Eduardo Montagut | Historiador
nuevatribuna.es
| 30 Enero 2014 - 14:10 h.
En un
momento en el que reverdece el espíritu republicano en nuestro país, podemos
detenernos sobre el significado histórico y político del concepto de república.
Pues bien, estaríamos hablando, efectivamente de un concepto político pero,
también jurídico. Procede del latín, “res publica”, opuesto a la “res privata”,
es decir, la comunidad política o “cosa pública”, frente al ámbito privado, una
diferencia que era muy evidente entre los romanos. En este sentido, se trataría
de un término genérico equivalente al bien común. Aunque el origen de la
república aparece en el mundo romano, no cabe duda que, realmente
encontraríamos el principio republicano en las polis clásicas griegas.
Posteriormente,
la república se puede asimilar a la “civitas” medieval, dando origen a las
repúblicas aristocráticas. En la Europa absolutista, las repúblicas se
asociaban a regímenes basados en el derecho, o en territorios pequeños donde
eran posibles gobiernos que, sin ser democráticos, sí estaban sujetos a
complejas legislaciones con contrapesos institucionales que impedían la
concentración personal del poder, propia de las monarquías absolutas, aunque
terminaran controlados por oligarquías. En esta época hubo algunas repúblicas
importantes, como la Serenísima de Venecia, por ejemplo. Por otro lado, en el
mundo anglosajón surgía el concepto de “commonwealth”, vinculado al significado
del bien común.
El concepto
moderno de república nace en la época de las revoluciones americana y francesa
en el momento que se constituyeron sendas repúblicas, una vinculada al
nacimiento de una nueva nación y la otra al destronamiento de un rey y la
abolición de la monarquía. Los súbditos pasaron a ser ciudadanos con
reconocimiento y garantía de sus derechos y se instauraron democracias
representativas con división de poderes.
En nuestro
tiempo, la república se puede definir como un sistema de gobierno contrapuesto
a la monarquía y caracterizado por el cambio periódico de la jefatura del
estado que tiene un mandato limitado y temporal, frente al principio
hereditario de la segunda. La elección de la presidencia de la república varía
entre los dos grandes modelos de república que existen. En el caso de las
repúblicas presidencialistas, donde el presidente tiene amplios poderes, el
jefe del estado es elegido por los ciudadanos, directamente como en el caso
francés y en casi todas las repúblicas latinoamericanas e indirectamente, a
través de la elección de unos compromisarios, como en Estados Unidos. Por su
parte, en las repúblicas no presidencialistas, donde los presidentes tienen
poderes muy limitados, éstos suelen ser elegidos por el poder
legislativo, como ocurre en los casos alemán o italiano, entre otros. En todo
caso, no existe regla fija y cada república tiene su propio sistema, fijado en
su constitución respectiva.
Pero si en
la historia contemporánea el concepto de república se ha asociado a la
democracia representativa, al reconocimiento y garantía de derechos, así como a
la división de poderes, conviene hacer algunas matizaciones importantes en
relación con esta asociación, aunque no aplicables, en mi opinión, al caso
español, ya que, con la excepción actual, la democracia solamente ha existido
en nuestro país cuando ha habido repúblicas. En el mundo han existido y existen
repúblicas que no han tenido ni tienen respeto alguno por los derechos de sus
ciudadanos, donde no ha habido ni hay clara división de poderes, y donde la
democracia ha brillado y brilla por su ausencia. Pensemos en las dictaduras
latinoamericanas de los años setenta y ochenta o en algunas repúblicas del
universo musulmán, por ejemplo. Por otro lado, ha habido y sigue habiendo un
tipo de república asociada a la denominada “democracia popular”, y que es una
variante del totalitarismo. Pero, además, las monarquías parlamentarias
occidentales nada tienen que ver con las monarquías del pasado y poseen los
demás principios de las repúblicas democráticas, a excepción del tipo de
jefatura del estado.
Otra
cuestión es si estamos dispuestos los españoles y españolas a seguir teniendo
una monarquía o no, debate que está inmerso en uno más general sobre la
necesidad de profundas reformas institucionales de nuestro sistema
político, en plena crisis de credibilidad del mismo, y que tendrían que ir
encaminadas hacia una mejora de la calidad democrática, además de la polémica
sobre si la actual monarquía es heredera o no del franquismo, aunque sus
funciones no sean, lógicamente, las mismas que las que fueron diseñadas en su
momento por Franco en una ley fundamental.
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