Artículos de
Opinión | Manuel Harazem * | 29-01-2014 |
En una
tumultuosa asamblea de trabajadores, una de las últimas conjuntas, celebrada en
el salón de actos de un hospital andaluz a mediados de los ochenta un
acreditado médico pidió la palabra y corrigió chulescamente a los
representantes sindicales exigiendo propiedad en el lenguaje porque él, como
facultativo, no cobraba por su trabajo salario, sino "honorarios".
Aquel provocador era eso, un "provocador", pero a muchos de los que
allí asambleábamos nos dio un poco la clave de qué iba la historia en el
sindicalismo sanitario. El supuesto "antifranquismo" aglutinante
comenzaba a resquebrajarse. Las fuerzas de la reacción estaban a la guay... El
tiempo de los gremialismos resucitó de repente para pasmo de los que
considerábamos que el barco sindical obrero era lo suficientemente amplio para
todos, sin tener en cuenta el aviso de los clásicos, sobre todo la teoría
leninista del poder del aristocratismo. En poco tiempo surgieron multitud de
sindicatos profesionales que hacían competencia a los de clase. Algunos con
intenciones claramente belicosas contra otros profesionales, como el caso del
SATSE que nació en Córdoba a mediados de los 80 promovido por un grupo de
ultraderechistas vinculado al Colegio Oficial de ATS local del que ya era
presidente el gurtélico actual nacional para expulsar del mercado laboral a los
técnicos. Después vendrían los sidicatos médicos, de auxiliares, de
administrativos, de celadores... Cada uno para su buche y a luchar únicamente
por los derechos de los suyos, las más de las veces a costa de derechos ajenos.
Los
sindicatos de clase quedaron sin base para coordinar una estrategia unitaria de
lucha contra los ataques de la administración. Las amenazas de movilizaciones
con que siempre jugaron como baza fundamental resbalaban contra la coriácea
piel de la patronal por el imparable decrecimiento en el poder de convocatoria.
Fue así como el poder político-en manos de tirios social-liberales o troyanos
neoliberales cuya diferencia estribó en el mayor o menor grado de aceleración-
al servicio del capital pudo comenzar impunemente su labor de zapa de la
sanidad pública.
No están muy
lejanos los días en que la lucha contra la privatización de servicios
sanitarios (cocina, lavandería, archivos, etc.) no conseguía movilizar más que
a los afectados directamente y al cada vez menor núcleo duro concienciado
vinculado a los sindicatos de clase. Pero nunca se vio, salvo algún aguerrido
elemento muy concienciado, a un enfermero o a un médico concentrados en apoyo
de los trabajadores privatizables. Esa no era su guerra.
Ha tenido
que ser la amenaza de un ataque frontal y definitivo de los tanques del
capitalismo más salvaje aburrido de la guerra de posiciones que iba claramente
ganando la que haya conseguido aglutinar a todas las fuerzas laborales y sobre
todo a las que tradicionalmente se consideraban a salvo. Cuando les ha tocado a
todos y no estoy muy seguro si no ha ocurrido al margen de sindicatos, de clase
o profesionales, como un movimiento espontáneo de pánico.
Tal vez lo
ocurrido en Madrid pudiera servir de aviso, pero no lo creo. Aparcados
momentáneamente los tanques del capital con las cadenas rodantes atascadas en
el fango judicial la ofensiva volverá a la guerra de posiciones. Y las fuerzas
sindicales de la sanidad pública volverán a comportarse como vienen haciendo
desde hace décadas: cada cual en su trincherita independiente tratando sólo de
mantener protegidas las parcelas que afectan al grado profesional de sus afiliados.
* Para
Tercera Información.
No hay comentarios:
Publicar un comentario