28 octubre
2013
Antonio Antón
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Persiste
un intolerable desempleo. Según la EPA del tercer trimestre de 2013, 5,9
millones de personas continúan paradas. El Gobierno ha puesto el énfasis en la
disminución de 72.800 parados en el último trimestre. Junto con el dato del
incremento del 0,1% del PIB ha redoblado su campaña embellecedora de la salida
del túnel de la crisis y el cambio de tendencia, con el inicio de la recuperación
económica y del empleo. Nada más lejos de la realidad. Hay algunos indicadores
parciales menos negativos, pero los principales rasgos de la dinámica económica
nos indican que el estancamiento económico y, sobre todo, el alto volumen de
desempleo (una cuarta parte de las personas activas, la mitad en el caso de los
jóvenes) van a permanecer más de cinco años, al menos hasta el 2018, según el
propio FMI.
Las
graves consecuencias del paro masivo y prolongado
Veamos
el conjunto de datos con rigor, especialmente su impacto en las personas. Es
imprescindible para rebatir la pretensión gubernamental sobre la supuesta
eficacia de su estrategia de ajustes y austeridad para salir del túnel de la
crisis y, especialmente, para impedir el intento de legitimar su gestión
liberal-conservadora y justificar su proyecto de sociedad desigual y
mayoritariamente empobrecida y subordinada. En ese sentido, la dinámica
económica y política dominante no nos lleva hacia la luz, solo al
enriquecimiento de unos pocos (bien reflejado en el contento de banquero
Botín).
Para
la gran mayoría de la población el paro es el principal problema
socioeconómico. Es el prisma a través del cual enjuiciar la situación. No hay
recuperación significativa del empleo; en variación anual se sigue destruyendo.
Como se ha avanzado, en el último trimestre ha disminuido ligeramente el paro
(casi la mitad -33.300- han pasado a la ‘inactividad’) y ha aumentado un poco
el empleo (39.500 ocupados más), aunque se profundiza su precarización (146.300
contratos indefinidos menos y 169.500 temporales más).
Los
terceros trimestres, por motivos estacionales, son los más favorables para la
ocupación; para analizar las tendencias reales las comparaciones principales
han de ser, como mínimo, anuales. Si aumentamos la perspectiva, resulta que en
el último año se han producido 126.700 parados más, contando con que hay
370.400 activos menos (que ya no buscan empleo o han salido de España), y el
empleo ha bajado en casi medio millón (497.100 ocupados menos, casi todos asalariados).
La tasa de desempleo está en el 25,98% (casi un punto más que hace un año; la
tasa de actividad en el 59,59% (unas décimas inferior), y la tasa de empleo en
el 44,11% (también disminuye casi un punto). Además, 1,8 millones de hogares
tienen todos sus miembros activos en paro.
Desde
el comienzo de la crisis se han destruido 3,7 millones de empleos (de 20,5
millones hace seis años a los 16,8 actuales). Es decir, incluso valorando este
dato positivo de incremento trimestral de empleo, a ese ritmo la economía
española necesitaría veinticinco años (hasta 2038) para recuperar el mismo
nivel de ocupación que antes de la crisis. O, respecto del desempleo, para
llegar a tasas medias europeas del 10% (superiores a la de España en 2007) y
dejarlo por debajo de dos millones, a este ritmo, se necesitarían quince años
(hasta 2028). Esas mejorías son insignificantes y además se deben a factores
estacionales. La continuidad del alto volumen de paro, con el agravamiento de
sus consecuencias sociales, junto con la ineficacia de las políticas económicas
dominantes, es el aspecto principal. Esa dinámica es inaceptable.
Además,
cuatro millones de personas desempleadas (dos tercios del total, con datos EPA)
no tienen prestaciones por desempleo; disminuye la cobertura protectora pública
que solo alcanza a un tercio, desprotección que se agrava para parados de larga
duración (con más de dos años de paro la tasa de cobertura es inferior a la
cuarta parte). Así mismo, se agotan de los recursos personales y familiares,
materiales y relacionales, lo que está dejando en la vulnerabilidad y el riesgo
de pobreza y exclusión social a millones de personas, situación a la que ya
llegaba al 27% de la población en el año 2011 (según los últimos datos de
Eurostat-AROPE).
La
tasa de desempleo, según casi todas las previsiones, continuará superando la
cuarta parte de la población activa otro lustro más. El desempleo y la
inseguridad afecta especialmente a los jóvenes, cuya tasa de paro se mantiene
por encima de la mitad; sus procesos vitales están sometidos a un desempleo
desprotegido o a una inserción laboral bajo la precariedad y la subordinación,
sus cualificaciones y capacidades se desvalorizan y, particularmente, el futuro
de los pertenecientes a capas populares está lleno de incertidumbres, afectando
a sus propias identidades y proyectos de vida. Es una pérdida para toda la
sociedad.
Por
tanto, las consecuencias sociales del prolongado y enorme desempleo se agravan.
Se consolida el empobrecimiento y la desprotección para las personas desempleadas.
Se profundizan las brechas sociales, y se amplían la fractura social y la
desvertebración de la sociedad.
No
caben apaños estadísticos o administrativos (como dar de baja del registro de
paro por alguna deficiencia burocrática), ni deformación interpretativa de los
datos, ni presiones para generar una corriente de personas ‘desanimadas’ que
dejen de buscar empleo, rebajen la población activa y dejen de considerarse
desempleados. La resignación ante el paro masivo y la pobreza no es solución para
millones de familias. Toda la publicidad engañosa sobre el buen camino que
representan los actuales recortes sociales, como sacrificio necesario e
inevitable para las capas populares, con el pretexto de un futuro nebuloso de
creación de empleo, no puede esconder esa persistente y grave realidad social.
Y así lo sigue constatando la mayoría de la población, para contrariedad de la
derecha política y el poder económico y financiero que redoblan sus esfuerzos
para tergiversar las problemáticas tendencias reales. Intentan neutralizar el
justo descontento popular contra su política regresiva y conservar el apoyo de
sus propias bases sociales, una parte de la cual ya ha iniciado su desafección.
Por
otra parte, sigue bajando el poder adquisitivo de los salarios, se intensifica
la transferencia de rentas hacia los excedentes empresariales y se consolidan y
amplían los recortes sociales, tal como anuncia el proyecto de Presupuestos
Generales del Estado (ajustes de 17.000 millones para los dos próximos años).
Para completar el análisis podemos citar otras tres reformas regresivas: la
reforma laboral, con el nefasto impacto en los derechos sociolaborales de
trabajadores y trabajadoras; la Ley Wert, con las consecuencias de segmentación
escolar, debilitamiento de una escuela pública integradora y ampliación de la
desigualdad de oportunidades educativas, que ha recibido el masivo rechazo
ciudadano, y el nuevo plan de recorte de las pensiones, con mayor desprotección
y empobrecimiento de actuales y futuros pensionistas. El panorama
socioeconómico es sombrío para la mayoría de la sociedad. El camino que nos
ofrece el PP lo acentúa y prolonga, y es necesario apostar por un cambio
progresista de políticas y gobernantes.
Acabar
con la austeridad y los recortes sociales
La
perspectiva para los próximos cinco años, según incluso organismos
internacionales como el FMI, es de mantenimiento de un volumen similar de
desempleo. La actual política económica de austeridad, junto con el deficiente
aparato productivo, no favorecen que la economía española pueda ser capaz de
generar empleo de forma significativa y menos ‘decente’, ni garantizan el poder
adquisitivo de los salarios y la equidad en los derechos sociolaborales. Los
riesgos de la ampliación de una crisis social son importantes, pero parece que
hasta que no se hagan más evidentes y sus efectos más descontrolados, la
política dominante es seguir con la austeridad. Pero también afecta a la
desafección popular hacia la clase política gobernante, dinámica que precisa de
una orientación y alternativa progresista y de izquierdas, que ponga en riesgo
la hegemonía institucional de las derechas.
Es
verdad que algunos indicadores económicos son menos malos (exportaciones,
turismo…), pero son muy secundarios en relación con la dinámica económica
general y, especialmente, respecto de las condiciones socioeconómicas de la
mayoría de la sociedad. Están bien los mayores ingresos por turismo (sector
agotado y que ha gozado de algunas ventajas por la inestabilidad de otros
países), o la mejora del tradicional déficit comercial (aunque el sector
exportador solo tiene un pequeño impacto en la economía española). La mejora en
la estabilidad financiera y de los mercados de deuda (aunque pueden dar sustos
relevantes) y la ligera flexibilidad europea (y alemana) son también aspectos
favorables.
Con
el mismo dato anunciado a bombo y platillo del crecimiento trimestral del 0,1%
del PIB y comparado con el descenso de 7,5 puntos porcentuales desde el
comienzo de la crisis costaría 75 trimestres (hasta el año 2032) llegar al
nivel de producción de 2007. No podemos esperar.
Son
algunos elementos positivos pero parciales y frágiles. El Gobierno y el poder
económico los sobrevaloran para construir su interpretación sobre el comienzo
de una recuperación económica sostenida, así como la justificación de su
gestión de la austeridad y la validez de los recortes sociales, que serían
dolorosos pero inevitables y necesarios para salir de la crisis. Pretenden
crear una visión irreal y optimista que frene el descontento popular a su
gestión regresiva, neutralice su fuerte deslegitimación social y, sobre todo,
evite la conformación de una fuerte exigencia ciudadana de otra orientación
socioeconómica y la democratización del sistema político. Su estrategia
prioriza el incremento de las ganancias para el sector financiero, el
disciplinamiento y la pérdida de derechos sociales para la mayoría de la
sociedad y el reforzamiento de la hegemonía del poder político -liberal
conservador- y empresarial. En vez de las personas, la sociedad, su prioridad
son los beneficios privados de las grandes corporaciones; en vez de la
democracia y el interés general, su apuesta son los privilegios de los ricos y
poderosos.
Como
dicen muchos analistas, las variables económicas principales indican, para España
y el sur europeo, una prolongada fase de estancamiento o, en el menos malo de
los supuestos, de un leve crecimiento. Son el flojo nivel de consumo público y
privado, duradero por la fuerte pérdida de poder adquisitivo de la mayoría de
la población, la poca fluidez del crédito para empresas y familias, las
deficiencias y dependencias de nuestro sistema económico, el fuerte
endeudamiento, sobre todo privado y financiero, y la ausencia de una política
estatal y europea de inversión y expansión económica. Es una dinámica incapaz
de resolver los principales problemas de la economía española: expansión de
empleo decente, modernización del aparato productivo, reforma fiscal progresiva
con redistribución equitativa y consolidación del Estado de bienestar con mayor
igualdad social. Esa realidad se impone al intento de creación artificial de
‘confianza’ para que consumidores gasten más o haya más inversiones
productivas, o que los cuantiosos beneficios de las grandes fortunas y empresas
reviertan en la expansión económica y del empleo.
Es
falsa la idea de que hay un cambio relevante de tendencia económica y empezamos
a caminar hacia la salida del túnel. Y menos que la luz que nos anuncian sea la
solución. Pretenden hacer pasar por el conjunto de la realidad, lo que en el
mejor de los casos son mejorías muy limitadas. El aspecto principal de su
discurso es intentar legitimar su política de austeridad y sus ajustes y
recortes (el eufemismo de sus ‘reformas estructurales) que de forma machacona
la derecha intenta construir en la opinión pública. Ese supuesto camino apenas
puede esconder sus rasgos antisociales; solo pretende justificarlos como el mal
menor, con la venta de la ilusión de que es el único y eficaz medio para
alcanzar la ansiada luz. Pero, ¿cuál es la estructura social y económica y el
sistema político que nos ofrece la derecha en ese final del túnel?: Una
sociedad más desigual, empobrecida y desarraigada, eso sí con una minoría
oligárquica y de capas altas con mayores ventajas y privilegios; un aparato productivo
y económico más dependiente (el 40% del valor de las empresas en la Bolsa ya
está en manos del capital extranjero, aparte de las multinacionales foráneas),
y un sistema político con una democracia débil y la completa hegemonía
institucional de las derechas.
En definitiva, seguimos en el túnel, la política de
austeridad y recortes sociales profundiza los problemas socioeconómicos para la
mayoría de la sociedad, genera fuertes desigualdades y brechas sociales,
afectando a la cohesión social, y debilita la democracia al alejarse las élites
institucionales de la ciudadanía y no escuchar sus demandas. Es preciso otro
camino y otra opción: un giro social a la política socioeconómica, una amplia
participación ciudadana y un cambio político progresista.
Fuente: www.publico.es
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