Ocho hombres fueron fusilados tras ser
descubierta una ingenua conspiración para deponerlo en 1937 sin derramamiento
de sangre, según cuenta un libro escrito por Concha Morón, sobrina de uno de
ellos
RAFAEL
GUERRERO Sevilla 30/01/2014 07:00 Actualizado: 30/01/2014 12:15
José Luis Castro Lombilla y Concha Morón con sus
recientes libros sobre Queipo de Llano. RAFAEL GUERRERO
La
coincidente publicación de dos libros sobre sendas conspiraciones para acabar
con Queipo de Llano ha puesto de manifiesto el inacabado debate social
acerca de la vigencia de la proyección de la imagen de este militar golpista,
conocido por su cruel represión y por sus terribles discursos radiofónicos,
sobre la Sevilla actual del siglo XXI. Hubo una conspiración real en 1937 que
acabó con ocho de sus promotores en el paredón del cementerio sevillano.
Lo cuenta
con todo detalle la sobrina de uno de ellos, Concha Morón, en el libro titulado
La resistencia en Sevilla. Un intento de derrocar a Queipo (Aconcagua
Libros). El complot de ficción fue imaginado por José Luis Castro Lombilla,
autor de la original novela El hombre que mató a Queipo de Llano
(Autores Premiados) y, pese al título del libro, los conspiradores tampoco
consiguen acabar con el que fuera considerado como Virrey de Andalucía.
"No
sólo Queipo yace a los pies de la Macarena como gran genocida sino también
Bohórquez, que firmaba las condenas a muerte"
Concha Morón
une a su condición de descendiente de víctimas de franquismo por partida doble
-ya que también su abuelo fue fusilado-, la de activa militante del movimiento
memorialista, ya que es secretaria de la Asociación Memoria Histórica y
Justicia de Andalucía (AMHYJA) y tras varios años de investigación ha culminado
la publicación de un libro en el que no sólo da a conocer un hecho hasta ahora
desconocido, sino que también aporta el dossier completo de un consejo de
guerra en un cd adjunto, que evidencia "la pantomima de aquellos juicios
sumarísimos".
¿En qué
consistía el plan para deponer a Queipo y restablecer la legalidad
institucional republicana en Sevilla? Los dos principales promotores del plan, Miguel
Toscano y José Hernández -tío de la autora del libro- lo tenían claro.
Contables y compañeros de trabajo de Comercial Pirelli, ambos idearon una
estrategia audaz e ingenua que descartaba el derramamiento de sangre, a la que
se fueron sumando otras personas. Consistía en disfrazarse de militares y,
aprovechando un cambio de guardia en el céntrico cuartel de San Hermenegildo,
hacerse con el control del regimiento de Infantería Granada nº 6 que albergaba
y, posteriormente, dirigirse a cercano cuartel general de la Gavidia, donde
apresarían a Queipo de Llano, general jefe de la división, al que persuadirían
u obligarían -todo ello sin pegar un tiro- a convocar a los jefes de las
distintas unidades y a ordenar la libertad inmediata de los militares detenidos
por su lealtad a la República.
Los jefes
golpistas serían detenidos y desactivados conforme fueran llegando al estado
mayor de la división, convocados por un Queipo secuestrado por los conjurados.
Pero si el
plan parece ingenuo, no menos cuestionable es la forma en que se desarrolla el
complot, ya que fueron dos bares sevillanos -La Marina y Gran Vía- el marco
donde se captaban los adeptos a la conspiración. Si embargo, pese a la poca
discreción con que actuaban los conspiradores, no fue esta la causa por la que
fueron descubiertos en una ciudad donde la delación para ganar méritos ante los
golpistas estaba a la orden del día.
Mujeres
enlutadas taconeando meses atrás como protesta sobre una réplica de la lápida
en la puerta de la basílica de la Macarena.
Los celos de una mujer ponen fin al complot
Ni los
delatores que tanto abundaban entonces ni los espías de Queipo descubrieron el
complot. Fueron los celos de la esposa de José Hernández de la que este se acaba
de separar en marzo del 37 los que, a la postre, desencadenarían la caída de
los conspiradores, ya que esta contrató los servicios de un detective privado
para que averiguara si su marido se veía con otra mujer y, a falta de
evidencias de infidelidad, acabó topándose con el complot, del que dio cuenta a
la policía.
Una rápida
redada policial acabó con la detención de trece hombres -jóvenes en su mayoría-
que en el tórrido agosto sevillano fueron sometidos a un juicio de guerra
sumarísimo, acusados de rebelión militar "en un paripé de proceso judicial
sin las más mínimas garantías", comenta Concha Morón, recordando el
"ambiente irrespirable de aquella Sevilla marcada por un clima de terror y
delaciones". La justicia de Queipo fue implacable con los ingenuos
conspiradores y, pese a que el incruento plan no pasó de una fase embrionaria
de tentativa, el tribunal determinó la pena de muerte para diez de los
encausados, mientras que los otros tres fueron absueltos. Dos de las penas
capitales fueron conmutadas por cadena perpetua y los condenados tuvieron que
esperar varios meses hasta que el 25 de enero de 1938 Franco dio el
visto bueno a la ejecución de la sentencia.
Los
conspiradores, disfrazados de militares, pretendían raptar a Queipo para que
ordenase liberar a los soldados republicanos
Concha Morón reconoce que se ha emocionado mucho
durante la investigación de la causa y que ha recreado en su imaginación los
preparativos del complot y el sufrimiento de los procesados. "He paseado
por los lugares donde se veían, donde se reunían, infinidad de veces en estos
años, y esa emoción la he compartido con los descendientes de las víctimas con
quienes me he reunido, pero lo que más me conmovió fue imaginar el momento en
que a las 3 de la mañana del 29 de enero los despertaron en la celda para
leerles la ejecución de la sentencia, hora y media antes de ser fusilados ante
el paredón del cementerio".
Los nombres
de aquellos ocho fusilados cuyos restos se mezclan con los de más de 3.600
represaliados en la gran fosa común del cementerio de Sevilla son: Miguel
Toscano, José Hernández, Ángel Copado, Rafael Herrera, Benigno García, Manuel
Álvarez, Manuel Elena y José Paz. Los que vieron conmutada la pena capital
fueron Gonzalo Alcauza y José Gabriel Pérez.
El hombre que mató a Queipo
Una
conspiración fallida cuyo objetivo era el entonces todopoderoso Queipo, un
complot ingenuo, desarrollado un año después del golpe militar del 18 de julio
del 36 y fraguado en sitios tan concurridos y poco discretos como los bares
sevillanos. Estas características son elementos comunes entre la realidad
histórica antes reseñada y la ficción novelada por José Luis Castro Lombilla en
El hombre que mató a Queipo de Llano.
Se trata de
una obra original que consta de tres partes que se entrecruzan: las dudas y
titubeos del autor sobre el personaje, el relato en sí de tres antihéroes que
conspiran para matar a Queipo y el contexto histórico exacto en clave satírica
contado por una mosca pegada al general. Lombilla trata de "ajustarle las
cuentas a Queipo en la ficción por la vía incruenta de la sátira y del
humor" y reconoce que se inspira en el delirante relato escrito por Max
Aub en 1960 La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco,
donde un camarero mexicano, harto de escuchar las quejas de los españoles
exiliados, decide viajar a España para matar al dictador.
Los tres conspiradores imaginados
por Lombilla se asemejan mucho a los hermanos Marx y no quieren
limitarse a derrocar a Queipo, sino matarlo, pero al final no son capaces de
hacerlo y su ingenua conspiración de barra de bar se diluye, convirtiendo en
equívoco al sugerente título de la novela.
El general
golpista acabó falleciendo en 1951 de muerte natural en el cortijo que el
Ayuntamiento sevillano le había regalado "por suscripción popular",
pero su larga sombra se sigue proyectando por doquier sobre la ciudad desde
donde dirigió la cruel represión contra los andaluces (50.000 fusilados
enterrados en más de 600 fosas comunes), siendo su enterramiento preferente en
la basílica de la Macarena tan sólo la evidencia más llamativa.
"No
sólo él está enterrado allí a los pies de la Macarena como gran genocida, sino
que también tiene al lado a Francisco Bohórquez Vecina, a la sazón
hermano mayor de la cofradía después del golpe militar, que como auditor de
guerra firmaba todas las condenas a muerte, como la de mi tío y sus
compañeros", se lamenta Concha Morón, esperando que algún día la Iglesia
se replantee esta circunstancia.
Finalmente,
José Luis Castro Lombilla, sin pretender frivolizar, recurre a una comparación
médico-humorística para apostillar esta cuestión: "Queipo ha sido una
hemorroide para Sevilla que, de momento, sigue ahí hasta que se logre extirpar,
ya necrosada. Es decir, un cuerpo muerto que sigue produciendo no lo que generó
en vida, sangre y dolor, aunque sí dolor y humillación para sus víctimas por lo
que supone que una persona que hizo lo que hizo siga manteniendo los honores
que tuvo en vida".
Fuente: www.Publico.es
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