La periodista Montserrat Llor publica
'Vivos en el averno nazi', una obra que recoge el testimonio de veinte
ciudadanos españoles que sobrevivieron a los campos de concentración de la
Alemania de Hitler
ALEJANDRO
TORRÚS Madrid 02/02/2014 08:29 Actualizado: 02/02/2014 08:29
Fotografías facilitadas por Montserrat Llor, autora
del libro 'Vivos en el averno nazi'
Batallaron
en la Guerra Civil española, cruzaron la frontera francesa a pie, fueron
encarcelados en campos de concentración franceses y terminaron en un campo de
concentración nazi. Sin embargo, todos ellos sobrevivieron para contarlo. La
periodista Montserrat Llor recoge en la obra Vivos en el averno nazi
(Crítica) el testimonio de veinte ciudadanos españoles que pasaron los mejores
años de su juventud en un campo de concentración alemán por el único motivo de
haber luchado por la libertad y la democracia.
"La
obra muestra una visión directa, humana y muy sensible del exilio y encierro en
los campos de concentración de los republicanos españoles. Todos los
testimonios que he recogido están interrelacionados y cada protagonista me ha
llevado a otro protagonista y así hasta completar la obra", explica Llor a
Público.
Cuando la II
Guerra Mundial terminó, los españoles que habían vivido la tortura nazi no
tenían un lugar al que volver
Cuando la II
Guerra Mundial terminó, los españoles que habían vivido la tortura nazi no
tenían un lugar al que volver. Así que muchos de ellos rehicieron sus vidas en
Francia, país que los acogió. Con la llegada de la democracia a España su vida
tampoco cambió considerablemente. "Están bastante olvidados por las
autoridades. Hay muchos textos de historiadores, ensayos y textos académicos
que recogen sus casos, pero, en general, fueron olvidados. No se han visto
arropados por nadie", añade la periodista, que comenzó con esta aventura
tras la curiosidad que le suscitó encontrar en casa una cadena que perteneció a
su tío abuelo, quien había estado encerrado en un campo de concentración.
"Me
acuerdo que era una niña y pensaba cómo va a caber esta cadena en el cuerpo de
un hombre si apenas me entra a mi que soy una niña. Eso fue despertando en mi
una curiosidad que se ha ido acrecentando con los años", asegura Llor, que
comenzó buscando la historia de su tío abuelo y ha acabado recogiendo la
historia de los abuelos de la República.
Marcelino Bilbao Bilbao. Último superviviente de los
experimentos médicos nazis
Marcelino Bilbao falleció la semana pasada en
Châtellerault (Francia). Era el último superviviente español que había sufrido
en sus propias carnes los experimentos médicos de las SS en Mauthausen. A
Marcelino le inyectaban benceno en la zona del corazón. De los treinta
prisioneros inoculados en la enfermería, sólo siete lograron sobrevivir.
Marcelino fue uno de ellos. Murió la semana pasada con 94 años. Ni el benceno,
ni la Guerra Civil en la que batalló junto al batallón Isaac Puente de la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), ni los campos de concentración
franceses, primero, ni los nazis después, lograron quitarle la vida. Montserrat
Llor lo describe como un "hombre fuerte y combativo".
Este es un
fragmento de la entrevista que Llor le realiza en el libro en el que narra su
experiencia como cobaya de los médicos de la SS:
"Terrible,
allí ya estaba... Había llegado al campo un terror de doctor. Entra en una
barraca, coge la maleta y se sienta... Prepara las inyecciones... Allí
llegabas tú, para que te inyectara, como castigo o como experimento a ver
cuánto tiempo resistías. Y aquel hombre, allí sentado, sin mirar a nadie,
pinchaba... A algunos les daban convulsiones; a otros se los llevaban a
rastras... Ese día no fui yo, pero sí algunos de mis compañeros de barraca.
Los que vivían estaban rotos en la cama, no podían moverse... Luego me tocó
a mí, seis sábados consecutivos me inyectaron al lado del corazón. Nos
cogieron a 30, sólo 7 logramos sobrevivir a los pinchazos. Entonces no me importaba
morir, no tenía familia ni nada...", relató Bilbao a Llor en su domicilio
de Châtellerault (Francia).
Manuel Alfonso Ortells. El hombre que dibujó la muerte
Manuel fue
el preso número 5.564 de Mauthausen. El viaje que le llevaría a un campo de
concentración nazi comenzó el 21 de diciembre de 1936 cuando se alistó en la
columna Durruti para batallar en el bando republicano en el Frente de Aragón,
donde al poco tiempo, sería nombrado sargento. "Me fui, no dije nada en
casa, a mi madre. ¡Le di un gran disgusto a la pobre! Partí con mi primo y fue
su madre quien se lo dijo a la mía", relata Ortells en la obra.
Ortells vivió toda la Guerra Civil al frente de la
batalla y suya fue la obligación de dirigir a 100 hombres hacia la frontera
francesa en febrero de 1939. Lo consiguió, pero al otro lado de la frontera no
le esperaba la libertad. Pasó por dos campos de concentración franceses para
después ser reclutado en Francia por la Compañías de Trabajadores Extranjeros
y capturado por soldados nazis el 24 de junio de 1940. El 11 de diciembre de
1940 fue trasladado al campo de Mauthausen.
"Éramos
muchos y no sabían qué hacer con todos nosotros, éramos muchos. Nos pusieron
en una barraca con todas las cosas. Aproveché y escondí cosas, lápices, papel,
fotos, el dibujo del retrato de mi madre, todo rápido, rápido, rápido... en
el colchón. No nos registraron hasta el día siguiente, cosa muy rara.
Rarísimo aquello. Cuando llegamos estábamos todos en un estado de shock
salvaje", relata.
Gracias a
que no fue registrado aquel día, Ortells consiguió salvar sus objetos más
íntimos y personales como dibujante de la requisa que los SS hacían con los
presos al entrar en el campo. Aquel dibujo del rostro de su madre le
acompañaría siempre, hasta la fecha de la liberación.
Conchita Ramos. Hacia Ravensbrück a bordo del tren
fantasma
Conchita
estuvo presa en el campo de concentración de Ravensbrück, cerca del pueblo de
Fürstenberg, un "tétrico lugar pantanoso a unos noventa kilómetros al
norte de Berlín, Alemania", según lo define Llor. Entre 1939 y 1945,
fecha de la liberación, estuvieron presas en este campo unas 130.000 mujeres
de más de 20 países diferentes, incluidas 300 españolas.
Entre 1939 y
1945 pasaron 130.000 mujeres presas por el campo de concentración de
Ravensbrück
Conchita
vive actualmente en Toulouse (Francia) donde recibió a Montserrat Llor.
"Concha posee un carácter tranquilo, afable, totalmente solidario en todo
lo que concierne a la deportación, un hablar dulce y una buena memoria. Cuenta
su experiencia de forma directa, repleta de detalles", explica Llor.
El 24 de
mayo de 1944 la policía francesa de Pétain rodeó su casa. Dentro se escondían
tres guerrilleros. Conchita tenía entonces 18 años y recibió los primeros golpes
y palizas por parte de la Gestapo. "Su propósito era mantenerse firme, no
delatar a nadie, no hablar", escribe Llor. Era difícil, pero Conchita lo
consiguió. "He visto cómo les arrancaban las uñas de los pies y las
manos a hombres y mujeres y otros fueron torturados duramente. Tenía miedo de
hablar, pero no lo hice", relata.
Fue entonces
cuando Conchita fue trasladada a los campos nazis en el 'Train Fantôme', o
Tren Fantasma, que transportaba más de 600 hombres y apenas 64 mujeres. Fue
boicoteado sucesivamente y tardó más de dos meses en llegar a su destino. En
su interior, Conchita cumpliría, en pleno mes de agosto, los 19 años.
"Aquel
tren desaparecía y volvía a aparecer. Lo ametrallaron los norteamericanos y
también fue atacado por los maquis. Hacían saltar las vías del ferrocarril
para liberar el tren, para que no llegara a Alemania, pero no lo consiguieron.
A veces nos hacían andar unos kilómetros para reanudar el transporte. Todos
nos decían: 'No llegaréis, no llegaréis'... A veces pasábamos ocho días en
una estación porque no se podía avanzar, pues las vías estaban cortadas.
Tuvimos varios heridos, incluso hubo muertos. En el mío habría, creo, unas
cuatro españolas", recuerda.
"Mataban
al hijo cuando nacía. Los ahogaban en una balda de agua... o los cogían de los
pies y los tiraban contra un muro"El Train Fantôme fue el último en
llegar al campo de Ravensbrück procedente de Francia, pero, más tarde, lo
harían otros con mujeres presas en Auschwitz. Muchas de ellas estaban embarazadas.
"Mataban al hijo cuando nacía. Los ahogaban en una balda de agua... o las
SS los cogían de los pies y los tiraban contra un muro. Se decía que a muchas
mujeres les ponían inyecciones para retirar la menstruación", explica.
A finales de
marzo de 1945, Himmler ordenó la evacuación de los campos y el comandante de
Ravensbrück, Fritz Shren, mandó salir a las cerca de 20.000 mujeres que
quedaban con vida y en condiciones de caminar. Eran las conocidas como marchas
de la muerte. "Era el final. Nos hicieron salir a todas por las
carreteras, nos íbamos juntando hombres y mujeres, nos hacían huir de los
rusos. Durante el camino dormíamos siempre al borde de la carretera, encima de
la nieve, a la intemperie. Y a los que caían de fatiga los mataban. De ochenta
y cinco mujeres que salimos del campo, quedamos veintidós", sentencia.
Francisco Bernal. El ingenio de un zapatero apodado
"Ghandi"
Francisco falleció el pasado año en París. Atrás dejó
una vida de película dentro de los campos de concentración de Mauthausen y
Ebensee. Logró salir vivo de aquel infierno gracias al oficio que aprendió en
su Zaragoza natal: zapatero. Tras una difícil entrada en Mauthausen y tras
deambular por diversos trabajos y kommandos, se convertiría en el kapo de zapatería
de Ebensee. "¡Nunca abusé de mi condición de kapo, jamás!",
adviertió este hombre en la conversación mantenida con Llor, cuyos compañeros
le reconocen haber diseñado zapatos especiales para esconder la comida de los
ojos de la SS.
Bernal llegó
a un campo de concentración alemán tras haber batallado en la Guerra Civil,
haber pasado por otro campo francés y haber batallado en el ejército francés.
Fue arrestado en junio de 1940 y conducido al Stalag VII A de Moosburg, en
Baviera. El 9 de septiembre de 1941 fue trasladado a las puertas de la
inexpugnable fortaleza nazi de Mauthausen comenzando un vía crucis que le
llevaría a deambular durante los tres años y medio siguientes otros dos campos
de concentración más.
"Éramos
como muertos vivos, los palos ya me dejaban indiferente y llegué a perder la
noción de la realidad"
"Mi
obsesión era buscar comida. Éramos como muertos vivos, los palos ya me
dejaban indiferente y llegué a perder la noción de la realidad. Me quedé
como un esqueleto, habría resistido poco más. Incluso me llamaron el
Gandhi...", recuerda Bernal.
Tras dos
años de permanecer en Mauthasen, Bernal fue trasladado a Redl-Zipf y,
finalmente, a finales de 1943, al campo anexo de Ebensee. Allí permanecería
como zapatero hasta el 6 de mayo de 1945, cuando se produjo la liberación y la
llegada de las tropas americanas. "Yo era como el niño gótico de
Ebensee. Creo que me apreciaba todo el mundo. Siempre he tenido un carácter
que me he reído hasta de mi sombra... ¡Esto también en la vejez! Ahora
todavía más... cuanto más viejo es uno, mejor humor tiene y vive más
tiempo", concluye.
Segundo Espallargas Castro. El boxeador imbatido de
Mauthausen
Segundo falleció a mediados de 2012 en París con 93
años. Este hombre estuvo preso en el campo de concentración de Mauthausen donde
fue conocido por las SS y por el resto de presos por ser el boxeador imbatible
del campo de concentración. Los agentes nazis montaban los fines de semana un
cuadrilátero donde los presos debían combatir.
"Ser
boxeador es lo que me salvó en el campo. Fue el comandante de Mauthausen el
que me dio el nombre de Paulino porque admiraba mucho a un español guipuzcoano
que boxeaba en Alemania que se llamaba Paulino Uzcudun. Por eso me llamó así.
(...) Me decían '¡si no ganas, vas al crematorio!'", recordó a Segundo
Llor.
Como todos
los demás, Segundo pasó por la Guerra Civil, por el exilio, por los campos de
concentración de Francia, por el ejército francés y, finalmente, terminó en un
campo de concentración nazi. Tenía 22 años cuando llegó a Mauthausen un 27 de
enero de 1941.
De allí saldría
en mayo de 1945. El retorno a la vida normal no fue fácil. Ni para Segundo ni
para nadie. Para los españoles todavía menos al no poder regresar a España.
Así, Segundo establecería su residencia en París y en Troyes, donde conoció a
su esposa Hélène, con la que tendría cinco hijos.
En Francia
prosiguió durante años los combates de boxeo como peso pesado y también
trabajó como mecánico electricista en una fábrica. En su casa de París había
una foto que se tomó con el expresidente del Gobierno José Luís Rodríguez
Zapatero. Lo conoció en la conmemoración de la liberación de Mauthausen.
"Le dijo que había que luchar contra el olvido, que era una lucha que
debía continuar siempre".
Fuente: www.publico.es
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