los pasos de los alemanes. El MI5 anunció que
desclasificaría pronto algunos papeles de la guerra, por lo que es posible que
en los documentos desclasificados aparezca "La Lista de Lola", para
conocer el número exacto de judíos a los que ayudó, y sus nombres.
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