nuevatribuna.es | 28 Octubre 2013 - 12:49
h.
Los
zombies están de moda. Marchas, festivales, series de TV... hasta los derechos
arrebatados se reivindican entre coreografías zombies. Pero la moda, como el
lenguaje, nunca es inocente. Las modas imperantes se validan por los
prescriptores de unos referentes morales y éticos simultáneos
a cada momento histórico. La instintiva muchedumbre no sólo resulta
abominable, es individualista, carece de legitimidad, no persigue la consecución
de logros colectivos o causa alguna. Son naturalmente malos frente
a una minoría capaz de cambiar su destino. En el Apocalipsis zombie
no hay perspectiva ni esperanza. Sólo existe el hoy, basta con sobrevivir
hasta el día siguiente y los únicos valores a preservar son patrimonio de
la minoría elitista. Los zombies dejan de ser muertos vivientes,
para convertirse en vivos moribundos que es justo eliminar.
El
capitalismo supo instaurar sus reglas con aparente cara amable. Su coartada es
el engaño, la declinación de la razón por una propaganda pacífica, absoluta,
inmanente, inevitable, excluyente de todo antagónico.
Es muy consciente de la condición sumisa y creyente de sus víctimas,
de su deseducación. El hombre sencillo no es capaz de advertir la deformación
de su conciencia, la silenciada lucha, la eterna guerra en la sombra. Todo
el error y la mentira de la lucha de clases consiste en eludirla en primer
término, en silenciarla, en instaurar una versión de la realidad como si
aquella no existiera.
Ganada
esta partida, el nuevo fundamentalismo se muestra sin complejos. Insolente,
deshumanizado, ya no precisa disfraz. Arroja a la sociedad a la calle
alimentándola con promesas y dilaciones. Los pueblos ven cómo
se laminan sus derechos, cómo se apropian de sus activos, cómo sus
minorías siguen embolsándose ganancias fabulosas y no dejan de
engañarles. Es éste un caprichoso juego por el reparto del botín, de los
beneficios que proporciona la dominación mundial, por los ventajosos mercados
del capital financiero y bancario, por el patrimonio de los pueblos, por su
estrangulamiento. Con la revolución aristocrática global no sólo
desaparece lo Público. Tampoco hay ciencia, materialismo histórico, bien
común o principio de contradicción. Supervivencia y capillas personales
constituyen el Estado devorado, la putrefacción de la sociedad.
Fuente:
http://www.nuevatribuna.es/
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