No, Europa no está
avanzando. Las medidas de coordinación y gobernanza económica adoptadas en los
últimos cuatro años han estabilizado, más tarde y peor que los demás países del
G20, a las economías europeas sin acabar de resolver los problemas originarios
de las deudas de algunos Estados y de su sistema bancario.
nuevatribuna.es | Por Javier Doz
| 25 Enero 2014 -
19:54 h.
Rajoy conversa con el primer ministro de Bélgica, Elio Di
Rupo, en el úultimo Consejo Europeo. (Foto: La Moncloa)..
A propósito del debate parlamentario sobre Europa
El
22 de enero se celebró el primer pleno del año del Congreso de los Diputados.
El plato fuerte del mismo fue un debate general sobre Europa a propósito de las
conclusiones de la cumbre del Consejo Europeo del pasado mes de diciembre. En
realidad fue sobre Europa y sobre si España estaba saliendo, o no, de la crisis
y en qué estado, asuntos ambos que están estrechamente relacionados.
El
presidente del gobierno, Mariano Rajoy, centró su discurso parlamentario en los
mensajes centrales que viene repitiendo durante las últimas semanas: España
está saliendo de la crisis y recobrando la confianza de los mercados y los
inversores gracias a las políticas de austeridad y reformas estructurales que
su gobierno ha implementado; los españoles –así, en general- han hecho muchos sacrificios
pero gracias a ello vamos a entrar en un período de recuperación de la economía
y el empleo. La coletilla final, que apenas disimula el electoralismo que todo
político al uso lleva dentro, es que en 2015 ya se crecerá apreciablemente y
entonces bajará los impuestos.
Respecto
a Europa, cuestión sobre la que los grandes partidos españoles y europeos
apenas muestran rigor analítico o visión estratégica dignos de tal nombre, el
mensaje oficial es que se avanza aunque no todo lo rápido que le gustaría a
nuestro presidente, porque “tomar decisiones entre 28 socios nunca es fácil”.
Nunca queda muy claro hacia donde se avanza.
Estos
mensajes que sintetizan el pensamiento oficial del Gobierno y el Partido
Popular se sustentan en cuatro grandes falacias.
La
primera de ellas es afirmar que se está saliendo de la crisis por el hecho de
que la economía española haya dejado de hundirse y algunos indicadores
macroeconómicos empiecen a repuntar. Falsedad absoluta, cuando hemos terminado
el año con 5.896.300 personas desempleadas, una tasa de paro del 26,03% en
ligero ascenso por la caída de la población activa y una destrucción de 198.900
empleos en el año 2013 (EPA del 4º trimestre de 2013). Más falso aún porque la
perspectiva de los principales analistas económicos, que parten del
reconocimiento de que España ha salido de la recesión en términos técnicos, es
que se abre una etapa larga, de bastantes años de duración, en la que la
economía crecerá débilmente y el paro no bajará, en el mejor de los casos, del
20% de la población activa. Falso, sin posibilidad alguna de refutación, si
tenemos en cuenta, como no puede ser de otro modo, los estragos sociales que ha
producido la crisis, sobre los que no hay anuncio alguno de reparación por
parte de quienes nos gobiernan. A ellos me referiré más adelante.
La
segunda falacia es atribuir la supuesta salida de la crisis –o el haber tocado
fondo en el hundimiento como los submarinos- a lo acertado de las recetas
aplicadas: políticas de austeridad y reformas estructurales, o para hablar con
mayor precisión y no rendirnos en la batalla del lenguaje, políticas de ajuste
y recortes, devaluación salarial y contrarreformas sociales y laborales.
Teniendo
siempre en la cabeza el enorme dolor social causado y lo limitado de los frutos
económicos conseguidos, la pregunta pertinente es si no cabría haber alcanzado
estos últimos, o incluso haberlos superado ampliamente y en menos tiempo, con
otras políticas que, además, no conllevaran tanto daño social. La respuesta es
clara: por supuesto que sí. El ejemplo lo tenemos, con todos los matices que se
quiera, en los países del G20, los desarrollados como Japón y EE UU y los
emergentes. Es decir, aquellos que no abandonaron en mayo de 2010 las
prescripciones neokeynesianas que las cumbres del G20 de 2008 y 2009 habían
acordado mantener hasta que la recuperación económica se hubiera afianzado.
Estos países no han tenido una segunda recesión, como la UE, y han creado
empleo.
La
tercera y tal vez más irritante falacia que propaga el Gobierno y el PP es la
de que estamos saliendo de la recesión gracias al esfuerzo de “todos los
españoles”. Su falsedad alcanza niveles de esperpento cuando el inefable Carlos
Floriano nos dice que debido al “esfuerzo mayor de los que más tienen”.
La
mayor prueba de la falsedad del aserto es la evolución de la pobreza y la
desigualdad en nuestro país. El reciente informe de Oxfam (1) es contundente al
respecto y se suma a los estudios de Caritas o, incluso, a la lectura analítica
de las estadísticas de Eurostat. En España se alcanzó, en 2013, un nivel de
pobreza del 28%, lo que significa que viven con menos de la mitad de la renta
media 13 millones de personas. La pobreza severa que en muchos casos conlleva
desnutrición afecta a tres millones de personas. En la UE28 sólo nos superan en
pobreza relativa Grecia (35%) e Italia (30%). Las 20 personas más ricas de
España acumularon una renta de 77.000 millones de euros, la misma que sumaron
los 9,6 millones de personas que forman el 20% más pobre de nuestra población.
Lo
que probablemente no alcanza parangón en la historia social es la velocidad de
crecimiento de la desigualdad en España desde el comienzo de la crisis. Este
incremento veloz de la desigualdad en la distribución de la renta ha hecho que
España haya pasado de estar en la zona media de la clasificación a ser el país
más desigual de Europa a excepción de Letonia. El cociente “20/20”, resultado
de dividir la renta del 20% más rico de la población por la que tiene el 20%
más pobre, creció de 5,3 a 7,5 entre 2007 y 2011. Creció un 41,5% en solo 4
años lo que supone un crecimiento brutal en términos estadísticos y de historia
comparada.
Las
variables que inciden en la distribución de la renta me llevan a afirmar sin
temor a equivocarme que la desigualdad -que no es sino el reflejo de que la
crisis la están pagando los que menos tienen (lo contrario de lo que afirma el
falaz Floriano)- ha continuado su ascenso en 2012/2013. Porque es en estos dos
años cuando la UE y el Gobierno de Rajoy han logrado imponer una devaluación
salarial que hace que los salarios reales lleven disminuyendo nominalmente
durante los últimos cinco trimestres. Al tiempo, los salarios de los directivos
de empresa aumentaron, en 2013, nada menos que un 7%. Esta desigualdad ha sido impulsada
conscientemente por el Gobierno de Rajoy con medidas como: disminuir el salario
de los funcionarios; congelar las pensiones; una reforma laboral que, entre
otras cosas, debilita seriamente la negociación colectiva para hacer disminuir
los salarios reales en el sector privado; fuerte aumento del IVA y de las tasas
de los servicios públicos y copago de medicamentos y otros servicios
sanitarios; supresión o disminución de prestaciones sociales (dependencia y
otras); etc., etc.
Mientras,
no se ha hecho nada serio para evitar que los ricos y las grandes empresas
continúen defraudando al fisco o eludiendo pagar los impuestos que deben. Sin
hablar de la imposibilidad cuasi metafísica de acabar con los paraísos
fiscales. Hoy el sistema fiscal español está degradado y promueve una
distribución injusta de la renta a favor del 1% más rico de nuestra sociedad.
Por supuesto, no es responsabilidad sólo del PP.
No
vale achacar en exclusiva la pobreza y la desigualdad a la crisis, ni siquiera
a las políticas impuestas por Berlín y Bruselas, por mucho que hayan
contribuido a ello. El aludido informe de Oxfam-Internacional nos dice que la
desigualdad aumentó en 24 de los 26 países estudiados. Pero en ninguno creció
tanto como en España y hubo dos en los que disminuyó ligeramente: uno poderoso,
Alemania, y otro incluso “rescatado” por la troika, Portugal. En ambos
el coeficiente 20/20 se sitúa alrededor del 4,5.
Termino
con la falacia europea, aquella por la que se nos dice al término de cada
cumbre del Consejo que la Unión Europea está avanzando. Incluso después de
aquellas reuniones, que son las más, en las que las conclusiones son sólo un
conjunto de vaguedades ajenas a los problemas acuciantes de los europeos y a
las medidas que se deberían adoptar para solucionarlos.
No,
Europa no está avanzando. Las medidas de coordinación y gobernanza económica
adoptadas en los últimos cuatro años han estabilizado, más tarde y peor que los
demás países del G20, a las economías europeas sin acabar de resolver los
problemas originarios de las deudas de algunos Estados y de su sistema
bancario. Han producido recesión, paro, pobreza y desigualdad. Han agravado el
déficit democrático de las instituciones europeas y promovido profundas
divergencias, económicas y sociales, entre los Estados. Bajo la hegemonía
política de los conservadores alemanes, hoy la UE carece de proyecto, lo que
agrava la mayoritaria y profunda desconfianza de los ciudadanos europeos hacia
ella.
Pero
había alternativas a la crisis de las deudas soberanas distintas a la “austeridad”,
basadas en el establecimiento para la Zona euro de las condiciones que debe
reunir toda Zona monetaria, en hacer de las inversiones con futuro y el empleo
las primeras prioridades y en actuar bajo el principio de la solidaridad entre
los Estados. Como las hay también para preservar la existencia del proyecto
político más importante del Siglo XX, que sólo podrá subsistir con el apoyo de
la ciudadanía europea. Pero eso sí, no valen más parches ni falacias. La
preservación de la UE exige a mi juicio su refundación política, en clave
social y democrática, para encarar la construcción de la Federación de los
Estados Unidos de Europa.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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