martes, 29 de octubre de 2013

"CARTAS A LOS AMIGOS Y AMIGAS DE ESPAÑA"

Las "Cartas a los amigos y amigas de España", están escritas por Jordi Borja, uno los intelectuales y escritores más relevantes de la izquierda catalana y española.
nuevatribuna.es | Ensayo | Jordi Borja | 28 Octubre 2013 - 18:22 h.
Su larga trayectoria política como fundador de Bandera Roja y miembro de la dirección del PSUC, ha sabido compatibilizarla con su incesante compromiso con la investigación académica, el debate intelectual y la publicación de numerosos libros. Actualmente es miembro del consejo asesor de Sin Permiso, presidente del Observatorio de los Derechos Sociales y profesor  de la UOC. Las Cartas, que publicamos en nuevatribuna.es son una contribución de Borja al necesario y complejo debate sobre Catalunya y su encaje en el estado español que polariza la situación política. El título de la carta indica claramente su objetivo que no es otro que el de explicar a sus amigos de la izquierda española -que somos numerosos- cuáles son las razones de fondo. Se trata de unas Cartas de gran profundidad política escritas con pasión, pero con la convicción de que sólo el conocimiento, el debate y el respeto mutuo en la izquierda española permitirán acometer los graves problemas que afectan a toda la sociedad española y catalana de nuestro tiempo.

La  triste agonía de una idea de España. Primera parte.      
Nota previa | El artículo se componte de los partes. El hilo conductor del conjunto del texto es  la vieja idea de una  España esencialista y su supuesta e “indisoluble unidad” que sigue vigente en la cultura política española y que hace prácticamente imposible un diálogo racional con Catalunya. Las izquierdas políticas catalanas y españolas han quedado desubicadas ante el auge de dos nacionalismos contrapuestos. Sin embargo o bien las izquierdas, que siempre han sido las fuerzas que han promovido las conquistas democráticas se reditúan o bien las derechas nos llevarán a una catástrofe. La primera parte expone los comportamientos de los distintos actores  y sus inevitables desencuentros. La segunda parte analiza los principales conceptos que son a la vez fuente de confusión y de confrontación. Aunque el autor no disimula sus opciones su pretensión es contribuir a clarificar los términos de la discusión y a proponer escenarios de encuentros. 
1. Una vieja mala idea de España
“De todas las historias de la Historia la más triste es la de España, porque termina mal” nos recuerda Jaime  Gil de Biedma, tan actual hoy como hace más de medio siglo cuando escribió Moralidades. Como el presente es ya historia dan ganas de citar la sentencia de Marx sobre la repetición histórica, lo que fue tragedia en los años 30 ahora es una farsa. Pero para muchos este presente no es una broma, el presente les agobia, su vida se ha precarizado en todas sus dimensiones, el futuro se lo niegan. El Estado es una farsa, la sociedad es una víctima. El “caso catalán” es un síntoma revelador. No hay un “problema catalán”, hay ante todo un problema español. Un problema más propio del Estado, el Reino de España y de sus aparatos,  que de la sociedad española.
La reacción del gobierno español, de las cúpulas de los partidos estatales (PSOE incluido), de la gran mayoría de los medios de comunicación españoles de fuera de Catalunya  nos hace retroceder a una idea de España cutre, metafísica, intolerante. Nos referimos en este artículo a la relación de esta España con   Catalunya pero la regresión democrática también se expresa en otros campos: la educación, las relaciones con la Iglesia, la ideología de convertir todo en mercancía, etc. La España mala de Machado[1]: “la España de charanga y pandereta… especialista en el vicio al alcance de la mano… esa España que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste…esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza…hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza… españolito  que vienes al mundo te guarde Dios, una de la dos Españas ha de helarte el corazón”.  Es la España oficial de hoy, la que embiste, la  del gobierno del Estado y de los portavoces del PP., la  de la caverna y la brunete mediática, la de la conferencia episcopal, la faes, las cúpulas de gran parte de los aparatos del Estado, especialmente de la Judicatura, la de una monarquía decadente, e incluso de  políticos o  intelectuales cultivados que confunden la democracia con un sistema institucional que se forjó mediante un  proceso democratizador pero condicionado por los aparatos del pasado  y limitado por la debilidad de los nuevos actores políticos y que luego hizo marcha atrás. Y ya sabemos que cuando se hacen estos procesos a medias se cavan las propias tumbas... Esta España es hoy la más visible, la que expresa una regresión democrática que nos conduce a otros tiempos, anteriores a la democracia. Y por lo tanto a una explosión social.
Mientras tanto hay la otra España bosteza políticamente, la de Rajoy (que deja a sus colegas que embistan), las cúpulas del PSOE, los grupos económicos que viven a costa  o con el apoyo del Estado, la parte de la sociedad que solo se socializa por medio de los peores programas de la televisión. La España  que desprecia cuanto ignora, la que desprecia la cultura, la que odia la diferencia, la del vaya yo caliente y ríase la gente. La que vota indistintamente al PSOE o al PP pero que no ha asumido una mínima cultura política democrática, en unos caso interesadamente (los que se benefician de esta pseudodemocracia) y  en otros por no haber podido educarse debido al carácter oligárquico de las instituciones del Estado y el divorcio entre los aparatos partidarios y la ciudadanía. Sí que hay que reconocer que los poderes locales en parte y los partidos y movimientos nacionalistas periféricos y las organizaciones de izquierda han promovido una socialización política democrática. 
Somos conscientes que existe otra España, democrática y tolerante, pero que se expresa poco en el escenario político. Hay una izquierda que va más allá de las instituciones, algunas organizaciones políticas, movimientos sociales y  sindicatos de clase, “indignados” y ongs, colectivos alternativos, etc. Hay un mundo cultural vivo y  una intelectualidad que nada tiene que ver con “esa España inferior que ora y embiste”, que ni bosteza ni desprecia. Es menos visible, menos “institucionalizada” pero más moderna y progresista que la España institucional. Se expresa principalmente en las redes virtuales, también en la calle y se moviliza por sus demandas específicas en unos casos o por su justificada indignación general en otros. Pero en situaciones que no le afectan directamente mira para otro lado. O bien no entiende cuando se trata de situaciones que no corresponden a los parámetros básicos del pensamiento progresista. En estos casos actúan los prejuicios y los dogmas y también la presión de los medios y de los aparatos políticos dominantes. Es lo que ocurre ante la confrontación Catalunya-Estado español. Unos por acción, otros por omisión, la mayoría niega o considera exagerado la realidad del problema y se escandaliza cuando aparecen síntomas graves de desafección entre la ciudadanía catalana y el escenario político español como ocurre cuando se trata de promover un referéndum o una consulta no vinculantes para saber si el pueblo catalán quiere o no mantener su actual status dentro del Estado español. Se ha naturalizado denunciar la amenaza separatista en nombre de una idea  metafísica de España mucho más cercana a la “unidad de destino en lo universal” (José Antonio) que a la realidad plurinacional que incluso recoge la Constitución (puesto que para catalanes y vascos definirles como nacionalidad se identifica como nación). 
En resumen la idea dominante y anacrónica de España solo puede producir sentimientos “separatistas”  en pueblos como el catalán que no participan de esta idea, que tienen una personalidad específica y que se sienten no reconocidos y mal aceptados por su diferencia.
El caso del sector cultural e intelectual español es interesante, pues en él se pueden percibir los matices y la vocación dialogante y también la dificultad de entenderse, incluso de escucharse.  Simplificando podemos establecer tres tipos de actitudes entre los miembros de este sector a la hora de opinar sobre el caso catalán: los intransigentes que incluso defienden el uso de todos los medios para evitar que avance el proceso catalán, los que lamentan el “error” de los catalanes al pretender decidir su futuro y los que desean una solución compartida, pactada, siempre que no sea la independencia. Posiciones favorables o comprensivas ante la reivindicación de la independencia son muy escasas en la escena pública. En Catalunya pueden expresar posiciones más o menos  simétricas a las del resto de España: el independentismo radical que era minoritario y  ha crecido en gran parte debido a las posturas intransigentes españolistas, los que desearían una negociación pactada entre Catalunya y España y los que se conformarían con un pacto fiscal, alguna participación en las relaciones internacionales y mayor autonomía en cuestiones de lengua y de cultura. . Hay una tendencia por ambas partes a generalizar las posiciones más intransigentes de la otra parte como si fueran propias de todos. Ahora dominan las actitudes más radicales de las dos partes, pero unos lo hacen bien situados dentro del sistema político del Estado español y otros están fuera o próximos únicamente a poderes políticos muy limitados y reivindican un derecho propio de cualquier democracia que es manifestar cual es el futuro político al que aspiran.
El sector cultural e intelectual español que ha tomado posiciones políticas en los medios de comunicación ha sido  numeroso y aparentemente heterogéneo, pero bastante coincidente en sus acciones y omisiones. Con más o menos contundencia la gran mayoría son contrarios a la consulta y obviamente mucho más a la independencia.  Y los que expresan posturas comprensivas, admiten hasta cierto punto una consulta y consideran que hay que dialogar no son muy creíbles en Catalunya. Sus omisiones han sido en el pasado reciente clamorosas. Es suficiente citar un caso: la sentencia del Tribunal Constitucional que demolió un Estatuto ya  cepillado y aprobado por las Cortes. ¿Cuantos opinadores habituales, expertos en política o en cultura, intelectuales orgánicos o inorgánicos, independientes o próximos a los partidos e instituciones, cuantos de ello se manifestaron en contra de una sentencia que fue una provocación tan aberrante como absurda? ¿Cuantos denunciaron que media docena de “juristas” vinculados al PP u oportunistas gremiales aprobaran una sentencia política,  teleguiada por la FAES incluso en contra de la posición de una minoría cualificada, lo cual demuestra el carácter “interpretativo”, por lo tanto por lo menos muy discutible, de una sentencia que incendió la opinión pública catalana? ¿Cuántos expresaron vergüenza e indignación ante la imagen de tres malhechores del Tribunal Constitucional (dos apoyados por el PP y uno por el PSOE) fotografiados puro en ristre en la plaza de toros de la Maestranza celebrando su fechoría el mismo día que se daba a conocer su sentencia? ¿Cuántos reaccionaron ante el lamentable artículo de Carmen Chacón y Felipe González en El País en el que pretendieron legitimar la sentencia que indignó a la gran mayoría de la ciudadanía catalana?
Ante el futuro inmediato téngase en cuenta el resentimiento y la desconfianza que se ha generado en Catalunya no solo contra el PP y el PSOE, también contra los que miraban para otro lado ante los agravios ante las agresiones a la lengua y a la educación, las inversiones comprometidas y no realizadas, el déficit fiscal, el abuso de la legislación orgánica para vaciar las competencias de la Generalitat, las campañas orquestadas y las declaraciones de políticos en contra de  Catalunya, etc. ¿No se daban cuenta que la sociedad iba a explotar y que el sistema de partidos políticos en Catalunya no es igual al que existe en el resto del Estado español (excepto Euskadi). La suma del movimiento popular en la calle y de una mayoría de partidos en las instituciones solo necesitaba una chispa para encenderse. Y entre el Tribunal Constitucional, la crisis económica, la corrupción y degeneración del régimen político, los desplantes y amenazas del gobierno del PP y la hostilidad  más o menos activa y el escaso apoyo o comprensión de las opiniones públicas españolas, todo ello han sido algo más que chispas, verdaderas bombas que han provocado una rebelión popular. Y si no se cambia de rumbo en España el conflicto irá a más. Quién avisa no es traidor.
2. España vista desde Catalunya
La posición más intransigente y más próxima a la que expresa el actual poder político español es de carácter doctrinario, que pone el acento en lo jurídico o en el ideológico-histórico, aunque en gran parte se solapan. Es la España que embiste. Esta posición no solo la han expresado gran parte de la “clase política” españolista también la mayoría de los intelectuales-opinadores en tertulias y artículos. Es una posición que no conduce a nada positivo.  Se invoca el Estado de Derecho, la Constitución y la legislación vigente. Y se exalta la historia de España,  Viriato y Don Pelayo, los Reyes Católicos, el “descubrimiento” de América, la guerra de la Independencia, la lengua castellana (en detrimento de las otras lenguas que se hablan en España) hasta la Transición. Se obvia pero no se denuncia la parte negra, tan extensa, de la historia de España, la que siempre termina mal. Lo cual provoca algunas respuestas equivalentes de sentido contrario que tampoco facilitan el diálogo. La Constitución, elaborada en un contexto en el que pesaban muy fuerte las fuerzas del antiguo régimen, fue un producto ambiguo que abría un proceso democratizador pero no lo cerraba. En el caso del actual contencioso sobre la consulta  el gobierno puede delegar sus competencias respecto a una institución autonómica y la historia de Catalunya debería ser considerada tan legitimadora como la española para ejercer su derecho a la autodeterminación como derecho propio de un marco democrático. No se puede resolver, o negarse a resolver,  un problema político que pone en cuestión la organización de un Estado mediante argumentos jurídicos formalistas ni referencias históricas discutibles.
Hay una posición más comprensiva, o por lo menos lo parece, la que lamenta la desafección catalana, que asume que si se ha llegado a la situación actual es porque se han cometido errores e incomprensiones de ambas partes y hay que establecer puentes de diálogo. Pero con frecuencia este discurso suena paternalista, se parte de una visión de España como una nación eterna y Catalunya como una falsa víctima. En bastantes casos me recuerda la España que bosteza, un poco vaga y cobarde. Proponen diálogo pero no se pronuncian sobre el derecho de consulta a los ciudadanos, dicen que hay que escuchar a los catalanes pero dan por supuesto que las soluciones se toman en la capital del Estado. Denuncian el esencialismo presente en el catalanismo pero no se refieren al que se expresa cada día en el “españolismo”. Parten del principio que no se discute que España es una y basta, aunque podría ser un poco más federal. Por cierto que los federalistas españoles y catalanes han sido superados por la señora Aguirre que reconoce que Cataluña y Euzkadi requieren un status especial que va más allá del federalismo tibio y más que dudoso del señor Rubalcaba. Esta posición se expresaba en gran parte del manifiesto de intelectuales españoles de finales del año pasado que declaraba su amor a los catalanes pero les reñía cordialmente por su empecinamiento en la consulta y en la posible independencia y les advertía que si persistían en su error que solamente podría traerles males mayores. Con  matices diversas estas posiciones está muy extendida entre sectores democráticos de la intelectualidad, de la cultura y de la política españolas.
La tercera posición, más realista y más abierta, es la que reconoce la especificidad de Catalunya, el derecho a que los ciudadanos catalanes puedan ser consultados y que si una gran mayoría se muestra favorable a la independencia el Estado español deberá asumir un proceso pactado que garantice el mantenimiento de lazos entre unos y otros, en beneficio de todos. Probablemente es una posición minoritaria pero no tanto como parece. En la práctica hay una parte importante, quizás un tercio de la población española según algunas encuestas, que considera que si los catalanes insisten en ser independientes  pues “que se vayan”. Unos por cansancio o irritación ante esta voluntad secesionista y otros por considerar que es un derecho. En todo caso esta posición permite abrir una negociación que no necesariamente conduzca a la ruptura sino a la interdependencia, es decir a una nueva relación Catalunya-España. Pero  los que expresan estas posiciones ni ocupan posiciones de poder o de gran influencia. Y en muchos casos  no han asumido el carácter “plurinacional” de la España actual lo cual les lleva a proponer unos argumentos algo  dudosos como “España, la izquierda, el progreso del país, etc. os necesita, no podéis abandonarnos…” O “la separación de España perjudicaría gravemente a Catalunya y especialmente a los trabajadores, a los sectores más vulnerables… O “la derecha catalana os manipula, os utiliza carne de cañón y luego os traicionará, y si el actual proceso liderado por el nacionalismo catalán consigue la independencia tendréis décadas de gobiernos conservadores como ha ocurrido en otros pequeños estados con Irlanda o los bálticos”. Son frases literales de amigos míos de Madrid, bien  intencionadas, discutibles y  muy poco convincentes para los catalanes. ¿Parquet?
[1] Antonio Machado, Campos de Castilla (1917)-

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