Presidente de la
Organización Médica Colegial y del Foro de la Profesión Médica
La profesión médica asiste
confundida e irritada a políticas económicas, financieras y sanitarias
temerarias cuando no hostiles para el Sistema Nacional de Salud (SNS). La
generosidad con la que diversas organizaciones sanitarias han ofrecido su apoyo
para explorar rutas nuevas de austeridad sin “austericidio” corren el riesgo de
ser desatendidas. Recogiendo un amplio sentir de los médicos, avalado por
literatura científica solvente, queremos expresar tres ideas clave para abordar
las necesarias reformas de la sanidad pública, claramente diferenciadas de
otras propuestas aunque se les asigne idéntica denominación
Primera: la atención
sanitaria de excelencia se desarrolla en redes asistenciales que integran
millones de elementos, que son muy costosos, altamente interdependientes y
difíciles de engarzar; por ello estas redes son muy vulnerables a las
manipulaciones bruscas y torpes. La rápida descapitalización de los recursos
humanos, físicos y tecnológicos (que son activos altamente específicos) que se
ha experimentado desde 2010 en la sanidad pública, se agrava por la aplicación
mecánica, lineal y autoritaria a través de recortes presupuestarios.
La Organización Médica Colegial
advirtió hace pocos años contra el crecimiento no planificado de la sanidad
española, y en particular contra la pulsión de importar médicos y expandir las
facultades de medicina y su producción de licenciados; faltaban médicos, se nos
decía a pesar de nuestros informes. Hoy no sólo tenemos que presenciar el
triste éxodo al extranjero de especialistas jóvenes, sino que sufrimos el
riesgo de hipotecar el relevo inter-generacional de la medicina española. Que
sirva esta mención para señalar la importancia de la sensatez y el consenso en
las políticas públicas: en medicina al crecimiento rápido y desordenado le
llamamos tumor; y al decrecimiento brusco amputación.
Segunda: el ánimo de lucro
no es compatible con una medicina universalizada, de alta calidad y accesible
para todos los ciudadanos. Los políticos que quieren insertar el lucro en el
corazón del sistema con argumentos de una presunta eficiencia, o actúan por ignorancia,
o se han apartado decididamente del interés general de la sociedad a la que han
prometido servir. La preferencia secular que existe en la sanidad por las
instituciones públicas o sin ánimo de lucro, complementadas con contratos por
procesos al sector privado comercial o profesional, muestra un punto de
equilibrio razonable. Por el contrario, romper este equilibrio sería gestión
temeraria, y especialmente cuando se busca entregar la responsabilidad de la
cobertura de riesgos sanitarios de poblaciones enteras a grupos empresariales
con inversores ajenos al sector o al país, que esperan rápidos y altos retornos
a su dinero. La disculpa de la eficiencia y abaratamiento de los servicios no
es aceptable a estas alturas, máxime cuando ningún adalid de la externalización
masiva del aseguramiento sanitario público, aporta estudios económicos serios
(y a veces ningún estudio en absoluto).
Tercera: sólo de la simpleza
o desinformación puede creerse que el problema es de “productividad” de los
sanitarios, y proponer medidas “gerencialistas”, como si la presión y la
amenaza a los profesionales fueran el camino para recuperar la ansiada
eficiencia. El activo esencial del sector es el conocimiento, y la
sostenibilidad interna de los sistemas públicos de salud (y de la medicina
moderna) se basa en gestionar de forma sabia el amplio y complejo arsenal
diagnóstico y terapéutico disponible. A esto es a lo que se llama “clinical
governance” o “clinical leadership”, y que en español hemos traducido por
“gestión clínica”: no se trata de crear intra-empresas fragmentarias, ni de
convertir a los jefes de unidad clínica en clones de los gerentes, ni de
instaurar la pulsión productivista atolondrada.
La gestión clínica, tal y como la
entendemos, trata de fomentar la buena y sensata medicina de siempre, en un
contexto de expansión del conocimiento y las tecnologías, y de dominio del
envejecimiento y la cronicidad. Porque los problemas se agravan cuando se
combina la tendencia a la super-especialización con pacientes pluri-patológicos,
y sólo un esfuerzo constante de integración asistencial permite dar respuestas
armónicas, éticamente correctas y clínicamente apropiadas a cada persona y
circunstancia.
Y para la gestión de los
“micro-sistemas” clínicos, de lo esencial, se precisa cambiar la organización y
funcionamiento de los centros sanitarios, combinando una cesión real de poder,
autonomía y capacidad de auto-organización a los profesionales, con sistemas
efectivos y trasparentes de rendición de cuentas. Y en este contexto es donde
mejor se pueden conciliar el interés de los pacientes, el respeto a la
evidencia científica, el compromiso social, el prestigio profesional y la
responsabilidad por la sostenibilidad interna de los sistemas públicos de
salud.
La necesaria eficiencia social del
gasto público en salud es el cociente entre el gasto sanitario y la efectividad
conseguida, que se expresa en reducción de la mortalidad evitable y de la carga
de enfermedad que supone sufrimiento y discapacidad. Hacer más de lo mismo no
ayuda a mejorar la salud: el objetivo de la ciencia y la práctica médica en el
Siglo XXI es incorporar de forma inteligente y armónica la mejor evidencia, y
desplazar lo que no demuestre aportar valor significativo, es decir lo que no
sea clínicamente relevante aunque sea estadísticamente significativo; y hacerlo
desde la conciencia autocrítica, estimulada por nuestro compromiso tanto con el
paciente al que servimos como con la sociedad que nos financia.
Pero no podemos hacerlo solos.
Necesitamos revitalizar el contrato social entre ciudadanos, políticos,
gestores, sanitarios y pacientes. Como decía un ilustre nefrólogo madrileño ya
jubilado:
“Para hacer (gestión clínica) se
precisa una visión menos pesimista; los médicos no son especialmente inicuos,
sino que por el contrario, suelen tener un reservorio notable de ideales de
servicio, deseos de hacer las cosas bien y sentimientos compasivos con los que
sufren; buena parte de la alta reputación ciudadana reconoce este hecho… Pero
tampoco son héroes altruistas o islotes de grandeza moral en un mundo corrupto”
Y en medio de tantos ejemplos de
bajeza moral en la vida pública, resulta difícil mantener un discurso
regeneracionista dentro de la profesión médica. Pedimos a los representantes
políticos e institucionales que practiquen ellos mismos esa generosidad que tan
ampliamente solicitan; que honren los pactos a los que llegan; que no estropeen
palabras tan importantes como sostenibilidad, universalidad, calidad,
profesionalismo o gestión clínica. La patria no es sólo un territorio o una
bandera: es lo que nos une y nos alimenta moralmente, es el SNS, son sus
ciudadanos, y a ellos nos debemos todos. Por eso cuando hablamos de patria no
es susceptible de venta, de intercambio, de rebajas o de saldos.
La profesión médica, sin desconocer
los desaciertos y errores cometidos, ni la propia heterogeneidad de los
colectivos que la integran, está intentando estar en este delicado momento
histórico de nuestro país a la altura de sus responsabilidades, que van mucho
más allá de sus intereses gremiales para identificarse con los de los
pacientes, de la sociedad, y de la ciencia que nos sostiene y que nos legitima.
Fuente: www.elpais.com
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