25 millones de niños
están solos. Son menores de edad, huyen de las guerras o del hambre y más de
ocho millones han acabado en manos de las mafias que los explotan.
nuevatribuna.es | Mercè Rivas Torres | 02
Enero 2014 - 13:46 h.
Solo
en Ceuta y Melilla hay cientos deambulando por las calles. El 85% son casi
analfabetos, el 51’3% reconoce que se droga, en su mayoría inhalando pegamento.
Un 66’2% se alimenta de lo que encuentran en la calle. Los que proceden de
países asiáticos suelen ser varones pero de los que huyen de conflictos como el
del Congo, las niñas llegan a superar el 61%.
A
pesar de los esfuerzos de organizaciones como Acnur, Unicef o Cruz Roja
las cifran no son exactas. Cada día huyen de sus países miles de niños, unos
llegan a ser contabilizados y ayudados, otros se convierten en “invisibles”. Y
tal como afirma Teresa Marcos en el libro Los Conflictos armados
contemporáneos al final muchos de ellos sufren “explotación sexual o
laboral, reclutamiento forzoso, mutilación genital o matrimonios forzosos”. A
esta lista también hay que añadir a los que son víctimas de robos de órganos.
Hiba
Ishmail Al Haji, de 16 años, es una sudanesa que salió huyendo de su país
hace un año junto a su hermana, escapando de los bombardeos en el estado de
Kordofan. En la huida perdieron a sus padres.
A
partir de ese momento se enfrentaron a un largo camino sin alimentos ni agua.
Finalmente llegaron al asentamiento de refugiados de Yida, repleto de menores.
Las asistieron y buscaron una familia de acogida pero eran ya tantos los que
vivían en la pequeña vivienda que Hiba tiene que dormir con una colchoneta en
la puerta de la calle.
Lauren,
un bebé de nueve meses nacido en Congo, ha vivido sin saberlo una de las
experiencias más dolorosas de su vida. Su madre, una víctima más de las
violaciones sistemáticas que sufren las mujeres en su país, decidió dárselo a
un vecino para que se lo llevase a Europa. Pensó que su vida podría ser mejor
en el viejo continente, pero el vecino nada más llegar a Casablanca lo
abandonó.
Lo
recogió una mujer subsahariana que lo cuidó amorosamente y lo llevó hasta
Melilla, pero ahí los separaron tras hacerles la prueba del adn. Desde luego no
fue una buena idea ya que la mujer estaba dispuesta a quedarse con él y
cuidarlo pero las ONG españolas así como la Guardia Civil andan recientemente
en estado de alerta ya que algunos niños subsaharianos que llegan a España no
son hijos de los adultos que los acompañan.
Unos
han llegado porque sus padres no los pueden mantener y los suben a las pateras
para que el “primer mundo se ocupe de ellos”, otros han sido robados o
alquilados para entrar más fácilmente en la península y por supuesto los hay
que viajan con sus progenitores.
La
realidad es que cuando pisan suelo español las autoridades y ONG lo primero que
hacen es realizarles la prueba del ADN. Si no corresponden al del adulto que
los acompañan, se lo retiran. Unos son amparados por el Estado pero
desgraciadamente otros acaban cayendo en manos de las mafias.
De
Congo salen huyendo innumerables menores que en el mejor de los casos acaban en
campamentos de refugiados. Jean, de quince años, es uno de ellos. Salió
ileso de un tiroteo en donde perdió la pista de su hermano de 18 años. Huérfano
desde los 9, Jean huyó de su país y consiguió llegar al campo de Bundibugyo
donde vive provisionalmente rodeado de menores que están absolutamente solos,
identificado con el código: B´GYO /013/001.
El
equipo de ACNUR del centro de tránsito de Nyakabande en Uganda ha
recibido a muchísimos jóvenes de entre 12 y 14 años en los últimos meses. Pero
a pesar de estar acostumbrados a ello, se quedaron muy sorprendidos cuando una
joven refugiada congoleña, Rachel, apareció con sus seis hermanos
huyendo de la guerra.
“Alrededor
del 70% de estos niños se reúnen con sus padres o con familiares en un corto
período de tiempo”, afirman responsables del campo, pero el resto pueden caer
en manos de traficantes.
Tampoco
los niños sirios se están librando de este triste destino. Una de las
crecientes preocupaciones de las citadas organizaciones es el aumento del
número de menores no acompañados que hacen este viaje. Puesto que el
precio del trayecto puede variar de los 2.000 a los 5.000 dólares por persona,
algunas familias optan por enviar a los niños solos o con parientes a Europa.
La
única buena noticia que hemos tenido respecto a estos niños maltratados es la
sentencia dictada el año pasado por la Corte Penal Internacional contra el
congoleño Lubanga por reclutar menores para la guerra: 14 años de
prisión. La pena es escasa pero la sentencia es un texto ejemplar.
Fuente:
www.nuevatribuna.es
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