miércoles, 29 de enero de 2014

“PUES ME TENDRÉ QUE IR A CASA DE RAJOY A COMER”

     REPORTAJE: OLIVIA CARBALLAR / FOTOS: LAURA LEÓN
Detrás de estas uñas pintadas de rojo hay 47 años de trabajo. En una fábrica, despachando y en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde posa con todos esos botes de pastillas. Detrás de esas uñas pintadas de rojo y un rostro que prefiere ocultar a pesar de que es casi imposible encontrar una arruga en él, hay una mujer fuerte, vitalista, con un cáncer de riñón extendido por parte de su cuerpo. Se llama Antonia Vargas y tiene 73 años. Su tratamiento, las pastillas que recoge en el hospital, cuestan al mes unos 3.800 euros, 125 euros diarios. “Pues me tendré que ir a su casa a comer”, dice con ironía a su oncólogo, Ignacio Durán. No se refiere a la casa del doctor, sino a la de Rajoy. Si Andalucía aplicara el copago hospitalario establecido por el Gobierno central para enfermos crónicos, Antonia tendría que desembolsar unos 130 euros por los 30 meses de media que puede durar este primer tratamiento, según calcula la Consejería de Salud. 4,26 euros al mes. Una minucia, sostienen sus defensores, que se suma a otra minucia y a otra, y a otra minucia más… y termina siendo un capital para los que menos tienen.
“Y los seis euros y pico que me cuesta el Almax, porque estoy operada de estómago y lo necesito; y ya no me lo cubre la seguridad social; y las lágrimas que me mandó el otro día el oculista porque tengo el ojo seco, que son otros siete euros; y si tengo hemorroides, tengo que pagar también la pomada entera; y tocaré madera, porque no me resfrío, pero del paracetamol también tengo que poner una parte. Y son muchos piquitos”, desgrana Antonia con su brazo en cabestrillo, dañado por la difuminación del tumor, del que fue operada hace dos años.
“No sé cuánto piensa el Estado obligar a los pacientes a pagar. Desconozco el porcentaje que quieren hacerles pagar. Es contratrio a los principios éticos y no vamos a dejar a una persona sin tratamiento porque no pueda costeárselo”
Su pensión es relativamente alta, mil euros, en comparación con los ingresos de otros pacientes del doctor Durán, que cobran 400 euros, que están en paro, con hijos desempleados y con el sufrimiento que ya de por sí acarrea esta enfermedad. “Antonia tiene buen aspecto, pero hay otras personas que llegan con dolores, ahogo… que me piden venir una vez cada tres semanas en vez de una vez a la semana porque no pueden gastarse los seis, los doce o los quince euros que les cuesta trasladarse en autobús”, cuenta el oncólogo. “No sé cuánto piensa el Estado obligar a los pacientes a pagar. Desconozco el porcentaje que quieren hacerles pagar. Es contratrio a los principios éticos y no vamos a dejar a una persona sin tratamiento porque no pueda costeárselo“, sostiene rotundo el médico. Un buen síntoma de la sanidad pública andaluza, que tampoco está libre de achaques. Durán no cree que esta medida se imponga en ningún sitio: “Independientemente de que la Junta de Andalucía se oponga, creo que el Gobierno dará marcha atrás. No es apropiado cargar el peso de cualquier reforma en la parte más frágil. Y, sinceramente, los millones de euros que esto pueda ahorrar sí son una minucia. Estamos gastando poco inteligentemente el dinero en otras cosas”, sostiene el médico, que nunca lleva bata.
La medida ni siquiera convence a autonomías gobernadas por el partido del Gobierno, como Castilla-La Mancha, que ya ha anunciado que asumirá todos los costes. Según cálculos de la Consejería de Salud, el copago hospitalario afectaría a unos 90.000 pacientes en Andalucía, una comunidad que libra varias batallas contra las políticas del PP, cuyo modelo privatizador acaba de tumbar la justicia en Madrid, con la dimisión del consejero de Sanidad incluida.
El oncólogo Ignacio Durán, en el Virgen del Rocío. // LAURA LEÓN
Los tratamientos como los que recibe Antonia suelen durar de media unos dos años y medio, pero hay quienes necesitan recibirlo hasta cuatro o cinco años. Frente a los intravenosos que solían hacerse hasta ahora, se están administrando cada vez más terapias orales, pacientes que se verían afectados también por la medida. “Aquí vemos a unos 20 pacientes al año. La enfermedad de Antonia es residual, supone un 4% de todos los tumores, es decir, en España se diagnostican al año 4.000, y de ellos unos 1.200 van a necesitar el tratamiento sistémico de Antonia. Pero sólo hay que irse  al despacho de al lado”, señala el doctor. Allí se trata el cáncer de mama. Y, según Durán, se va a aprobar un fármaco muy similar al que recibe Antonia, que supone unos 50.000 euros al año por paciente.
“Es que esto del copago la gente no lo quiere ni escuchar”, afirma también sin creérselo Antonia, que dice que feliz no está, pero sí contenta por la medicación. “Dentro de lo desafortunado que puede ser tener un cáncer de riñón extendido, la fortuna entre comillas que tienen estos pacientes es que hasta hace aproximadamente siete u ocho años no había nada eficaz para tratarlo, y ahora tenemos una serie de fármacos que nos han permitido mejorar de una forma significativa tanto la cantidad de vida como la calidad”, explica el oncólogo. Antonia, en los dos meses que lleva de tratamiento, ya ha notado una mejoría en la movilidad del brazo.
“Que abandonden el chófer y viajen con bonobús. La de autobuses que he cogido yo en mi vida”, suspira Antonia
Ella ha vivido también otro tipo de sanidad en la misma Andalucía. La de los años 70, con el franquismo todavía vivo. “Yo entré con las alumnas en la escuela de enfermeras, en el office, en el 70 o 71. Y vi los privilegios. Las monjas tenían una hoja de salario como yo, pero a ellas les daban la comida, la casa, les planchaban la ropa… lo que no les hacían era la cama, porque tenían voto de pobreza. Y a las enfermeras que estaban internas, a esas sí, les limpiaban todo, nosotras les servíamos la mesa… Esas tenían voto de riqueza. Y claro, vivían estupendamente. Ellas estaban aquí para cuando hubiera una urgencia, pero nunca las vi salir corriendo. Cuando se han jubilado tienen hasta chalets. Yo he tenido mi trabajo y estando buena no me hace falta nada”, concluye Antonia como si no le pesara el sufrimiento. “Con la democracia y la izquierda todo cambió”, añade. Y muy reivindicativa, propone que los cargos públicos y los políticos abandonden el chófer y viajen con bonobús. “La de autobuses que he cogido yo en mi vida”, suspira.
EL PAPEL DE LAS FARMACÉUTICAS
El doctor Durán, que asegura ir al trabajo a veces en autobús, a veces en bicicleta, considera que para costear estos tratamientos hay que sentarse también con las farmacéuticas: “Las compañías tienen sus argumentos y aducen que requieren una inversión importante, pero dada la coyuntura económica actual todos los que estamos involucrados en este juego tendremos que ceder en algo”, afirma. Como el que vende muebles y ha tenido que bajarlos, ejemplifica. Aquí, además, con más razón, porque lo que está en juego es la vida de las personas. “Esto no es una pastilla para prevenir los ardores de estómago o evitar que suba el colesterol. Esto es una pastilla para evitar que crezca más un tumor que está creciendo”, insiste el doctor, consciente de que gestionar un sistema público de salud es altamente complejo.
“He vivido en varios países y el nuestro está a la cabeza de los servicios públicos mundiales en relación con lo que ofrece al usuario”, afirma el oncólogo
“Es importante que el usuario entienda lo que tiene y creo que a veces no se es consciente. He vivido en varios países y el nuestro está a la cabeza de los servicios públicos mundiales en relación con lo que ofrece al usuario. El sistema se ha sostenido a costa de ir de alguna manera reduciendo gastos en otras partidas, de salarios a los profesionales que tiran del sistema, profesionales que se agotan, porque uno tiene vocación pero con la vocación tampoco pagas la hipoteca, el alquiler… Hay que articular otras soluciones“, defiende. Cita la retirada de la cartera de servicios de algunas prestaciones y mejorar la eficiencia del funcionariado premiando al que trabaja y sancionando al que no lo hace. “Eso tiene más sentido que hacerle pagar a un señor 150 euros”, zanja.
“¿Usted de dónde es, que habla tan bien?”, le pregunta Antonia. “De Toledo, de Talavera de la Reina”, responde el médico. Y Antonia, con sus uñas pintadas de rojo, continúa hablando mientras se levanta de la silla: “¿Dónde están los tres millones de puestos de trabajo que prometieron? ¿Dónde están los brotes verdes? Será que tienen buenas macetas en sus buenas casas. ¿Y la Virgen del Rocío? Será que ya no los escucha y ahora se encomiendan a Santa Teresa. ¿Y lo del aborto ahora? ¿Y el rey y la Cristina?”. Ella volverá a la consulta la próxima semana. En autobús.




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