domingo, 23 de febrero de 2014

LECCIÓN DE ECONOMÍA

Publicado en 2014/02/22
QuantcastArcadi Oliveres explica a escolares los rudimentos de una economía al servicio de las personas
Sólo unos pocos poseen la virtud de observar la realidad desde la distancia adecuada y la perspectiva justa. No sobrevolar los hechos sin tan siquiera rozarlos, pero tampoco perderse en una miríada de anécdotas que despisten del contenido esencial. Pude que este equilibrio en la mirada esté únicamente reservado a los viejos sabios. A personas como José Luis Sampedro, Julio Anguita o Arcadi Oliveres. Por eso sus palabras no son antojadizas ni se amoldan tramposamente al tipo de auditorio. Pueden dirigirse a sesudos especialistas o, como Arcadi Oliveres en el Centre Octubre de Valencia, a estudiantes de la ESO de 15 y 16 años, en una conferencia titulada “La economía al servicio de las personas”.
Hace más de 20 años que Arcadi Oliveres (profesor de Economía Aplicada) no imparte clases en Económicas. Se opone a verdades institucionalizadas y dogmas (él los considera “aberrantes”) como que el beneficio privado sea el único fin de las empresas o se considere el crecimiento como el principal cometido macroeconómico. Tampoco le gusta la jerga economicista, “casi igual que la de los médicos”. Un día en el aula se disponía a explicar determinados motivos “exógenos” y “endógenos” que subyacían a una crisis. Un alumno le preguntó por el significado de estos palabros. “Exteriores” e “interiores”, respondió. “¿Y por qué no lo dice así?”, le espetó el alumno. En ese momento entendió la necesidad de un giro lingüístico.
Cuenta a los alumnos adolescentes, en una charla organizada por el colegio Caferma, que cuando puso los pies por primera vez en la Facultad de Económicas (“allá en la prehistoria”) le enseñaron que la economía era la ciencia que estudiaba cómo administrar recursos escasos de la naturaleza, transformarlos, y obtener así bienes y servicios para satisfacer necesidades humanas. Eso es la economía, hablar de necesidades de las personas, y no sólo del PIB o de los beneficios de la bolsa. “Me temo que en el sistema actual, las necesidades humanas básicas no están cubiertas”, concluye el activista de Justícia i Pau.
Arcadi Oliveres trenza el discurso con ideas muy sencillas, fácilmente inteligibles por los escolares, a las que adjunta datos certeros y bien escogidos. Hace la pedagogía del viejo maestro. Empieza por las necesidades más elementales del ser humano: comer y beber. En el mundo viven actualmente 7.000 millones de personas, de las que aproximadamente el 20% (1.300 millones) padece hambre, según los datos de Naciones Unidas. De esta población famélica, unas 50.000 personas mueren cada día por inanición. “Pero son muertes silenciosas”. Lo peor es que no se trata de fallecimientos inevitables, ya que actualmente “sobran” alimentos en el mundo. El problema no reside, por tanto, en la producción sino en la distribución de alimentos.
Recientemente se ha publicado en Francia, recuerda Arcadi Oliveres, que el 30% de la producción agraria mundial se echa a perder. En junio de 2008, la FAO (organismo de Naciones Unidas dedicado a la agricultura y la alimentación) planteó posibles soluciones a este desaguisado. Para que el hambre desaparezca, es necesario -sobre todo en las economías agrarias- que la tierra se encuentre bien repartida. Un ejemplo elemental: en Andalucía existen latifundios improductivos, mientras que en Galicia son frecuentes los minifundios poco rentables. Eso en el estado español. Porque en Brasil, un gran propietario se traslada en avioneta para recorrer sus grandes plantaciones. “A este reparto de la tierra se le llama desde el siglo XIX Reforma Agraria”.
La segunda propuesta para resolver las necesidades humanas básicas es, asimismo, bien sencilla: Que los países con carencias produzcan aquello que necesitan. “Hace 500 años empezó el colonialismo; hubo zonas del planeta a las que se forzó a especializarse -por el clima y otros factores- en café, cacao, azúcar, te o piña tropical; pero esto lo producen realmente para nosotros; lo que necesitan para alimentarse ellos es arroz, trigo o maíz; es necesario, así pues, un cambio en el modelo de producción”, explica Arcadi Oliveres. “Del trigo se puede vivir, pero no del café (salvo en época de exámenes)”. En estos países empobrecidos hace falta, además, que se invierta dinero (regadíos, tractores, granjas, caminos rurales). Naciones Unidas hizo un cálculo de los recursos necesarios y pidió a los países ricos 50.000 millones de dólares (junio de 2008), con los que crear un fondo de emergencia para luchar contra el hambre. No se aceptó la propuesta.
Las cifras poco dicen en bruto, pero se hacen elocuentes en perspectiva comparada. En los cinco últimos años y medio de crisis (desde la quiebra de Lehman Brothers) los gobiernos se han gastado 4,6 billones de dólares en el rescate del sistema financiero. Una sencilla división puede tener, en este caso, el mismo efecto que un certero aldabonazo. Con el dinero invertido en el “saneamiento” de la banca podría eliminarse el hambre en el mundo 92 veces, comenta Arcadi Oliveres. Con el agua sucede algo muy parecido a lo que ocurre con los alimentos: un reparto radicalmente desigual. Explica el economista que en países como Canadá y Estados Unidos, próximos a los “Grandes Lagos”, se consumen una media de 550 litros de agua por persona y día (en el numerador se totaliza el consumo global del país, incluidos los sectores productivos).
En Europa, la media se sitúa en 350 litros de agua por persona y día. En un país seco como España, el promedio desciende a los 200 litros. ¿Y en el África Subsahariana? Ocho litros diarios por persona, y que no salen del grifo, sino que las poblaciones deben desplazarse a fuentes, riachuelos o algún oasis para obtener el agua. Se da, además, un reparto desigual de estas tareas. En términos generales, mientras las niñas marchan por el agua los niños van a la escuela, lo que convierte en una lacra -a medio y largo plazo- el analfabetismo femenino. Naciones Unidas evaluó en 20.000 millones de dólares la cantidad necesaria para habilitar conductos de agua y fuentes en los poblados africanos. Los gobiernos de los países ricos se negaron a aportar esta cantidad. “Pero se gastaron 4,6 billones de dólares en el rescate del sistema financiero”, recuerda Arcadi Oliveres.
Las necesidades vinculadas a patologías y enfermedades son, en ocasiones, menos conocidas que el hambre. Pero alguna vez las enfermedades también responden a una construcción artificial. Arcadi Oliveres explica el caso de la gripe A, “una gran tomadura de pelo, pues en ningún caso se trataba de una epidemia; primero se dijo que existía un serio riesgo de contagio a las personas. Se fabricaron antivirales de manera masiva, aunque finalmente no se extendió la enfermedad. De manera que las vacunas permanecieron almacenadas en los laboratorios, con el consiguiente riesgo de caducidad. Los lobbies presionaron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que, pese a todo, elevara a la condición de pandemia la gripe A; los gobiernos cedieron y se aprestaron a adquirir finalmente las vacunas”.
“Hablemos de cosas serias”. Por ejemplo, el Sida. Lo padecen, según Naciones Unidas, 40 millones de personas en el mundo. Mueren cada año de esta enfermedad el 10% de los afectados (4 millones de personas), pero anualmente resultan infectados por este virus otros cuatro millones de personas, con lo que la tendencia se estabiliza. El 60% de la población mundial afectada por el Sida (24 millones de personas) vive en el África Subsahariana y, de estos, tan solo un millón de personas recibe tratamiento médico y farmacológico. Al resto sólo les queda esperar a la muerte. ¿Por qué en un país del Norte una persona con Sida puede vivir, con el tratamiento adecuado, más de 30 años, mientras que en África pronto sobreviene la muerte?, se pregunta Arcadi Oliveres. “Porque en occidente hay dinero para medicamentos y en el África Subsahariana, no”.
Y, sobre todo, porque se trata de medicamentos que se venden a precios inasequibles. Pero debido a mecanismos artificiales ya que, realmente, “no son más caros que una aspirina”. El quid de la cuestión radica en el derecho de los laboratorios a patentar los productos farmacéuticos con los que tratar las enfermedades. Durante un mínimo de 20 años, las grandes compañías pueden vender los fármacos en exclusiva y a un precio libre. Pasadas dos décadas, caducan los derechos de exclusividad y pueden entrar en el mercado otros competidores, lo que conduce a una bajada de los precios (“pero las farmacéuticas quieren ganar más, así que hacen un mínimo cambio en su medicamento y piden una patente para otros 20 años”, denuncia Médicos Sin Fronteras). Hasta hace dos años, los fármacos orientados a combatir el Sida resultaban inaccesibles. ¿Por qué razón hasta 2012? Porque expiró el plazo de las patentes (20 años) concedidas en 1992. “Ahora están bajando los precios; este mecanismo puede tener su lógica comercial, pero desde el punto de vista de las poblaciones afectadas resulta un escándalo”, apunta Arcadi Oliveres.
El activista se ha destacado durante años por la defensa de los derechos humanos, la paz, la justicia social, el consumo responsable, la banca ética y el consumo solidario. Junto a Teresa Forcades, ha impulsado la plataforma por un Proceso Constituyente en Catalunya. A la denuncia del gasto militar y los procesos de rearme ha dedicado numerosas conferencias y artículos. Expone con mucha claridad el discurso a los escolares: “Los ejércitos nunca han servido para ayudar a la gente, sino a los ricos para derrotar a los pobres; son algo completamente inútil y uno de los peores capítulos en que los estados derrochan el dinero”. El estado español dedica, en plena crisis, 52 millones de euros diarios al gasto militar (“en aviones de combate y otras estupideces, aunque estos gastos aparecen muchas veces encubiertos”). En 2012, el gobierno recortó un 4% los presupuestos de todos los ministerios, salvo el de Defensa, que creció un 28%.
En el apartado de las alternativas, Arcadi Oliveres se centra en la lacra del desempleo. Digan lo que digan las múltiples estadísticas, en España existen actualmente al menos cinco millones de parados. Subraya una propuesta “tan vieja como ir a pie, el reparto del trabajo; vosotros seguramente lo viviréis”. Hace más de una década el gobierno francés (con Jospin a la cabeza) decidió reducir la jornada laboral de 39 a 35 horas semanales, con el fin de crear puestos de trabajo. La idea del reparto del trabajo consiste en que a los trabajadores que pasen a laborar 35 horas, el estado les pague las cinco horas restantes de la cantidad que se ahorra en prestaciones de desempleo por los nuevos ocupados. “Es una cuestión simple de redistribución”, resume Arcadi Oliveres. “Charles Dickens hablaba en sus novelas de cómo en Manchester y Liverpool los niños y niñas de 10 años podían trabajar 16 horas diarias; el número se ha ido reduciendo hasta las ocho actuales; vosotros haréis jornadas de cinco-seis horas; los avances tecnológicos permiten más tiempo libre para la lectura, la música o las excursiones (aunque desgraciadamente también para ver Tele 5)”.
Arcadi Oliveres continúa con la lección de Economía. Hay muchas mujeres en España que cuidan de los abuelos, niños, ancianos o personas con discapacidad sin que este trabajo se remunere. “Por estos cuidados se debería cobrar un salario, y a eso se le llama Ley de Dependencia”. Los recursos se obtendrían de la lucha contra el fraude fiscal, que en el estado español, según el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda, se eleva a 93.000 millones de euros y corresponde sobre todo a grandes bancos, grandes empresas y grandes fortunas.
Unas palabras sobre el fraude al fisco: Los dos mayores defraudadores en el estado español -según se refleja en sus propias memorias- son el Banco de Santander y el BBVA, ambos con numerosas filiales radicadas en paraísos fiscales; por otro lado, Google no paga el 90% de los impuestos que debería en el estado español; la mayor fortuna de España y tercera del mundo con un patrimonio de 57.000 millones de dólares (según Forbes), Amancio Ortega (fundador de Inditex), hizo pública hace un año una donación a Cáritas de 20 millones de euros. Al margen de las desgravaciones fiscales que ello le supusiera, la Hacienda Pública reclamó (y en agosto de 2013 avaló una sentencia del Tribunal Supremo) a Amancio Ortega 30 millones de euros por impagos en el Impuesto de Patrimonio. O los procesos criminales abiertos contra Botín por fraude al fisco. Si están identificadas estas personas, ¿Por qué no se les persigue? “El gobierno, del color que sea, necesita mucho dinero para hacer su campaña electoral; además, cuando los ministros dejan de serlo, son contratados por estos bancos y grandes empresas que cometen los fraudes”, explica el economista.
La economía del día a día, de las cosas cotidianas, también es política. “A vuestra edad sois carne de cañón en la sociedad de consumo”. Arcadi Oliveres hace algunas advertencias a los escolares, que probablemente les suenen hoy disparatadas, pero que a lo mejor sientan un precedente para reflexiones posteriores: “No compréis nunca ropa de marca; recuerdo cuando estudiaba la producción de las zapatillas Nike, que si el precio rondaba las 10.000 pesetas, sólo 100 retornaban al lugar de producción, por ejemplo Paquistán; el resto de lo que se paga por el producto es beneficio de la empresa, pagos al centro comercial, publicidad, etcétera”. “No hagáis el primo y paguéis los precios que se piden”. “Tampoco deberíais comprar botes o latas de bebida, por el impacto sobre el medio ambiente del aluminio; y el teléfono móvil, cambiarlo cada cinco o seis años, no antes, ya que para su producción se emplea el coltán, que se extrae en Ruanda (10%), Australia (10%) y Congo (80%). Para que todos nosotros tengamos un móvil, cinco millones de personas han muerto en el Congo como consecuencia de guerras entre tribus locales, a las que muchas veces se asocian compañías multinacionales”. “Yo he vivido tres cuartas partes de mi vida sin teléfono móvil”, remata.






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