Cándido Marquesán Millán | Profesor de Secundaria. Zaragoza
nuevatribuna.es
| 29 Enero 2014 - 15:26 h.
He tenido la
gran suerte de que cayera en mis manos un extraordinario artículo titulado Repensar
el neoliberalismo, de Christian Laval. Lo he leído en repetidas
ocasiones, ya que es denso y lleno de calado ideológico. Me ha servido para
conocer mejor y reflexionar sobre los procedimientos usados por determinados
ideólogos para sembrar la semilla del neoliberalismo, cuyo dominio actual es
apabullante y que explica esta auténtico infierno en el que estamos sumidos. De
momento, la izquierda retirada en los cuarteles de invierno, dando la razón a
las palabras ya en el 2008 del gran Saramago: “La izquierda no tiene ni
puta idea del mundo en que vive”. A mi intención, deliberadamente provocadora,
la izquierda respondió con el más gélido de los silencios. Ningún partido
comunista. Tampoco ninguno de los partidos socialistas consideró necesario
exigir una aclaración al atrevido escritor que había osado lanzar una piedra al
putrefacto charco de la indiferencia. Nada de nada, silencio total, como si en
los túmulos ideológicos donde se refugian no hubiese nada más que polvo y
telarañas, como mucho un hueso arcaico que ya ni para reliquia serviría…”
De todo el
contenido del artículo de Laval he tratado de reflejar lo fundamental, con
algunas acotaciones y reflexiones personales.
Si queremos
enfrentarnos desde la izquierda con unas políticas alternativas contundentes y
claras a las vigentes del neoliberalismo, es urgente comprender los
mecanismos por los cuales las ideas y políticas de este han llegado a ser
preponderantes. Nadie se atreve a cuestionar el actual estado que nos está
llevando a un auténtico genocidio social, aunque desde poderosos medios nos
quieren convencer de que todo va bien. Nos dicen que es un día pleno de sol,
cuando estamos inmersos en una noche tenebrosa. Quien tiene la osadía de
discrepar es acusado de irracional y de estar desconectado de la realidad. Mas
todavía hay margen de actuación para adoptar otro rumbo, aunque para ello se
necesitan nuevas armas teóricas para luchar contra la fuerza de las
constataciones y de los poderes que las encarnan. Es claro que la situación
social, económica y política de la actualidad es producto de la imposición
de una determinada hegemonía. Cualquier ciudadano mediante consciente,
ocupado y preocupado por la cosa pública, sabe que este auténtico holocausto
social, en el que estamos inmersos, es producto de que la grandes grupos
financieros, empresariales y mediáticos han alcanzado una hegemonía, lo que
supone la implantación de sus planteamientos ideológicos. Pero esta hegemonía
es cuestionable, a través de unos poderes contra hegemónicos, que deberían
estar en las fuerzas de la izquierda, tanto en el ámbito político, social,
económico o sindical. Frente a esta imposición del austericidio, hay otras
opciones. Vaya que si las hay. Se podría renegociar la deuda, o, incluso,
negarse a pagar la deuda que fuera odiosa. O la reducción de la deuda pública,
en lugar de por la vía del gasto social, hacerlo por la vía del incremento de
los ingresos, con una reforma fiscal progresiva, o la persecución del fraude
fiscal. Esas otras alternativas hoy nos las muestran como irracionales y
antinaturales. Esa ha sido su gran victoria neoliberal. La victoria además de
costosa, estuvo muy bien programada. Todo empezó así.
Lo que para
los observadores contemporáneos aparece como una batalla de intereses
contrapuestos, que es zanjada por el voto de las masas, ha sido generalmente
decidido mucho tiempo antes con una batalla de las ideas en un círculo
restringido. En una entrevista en el diario “Le Figaro”, Sarkozy afirmó que:
“en el fondo, he hecho mío el análisis de Gramsci: el poder se gana por las
ideas”. Consciente de esta circunstancia la derecha ha sabido jugar sus cartas
en esta batalla, y desde hace varias décadas tiene estratégicamente la
hegemonía ideológica, y también la hegemonía política. Mas no ha sido siempre
así. Al final de la II Guerra Mundial, estaba vigente la doctrina de Keynes y
se iniciaban en Europa occidental políticas dirigidas a la implantación del
Estado de bienestar. Por ello, en abril de 1947 se reunió en el “Hotel du
Parc”, en Mont-Pèlerin, en Suiza, un grupo de 39 personas entre ellas:
Friedman, Lippman, Salvador de Madariaga, Von Mises, Popper.. con el objetivo
de desarrollar fundamentos teóricos y programáticos del neoliberalismo,
promocionar las ideas neoliberales, combatir el intervencionismo económico gubernamental,
el keynesianismo y el Estado de bienestar, y lograr una reacción favorable a un
capitalismo libre de trabas sociales y políticas. Este combate de los
neoliberales duro y contracorriente finalmente alcanzaría su éxito en la
segunda mitad de los años 70, después de la crisis de 1973, que cuestionó todo
el modelo económico de la posguerra. Su victoria fue producto de muchos años de
lucha intelectual. Suele atribuirse al reaganismo, al thatcherismo y a la caída
del Muro, pero la historia es más larga. Su triunfo se vio facilitado por la
autocomplacencia de una izquierda autosatisfecha. Como dice Susan George
“Si hay tres tipos de gente, los que hacen que las cosas sucedan, los que
esperan que las cosas sucedan, y los que nunca se enteran de lo que sucede; los
neoliberales pertenecen a la primera categoría y la mayoría de los progresistas
a las dos restantes”. Estos son los hechos.
Es
paradójico que los análisis que aportaron una profunda renovación al estudio
del neoliberalismo fueron realizados, en gran parte, hace treinta años por Michel
Foucault, sin que los movimientos sociales ni los intelectuales ligados a
ellos hayan agotado sus enseñanzas. Algunos libros, como de Keith Dixon o
Serge Halimi explican la manera en que los neoliberales tras la II Guerra
Mundial divulgaron sus ideas en los medios de comunicación, en las
universidades y fueron capaces de influir en líderes de la derecha. Nos dan luz
sobre el trabajo eficaz de los think tanks y cómo el mundo político e
intelectual anglo-norteamericano se ha visto progresivamente inmerso en la gran
oleada neoliberal. Para explicar la especificidad del neoliberalismo francés
apareció en 2007 el libro de François Denord, aunque faltan
trabajos para explicar el neoliberalismo como ocurre en España. No obstante,
recientemente ha aparecido el libro de Anton Losada bajo el sugerente
título de Piratas de lo público.
Uno de los
referentes para entender el neoliberalismo fue Michel Foucault, en la
recopilación de sus cursos del año 1978-1979, que dio lugar a la obra titulada Nacimiento
de la biopolítica. Este curso marca el inicio, en numerosos países, de una
corriente investigadora centrada en la «gubernamentalidad», concepto que
Foucault consideraba esencial para comprender las nuevas formas de gobernación.
El neoliberalismo aporta ante todo una reflexión sobre las técnicas de
gobernación a emplear cuando el sujeto de referencia se constituye a la manera
de un ente maximizador de su utilidad. El proyecto político neoliberal desborda
con creces el mero marco de la política económica, la cual no se reduce a la
reactivación del viejo liberalismo económico, y todavía menos al repliegue del
Estado o a una disminución de su intervencionismo. En todo caso, está guiado
más bien por una lógica normativa que afecta a todos los terrenos de la acción
pública y a todos los aspectos de los ámbitos social e individual. Basado en
una antropología global del sujeto económico, pone en funcionamiento resortes
sociales y subjetivos propios, como la competitividad, la «responsabilidad » o
el espíritu de empresa, y aspira a crear un nuevo sujeto, el sujeto neoliberal.
Se trata, en definitiva, de crear cierto tipo de hombre apto para dejarse
gobernar por su propio interés. Por tanto, el propósito del poder no aparece
determinado de principio, sino que se va realizando mediante los dispositivos
que el gobierno crea, mantiene e impulsa.
A partir del
análisis foucaltiano, la politóloga norteamericana Wendy Brown lleva a
cabo un corrosivo diagnóstico de la crisis democrática en los países occidentales
o, con mayor exactitud, del proceso de desdemocratización iniciado en
estos países, comenzando por Estados. Unidos. En su ensayo «El liberalismo y el
fin de la democracia», recuerda que las políticas neoliberales «activas»
apuntan a la gobernación de un sujeto «calculador», «responsable » y
«emprendedor en la vida», capaz de aplicar una racionalidad económica universal
a cualquier terreno vital y a cualquier esfera: salud, educación, justicia,
política. Todo tiene un precio. Brown se propone demostrar que este proyecto
político viene a sustituir la normativa política y moral hasta entonces vigente
en «las democracias liberales», practicando una considerable labor de
destrucción de las formas normativas precedentes. Un proyecto que certifica la
eliminación del sujeto democrático que fuera referente idóneo de la democracia
liberal. De este modo, poco a poco va desapareciendo la figura del ciudadano
que, junto a otros ciudadanos iguales en derechos, expresaba cierta voluntad
común, determinaba con su voto las decisiones colectivas y definía lo que había
de ser el bien público, para verse reemplazado por el sujeto individual,
calculador, consumidor y emprendedor, que persigue finalidades exclusivamente
privadas en un marco general de reglas que organizan la competencia entre todos
los individuos. Los criterios de eficacia y de rentabilidad y las técnicas de
evaluación se extienden a todos los terrenos a manera de evidencias
indiscutibles. El sujeto moral y político se reduce a mero calculador obligado
a elegir en función de sus intereses propios. A juicio de Brown, las
consecuencias de este cambio son nefastas. Afectan a las libertades
individuales y colectivas que las democracias liberales garantizaban. La
gubernamentabilidad neoliberal mina la autonomía relativa de ciertas
instituciones, justicia, sistema electoral, policía, esfera pública, entre sí,
tanto como su autonomía en relación al mercado. El proceso de
desdemocratización neoliberal va más allá del deseo de Hayek de prohibir
las políticas sociales y redistributivas. Este, pese a su cruzada
antisocialista, no pudo prever que potenciar los fines privados en detrimento
de cualquier objetivo común iba a cuestionar la democracia misma. Desde esa
perspectiva, el neoliberalismo tiene que ser muy preocupante para los viejos
liberales preocupados por las libertades civiles y políticas. Este deterioro de
la democracia liberal condiciona también a la izquierda política. Así, la
crítica social y política se resiente y se desestabiliza, pues debe olvidarse
no solo del socialismo, sino también de las formas políticas del viejo
liberalismo. En cuanto esta crítica deja de someterse con resignación a la
nueva racionalidad, pasa a encabezar la defensa de las antiguas instituciones
democráticas liberales ( de las libertades individuales y políticas, del
laicismo), cuyo carácter incompleto, desigual había criticado hasta hace poco.
Así a la izquierda le sería necesario formular un contraproyecto basado en otra
racionalidad moral y política, y por lo tanto en otra concepción de lo humano,
de lo que hasta ahora se ha mostrado incapaz.
Para
construir esta crítica desde la izquierda es imprescindible analizar las
relaciones entre neoliberalismo y neoconservadurismo. Ambas racionalidades
según Brown deben verse de forma conjunta. Si algo caracteriza a la derecha es
su gran capacidad de adaptación, de desdoblarse, pertrechada de grandes dosis
de cinismo. Por ello no tiene problema alguno de compaginar el neoliberalismo
con el neoconservadurismo, aun siendo planteamientos no fáciles de ir juntos.
La Nueva Derecha inglesa, desde su irrupción con Margaret Thatcher contiene
en su seno las dos tendencias: la neoliberal y la neoconservadora. Esta segunda
se enfrenta a los problemas apelando a la tradición, la jerarquía y la
moralidad que determinadas instituciones como el Estado, la familia y la
iglesia aportan a la sociedad para restaurar o conservar los viejos valores. Si
nos fijamos en el ámbito educativo, el neoliberalismo apuesta por la libertad
de elección de centro, el cheque escolar y la privatización de la educación,
adelgazando el papel del Estado. En cambio, la neoconservadurismo considera que
la educación es muy importante para dejarla en manos del mercado, reclamando,
por ende, un Estado fuerte capaz de restaurar e imponer los viejos valores. En
base a lo expuesto en el thatcherismo se enfrentaron ambas tendencias y
generaron fuertes tensiones, aunque su acierto consistió en diluir esas no
pequeñas diferencias, promoviendo compromisos internos.
Como réplica
a la destrucción del sujeto moral y político en la lógica empresarial y
consumista, el neoconservadurismo serviría como una nueva forma política para
recuperar la moral y la autoridad según presupuestos normativos de antaño, para
dar ciertas dosis de seguridad a la sociedad, sobre todo a las clases populares
cada vez más desprotegidas como consecuencia del desmontaje del Estado de
bienestar. La derecha con gran habilidad llevaría a la vez una política
beneficiosa para los ricos, como es obvio, pero consoladora para los pobres,
recurriendo al patriotismo y a la autoridad para combatir la delincuencia y la
marginalidad. Mas para Brown, las cosas no resultan fáciles de encajar. Pone de
manifiesto la heterogeneidad del neoliberalismo y mucho más del
neoconservadurismo, como la incompatibilidad de ambas tendencias. Algunos
moralistas conservadores se escandalizan ante la vorágine del consumismo
insolidario y la ruptura de los vínculos sociales, consecuencias gravísimas e
irrefrenables del capitalismo más voraz. Las visiones del mundo entre ambas
tendencias tampoco sintonizan, divididas entre la defensa de lo nacional frente
al orden planetario.
Pero también
tienen concordancias, que predominan sobre las divergencias. La moral, teñida a
conveniencia, de valores religiosos, tradicionales y nacionales, puede ser
utilizada para manipular a los ciudadanos. La guerra puede servir como
dispositivo de asimilación y movilización en una sociedad escindida. Siguiendo
el análisis de Foucault, puede observarse y comprenderse el espacio común entre
neoliberalismo y neoconservadurismo en su referencia común al “individuo que
debe responsabilizarse de sí mismo”, por lo que las expectativas de la vida de
los ciudadanos derivan de lo que ellos hagan por sí mismos y no de lo que la
sociedad puede hacer por ellos. Como consecuencia de tal responsabilización
conductual, de tal privatización de los problemas sociales, y sirviéndose
arteramente de la difícil situación económica y en buena parte causada por
ellos, los dirigentes se han lanzado con un voracidad a desmontar los sistemas
públicos de pensiones, educación y sanidad, adoptando el modelo del individuo
como empresario de sí mismo, por un lado, y el de buen padre de familia
trabajador, y previsor, por otro. De ahí otro daño colateral del
neoliberalismo, como es la despolitización de la ciudadanía, para así poder
cometer sus tropelías. Ha calado la idea de que es decente quien no se mete en
política, ya que va a lo suyo. Y ya es la culminación de la virtud si solo vive
para su familia: de casa al trabajo y del trabajo a casa. De la política como
algo abyecto hay que huir despavoridos. Lo único valioso es la vida privada, la
familiar y laboral. De ahí que muchos alardean yo no soy político.
Para Brown
se produce una articulación problemática entre neoliberalismo y
neoconservadurismo. El nuevo sujeto neoliberal se siente liberado de los
valores y las prácticas de la democracia liberal y al renunciar a su ciudadanía
acepta mejor sus obligaciones. La actual desdemocratización que promueven
los políticos de la derecha, fue anunciada por el neoliberalismo impulsado
tanto por la derecha como por la izquierda hace ya tres décadas.
El final de
su ensayo Brown, se pregunta qué tipo de política de izquierdas y qué forma de
renovación democrática podría oponerse a este proceso de descomposición pleno
de las formas morales y políticas, para poder escapar de esta pesadilla:
“¿Seguimos siendo realmente demócratas, seguimos creyendo todavía en el poder
del pueblo y lo deseamos de verdad? Debemos salir de esta pesadilla, que es
nuestra, y de la que debemos despertar.
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