Empresas y fondos
apuestan por industrias que se beneficiarán del fenómeno ambiental
Para los inversores
la clave estará en el agua
Un niño salta entre las falsas
baldosas del cauce seco de un río en Allahabad (India) / Sanjay
Kanojia (AFP)
El año pasado un satélite de la NASA registró en la
Antártida 92,9º bajo cero. La segunda temperatura más baja de la historia.
Incluso en los veranos marcianos, en sus polos, la climatología resulta más
benigna. A la vez, el periodo que va de 1983 a 2012 es el más cálido en 1.400
años, según las conclusiones del Panel Intergubernamental sobre Cambio
Climático. En este mundo extremo, en el que la nieve cae como estalactitas y en
el que la OCDE
advierte de que casi la mitad de la población mundial vivirá en 2030 en
condiciones graves de estrés hídrico, algunos se preparan para hacer (mucho)
dinero.
El calentamiento global aumenta la
posibilidad de padecer alergias, incrementa los déficits nutricionales,
multiplica la exposición a catástrofes ambientales y enfrenta a millones de
seres humanos al desabastecimiento de agua y alimentos. Frente a esta
situación, la industria actúa de dos formas: adaptándose o innovando. Y ambas
pueden ser muy lucrativas. Por eso, ante esta “nueva normalidad” algunos
emprendedores han lanzado diseños innovadores, como barreras contra tormentas
marinas, islas y penínsulas artificiales o plantas desalinizadoras. El negocio
lo abarca casi todo. Desde energías renovables (solar, eólica, marina) hasta
sistemas para manipular el clima (geoingeniería). Pero, al lado de quienes
crean viven quienes, sencillamente, aprovechan las nuevas oportunidades. La
previsible carestía de agua provoca que cada vez más países e inversores
acaparen tierras en África y Latinoamérica para asegurarse reservas acuíferas.
La plataforma Land Matrix
ya contabiliza 35,64 millones de hectáreas (casi cuatro veces el tamaño de
Portugal) acaparadas en el mundo. Además, como señala el periodista McKenzie
Funk, quien acaba de publicar Windfall (The Booming Business of Global
Warming), “el deshielo en el Ártico abre paso a la explotación de las petroleras”
y a nuevas rutas de navegación y comercio, lo cual, a la vez, podría avivar la
tensión geopolítica entre los países de la zona.
“Si no se corrige el
desequilibrio existente entre las inversiones en altos y bajos contenidos de
carbono, los riesgos relacionados con el cambio climático podrían herir al
sistema financiero mundial como lo hizo en el año 2008 la crisis de las
hipotecas subprime”. Esta es la inquietante predicción que hace Julian Poulter,
director del Asset Owners Disclosure Project, una organización que protege los
fondos de pensiones de sus miembros de las consecuencias del calentamiento
global.
La declaración de Populter, hecha
al periódico británico The Guardian, es un aviso a las grandes gestoras
de fondos de inversión, que hasta ahora han optado sencillamente por mirar
hacia otro lado e ignorar la amenaza. Porque en la traslación entre cambio
climático y finanzas queda demasiado por hacer. Básicamente porque el mercado
de emisiones (donde se fija el precio de referencia del carbono) no termina de
funcionar y no ayuda a que el sector productivo cumpla sus objetivos
climáticos. Emitir una tonelada de dióxido de carbono cuesta unos seis euros.
Menos que un menú del día en una casa de comidas. Sin embargo, al menos en
teoría, el sistema estaba diseñado para que los derechos de emisión oscilaran
entre 25 y 30 euros por tonelada emitida.
El parón registrado en la
actividad económica de Europa como consecuencia de una larga recesión ha hecho
que las empresas tengan un exceso de oferta (la Administración les asigna un
número determinado de derechos de emisión), y eso hace que invertir en ahorro
no compense, porque la tonelada de dióxido de carbono se vende muy barata.
“La situación que vive el mercado
del carbono [en el año 2013 cayó un 38% a nivel mundial] no permite tampoco
crear productos de inversión atractivos. Y esto es un gran hándicap”, advierte
José Luis Blasco, responsable de Cambio Climático y Sostenibilidad de la firma
KPMG. “Porque si pienso que el precio del CO2 va a subir puedo crear un swap
o un futuro [productos financieros de alto riesgo y elevada rentabilidad] y
que la gente invierta”.
Los expertos alertan además sobre
los efectos de este fenómeno en la producción global de alimentos. “El cambio
climático minará la producción mundial de alimentos, la convertirá en más
imprevisible y veremos con mayor frecuencia periodos de escasez. La crisis
alimenticia de 2008 es un buen ejemplo. Compañías como Cargil, que controla el
negocio del grano, Monsanto [también habría que sumar a Bayer y Basf], primer
fabricante de semillas genéticamente modificadas, o Yara, que domina el mercado
de los fertilizantes, obtienen ya beneficios récord”, avisa Devlin Kuyek,
experto de la ONG Grain.
Y advierte: “El control de las multinacionales resulta cada vez más extremo”.
Para lo discutible y para lo encomiable. En el sector del automóvil, los coches
híbridos impulsados por General Motors, Honda, Ford y, sobre todo, Toyota
sitúan a estos fabricantes como otros de los ganadores del calentamiento.
La quiniela de vencedores incluye
también a otras industrias. Giles Money, de la gestora Schroders, espera que
“la industria de la iluminación por led [consume mucho menos] crezca significativamente
este año”. Habla, incluso, de un 30% para los próximos ejercicios y cita
también al sector de la construcción, sobre todo en los mercados desarrollados,
y al comercio electrónico, cuya baja huella de carbono, según Money, permite a
los distribuidores mejores precios. Por su parte, Luciano Diana, gestor del
fondo Pictet Clean Energy, abre la conversación con un recuerdo. “El mundo
gasta de media el 8% de su riqueza en energía, pero dos terceras partes se
pierden antes de llegar al usuario”, sostiene. Bajo estas condiciones, el gran
beneficiado del cambio climático será la eficiencia energética. Y ahí estarán
las compañías de gas natural comprimido y licuado, más barato y limpio que el
petróleo, o las empresas relacionadas con el ahorro de energía en la industria
(Fanuc, Rockwell Automation o Delta Electronics).
Son nombres que forman frases en la
novela del negocio del cambio climático. Y en ella, los seguros y las empresas
que manejan información meteorológica harán caja. Por eso, Monsanto adquirió el
año pasado la firma Climate Corporation, que suscribe seguros meteorológicos
para granjeros. La idea es vender información a los agricultores que emplean
sus semillas modificadas genéticamente. Quien conozca el tiempo ganará
millones. A esa carta también juegan los grandes del seguro como AON, AIG,
Zurich, Swiss Re o Lloyd’s. Esta última ve la cuenta de resultados fuera. “El
cambio climático tendrá más impacto en otras partes antes que en Reino Unido.
Al ser Lloyd’s una aseguradora global tenemos la responsabilidad de analizar
estos impactos y asegurarnos de que todo, incluyendo precios y pólizas, va en
consonancia con estos cambios”, indica Trevor Maynard, alto ejecutivo de
Lloyd’s.
Monsanto
ha adquirido una empresa de seguros meteorológicos
Ahora bien, una de las habilidades
del capitalismo es su destreza para transformar un problema en un activo
financiero con el que ganar dinero. Ya sea tangible, como el agua, o inasible
como el dióxido de carbono. Aun así, para los inversores en el cambio climático
la clave está en el agua. Las emisiones de carbono son invisibles. Pero los
glaciares que se derriten, el agua que se evapora o las lluvias torrenciales
son el auténtico rostro del calentamiento.
A partir de 2006, después de que Al
Gore, exvicepresidente de Estados Unidos con Bill Clinton, presentara el
documental Una verdad incómoda y que el deshielo en el ártico
alcanzara en aquellos días su nivel récord, la industria financiera “reaccionó”
a su manera. En solo dos años se lanzaron 15 fondos que invertían en agua y sus
aledaños. En un suspiro reunieron 13.000 millones de dólares (9.492 millones de
euros) y los grandes de la industria Goldman Sachs, UBS o Credit Suisse
ficharon a analistas hídricos. Algo insólito. El agua iba a ser el petróleo de
la nueva centuria, dijeron. En verdad, “una puerta abierta al
hidrocolonialismo”, ironiza Gustavo Duch, coordinador de la revista Soberanía
Alimentaria. De hecho, Goldman Sachs escribió en 2008: “A riesgo de ser
alarmistas, vemos paralelismo con la economía maltusiana [esa apocalíptica
teoría que advierte de que no hay recursos para todos]. Globalmente, cada 20
años, el consumo de agua se duplica”. Con el paso del tiempo, los fondos han
suavizado esa posición tan dramática. Y durante la crisis financiera algunos
productos especializados en energías renovables y cambio climático sufrieron
salida de capitales. DWS —gestora del Deutsche Bank— transformó su fondo
especializado en cambio climático (DWS Climate Change Fund) por uno más
genérico dirigido a las tecnologías limpias (DWS Invest Clean Tech), que
gestiona algo más de nueve millones de euros.
Aun así, los analistas del banco privado Julius Baer estiman que solo en Suiza hay bajo gestión 50.000 millones de francos (40.900 millones de euros) en fondos asociados al calentamiento. “Y han crecido”, afirman, “más de un 30% anual durante los últimos cinco años”. Es más, el fondo que gestiona las pensiones danesas acaba de anunciar que invertirá 188 millones de euros en proyectos que luchen contra el cambio climático.
Aun así, los analistas del banco privado Julius Baer estiman que solo en Suiza hay bajo gestión 50.000 millones de francos (40.900 millones de euros) en fondos asociados al calentamiento. “Y han crecido”, afirman, “más de un 30% anual durante los últimos cinco años”. Es más, el fondo que gestiona las pensiones danesas acaba de anunciar que invertirá 188 millones de euros en proyectos que luchen contra el cambio climático.
Goldman
Sachs, UBS o Credit Suisse ficharon analistas hídricos hace años
Al fin y al cabo, los estrategas
financieros del mundo piensan de forma sencilla. Casi nada es compleja
econometría, sino pura lógica. “No existe ningún sustituto del agua a ningún
precio. Y no se puede fabricar”, narra, en el libro Windfall, John
Dickerson, un antiguo analista de la CIA y fundador del fondo especializado en
agua Summit Global Management. Bajo este escenario, el agua se siente huérfana
—carece de una legislación que la proteja internacionalmente— y los inversores
han puesto el ojo en ella. Uno de los resultados es un boyante negocio que
mueve más de 219.000 millones de euros y cuyos beneficios se reflejan en los
principales índices de Wall Street. En los últimos 10 años —describe la gestora
Fidelity— el S&P Global Water ha dado más dinero a los inversores que el
petróleo, el gas o las materias primas.
A estas alturas del problema pocos
dudan del potencial económico de la unión del hidrógeno y el oxígeno. “En
algunos países existe un mercado para los derechos del agua, pero vemos poco
valor ahí. Sin embargo, hay mucho por invertir en compañías activas en el ciclo
del agua. Infraestructuras (diseño de plantas de tratamiento, válvulas,
tuberías), reciclaje así como tecnologías relacionadas con este elemento
(filtración, desinfección, control de la calidad)”, desgrana Jens Peers, jefe
de Inversiones de la gestora Mirova. Aquí encajarían, por ejemplo, las
españolas Abengoa o Gamesa. “Todo lo relacionado con el desarrollo de nuevas
tecnologías bajas en carbono tiene potencial”, resume Peter Sweatman, director
ejecutivo de la consultora Climate Strategy.
Lejos de España, en las gélidas
tierras de Islandia, cuando sus habitantes miran a su alrededor, saben que son
dueños de un tesoro. Tienen 25.000 veces más agua per capita que los
Emiratos Árabes. Y el brillo de sus glaciares ha atraído a inversores daneses,
kuwaitíes, ingleses, chinos. Todos con una misma idea: usar viejos buques
petroleros para transportar el agua. El cambio climático les permite acceder a
más líquido y a la vez el deshielo abre caminos antes bloqueados.
Este fenómeno suena como una sinfonía a oídos de las grandes petroleras. “Repsol está presente en el Ártico en su estrategia de diversificación geográfica”, cuenta a través del correo electrónico la compañía. La topografía de su presencia se “limita” a Alaska. En este santuario natural cuenta con 93 bloques en el mar de Chukchi, 67 en Beaufort y 231 en la zona de North Slope. En total, 391. Aunque todavía ninguno se encuentre en producción, el año pasado la empresa añadió 46 nuevos bloques en North Slope. Una evidencia del potencial que avizoran. “Lo que hace Repsol allí, con su presencia, es garantizarse un lugar a la espera de que el cambio climático haga el negocio todavía más accesible”, señala Sara del Río, de Greenpeace.
Este fenómeno suena como una sinfonía a oídos de las grandes petroleras. “Repsol está presente en el Ártico en su estrategia de diversificación geográfica”, cuenta a través del correo electrónico la compañía. La topografía de su presencia se “limita” a Alaska. En este santuario natural cuenta con 93 bloques en el mar de Chukchi, 67 en Beaufort y 231 en la zona de North Slope. En total, 391. Aunque todavía ninguno se encuentre en producción, el año pasado la empresa añadió 46 nuevos bloques en North Slope. Una evidencia del potencial que avizoran. “Lo que hace Repsol allí, con su presencia, es garantizarse un lugar a la espera de que el cambio climático haga el negocio todavía más accesible”, señala Sara del Río, de Greenpeace.
Este es el porvenir, el presente
transita algo más tranquilo. “No se han identificado riesgos físicos
relacionados con el cambio climático tan potentes como para provocar una
modificación sustancial de nuestras operaciones”. Así lo sostiene la firma de
transportes UPS, uno de los futuribles beneficiados, junto a sus competidores
(TNT, DHL, FedEx), del deshielo ártico al abrirse nuevas rutas.
Aunque quizá lo más preocupante sea
que el calentamiento global no solo deja vencedores y vencidos en la economía,
sino también en la geopolítica. “En todos los análisis Rusia es un ganador del
cambio climático. Su tundra será cultivable, el deshielo permitirá acceder con
mayor facilidad a los recursos naturales y facilitará las líneas de
transporte”, enumera Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía y
Cambio Climático del Real Instituto Elcano. “Por el contrario España será uno
de los perdedores. Habrá más presión desde el Sahel por las hambrunas, y la
subida del mar provocará que el litoral mediterráneo español se transforme en
marismas y aumente el riesgo de malaria”.
Fuente: www.elpais.com
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