Alberto Requena | Presidente del Partido Socialista
en la Región de Murcia
nuevatribuna.es
| 28 Enero 2014 - 15:15 h.
Llamamos crisis
a la situación que estamos atravesando. Pero crisis implica que hay posible
superación, que pasa, que tiene final. Se ha instalado en la sociedad la idea
del comportamiento cíclico de la economía, entre otras y se ha asimilado
“genéticamente” la eventualidad de los periodos depresivos.
Estrictamente hablando, crisis implica cambios que entrañan evolución,
dentro de un orden, es decir, previsibles, porque de no serlos, supondrían una revolución
por la profundidad y violencia de los mismos, en relación con la situación
establecida en un momento dado.
Claro que,
en el fondo, el propio lenguaje limita psicológicamente el alcance de los
acontecimientos. Para empezar, la suposición de evolución asociada a una
crisis es engañosa, por cuanto en realidad lo que el término crisis
conlleva es la superación de la misma y, veladamente, el restablecimiento de la
situación de partida y, en el mejor de los casos, haber aprendido algo que,
también supuestamente, evitará que se vuelva a repetir. Todo se basa en aplicar
experiencias pasadas, vividas y sufridas, bajo el supuesto de que todo es
homogéneo y que los criterios a aplicar para solucionar las crisis son,
poco menos, que universales e infalibles. Cómo mucho, en el lenguaje popular,
hay que esperar a que “escampe”, como si solamente se tratase de una
tormenta. Es decir, se supone que las cosas, solas, sin que nadie las toque, al
final, vuelven a su cauce.
Cabe pensar
que las consecuencias intelectuales derivadas de episodios críticos, han
pasado por alto alguna de las variables más significativas. De no ser
así, no es posible que nos veamos enfrentados, cada vez, a un escenario
distinto y tratemos de salir de él, con las mismas o parecidas herramientas.
Para empezar, las pérdidas sufridas en estos procesos críticos, suelen
valorarse, reducidamente, en términos económicos. Pero es que ni siquiera este
ámbito de valoración es ajustado. Económicamente ¿según quién? ¿la globalidad
proporciona un buen indicador? ¿es suficiente? Puede que queden aspectos
latentes, perjudiciales, que emerjan posteriormente con mayor virulencia.
Los datos
conocidos recientemente, por el trabajo de Intermon Oxfam, nos alertan de lo
peor. La llamada crisis está azotando con fuerza inusitada a la población
más indefensa. En modo alguno ha supuesto esta crisis la toma de medidas de
ajuste que hayan hecho recaer la mayor intensidad de la respuesta a la población
más pudiente. Todo lo contrario, los más modestos y la clase media han
cargado con el “marrón”. Si 20 personas reúnen lo mismo que el 20% más
pobre de la población, quiere decir que 20 personas acumulan lo mismo que más
de 8 millones de personas. Son cifras impúdicas, desde luego. Pero lo
peor es que la crisis está agravando esta monstruosa desigualdad.
Llegamos a
este punto de la crisis con el impacto de las medidas tomadas por los gobiernos
del PP, pero debemos analizar el punto de partida, que no es otro que el sustrato
que emergió de la anterior crisis y las medidas que se tomaron entonces.
Durante el periodo de bonanza económica anterior se fue gestando la denominada
burbuja inmobiliaria que no estaba funcionando, tampoco, ni de forma transparente
ni equilibrada. Los beneficios los acumulaban unos cuantos y se llegó al
inicio de esta crisis actual, con un problema de pobreza, que alertaban unos
cuantos, pero no todos compartían. Las Estadísticas de la UE arrojaban
una cantidad creciente de personas que vivían en la pobreza. A inicios de 2007
el INE daba la cifra de que un 19.6% de los españoles vivían por
debajo del umbral de la pobreza. Cabe en este punto, precisar el
concepto de pobreza, definida en Europa de forma relativa, es decir, se
calcula el porcentaje de pobres mediante la ordenación de todos los
españoles por niveles de renta, se calcula la mediana (que es la
renta que queda justamente en medio) y se establece como referencia, de forma
que todas las personas que tengan una renta por debajo del 60% de la
mediana, se consideran pobres. Es una pobreza relativa, pero significativa,
claro está. Puede que sea un indicador más que de pobreza, de desigualdad
social. En los países en vías de desarrollo la definición es más
contundente, dado que la referencia se establece en la población que vive
con menos de un dólar diario. Esta cifra es difícil de superar a la baja en
Europa, ya que pidiendo limosna, es difícil no obtener 1 dólar diario.
Desde mediados de los noventa, cuando el PP se hizo cargo del poder en España, no
ha mejorado el índice de pobreza, pese al crecimiento económico
asociado a la burbuja inmobiliaria.
El punto de
partida en cuanto a la pobreza se refiere, al inicio de la crisis ya era
notable. Pero las medidas adoptadas por los gobiernos actuales en la gestión de
la crisis ha agravado la situación. Ahora dice el FMI, Ms. Lagarde al
micrófono, que la crisis ha finalizado, ¿para quién? ¡Está por ver! Pero
hay serias dudas de que podamos volver, siquiera, a la situación de partida,
que, por otro lado, no es deseable. Todo parece evidenciar, cuando no ha
habido cataclismos de conflagraciones de alcance mundial, como en otros
momentos históricos, que en cada crisis hemos ido dejando “pelos en la gatera”.
Es posible
que la crisis como tal no finalice, ¿por qué no? ¿Qué pasaría si los 6.000 000 de
parados o una parte sustancial de los mismos, no vuelven a encontrar trabajo?
¿Qué pasa si siguen aumentando los niveles de renta de unos pocos y la mayoría sigue
en la penuria? ¿Qué ocurre si la Seguridad Social sigue en déficit como en 2013
y 2012, acumulando pérdidas anualmente? ¿Qué pasa si no sólo acumula déficit un
año tras otro, sino que las propias instancias públicas siguen llenando las
listas de paro, dando de baja a funcionarios? ¿Estamos preparados para esta
contingencia? ¿Somos capaces de entrever un mundo en el que la crisis actual no
termina? ¿Cómo reorganizamos nuestras vidas? ¿Qué estructura socio-política
puede gestionar tal enredo?
Los cambios
que se han efectuado en nuestro sistema de convivencia han sido, hasta ahora, cosméticos,
dejando a un lado las intervenciones y limitaciones en derechos que el PP ha
aprovechado para laminar, lo que requiere consideración aparte Nuestros
actuales gobernantes no están capacitados para encontrar soluciones. A
veces parece que identifican cuestiones clave, como los paraísos fiscales, pero
son incapaces de tomar alguna resolución. Dicen que reorientan las políticas,
pero las bolsas de pobreza no solo se mantienen sino que se agravan. Incapaces,
hay que decirlo.
Más que
nunca se precisa el concurso de la izquierda para encarar el mayor
problema de nuestro tiempo: la desigualdad. Hay que reconocer que los
mecanismos de redistribución de la riqueza no están dando los resultados
apetecidos. La izquierda conlleva, justamente, la disposición al esfuerzo por
cambiar las cosas. Es su más genuino valor. Si no se tiene ese talante y ese
propósito, la persona o el grupo se ubica en otra parte, por más que
moleste. La situación actual no admite cataplasmas, sino necesidad de ir a la
raíz de los problemas. Ya hay muchas personas y grupos que han denunciado
muchas cosas y que piden, literalmente, a gritos, los cambios. Es preciso
llamar a las cosas por su nombre y definir con nitidez la orientación que se le
da para encontrar una salida honrosa, estable y esperanzadora. La izquierda que
lidera el Partido Socialista en España tiene que concitar el apoyo mayoritario
que requiere ganar unas elecciones que permitan cambiar las cosas. Cambiar las
reglas de juego, es preciso, no solo aspectos superficiales, hay que
tener una visión del Estado como corrector de la desigualdad y crear una
sociedad más equilibrada y más justa. Los desequilibrios en España alcanzan,
casi a todos los ámbitos. Si algo ha tenido de saludable esta crisis es que nos
ha enfrentado con nuestras miserias y algo de luz nos ha traído por las reflexiones
a que nos ha obligado. Mejor es pensar sin crisis, pero, si no hay otra
cosa, al menos hagámoslo ahora.
La izquierda
liderada por el PSOE está trabajando denodadamente por recuperar la
credibilidad perdida. Está teniendo el arrojo de afrontar el riesgo de
encarar conceptos novedosos, pero eficaces. El partido socialista tiene que
recuperar sus genuinas señas de identidad, en las que las personas son lo
importante. Hoy, más que nunca se muestra válido el estado del bienestar y
hay que recuperarlo asegurando su viabilidad. Es preciso garantizar la
igualdad y promover el desarrollo equilibrado y sostenible y encontrar
sentido a un proyecto colectivo. Puede que los niveles disfrutados con
anterioridad sean irrecuperables, pero se precisa un compromiso claro de corregir
todos los desmanes de los últimos años. La redistribución de la riqueza
hay que abordarla con la valentía que requieren las grandes obras. Es un
objetivo de transcendencia universal, claro que sí, pero no por ello vamos a
amilanarnos. Solamente el que nunca comienza tiene garantizado no llegar
final.
Vivimos en
una sociedad capitalista en la que las cosas nobles, las que ennoblecen a las
personas, las hemos dejado en manos del voluntarismo. La pobreza no
puede combatirse desde el voluntarismo, sino desde los derechos. El
avance tecnológico no puede solamente beneficiar al capital que lo adquiere,
dejando al trabajador al margen. El concepto de redistribución debe alcanzar a
todos, porque de lo contrario el llamado progreso se revuelve contra los
que lo han propiciado, que son las personas. El Estado moderno se
inventó para ello, para garantizar el nivel y salvaguardar las líneas rojas que
no se deben sobrepasar.
Al paso que
vamos hay jóvenes que nunca van a trabajar y paradójicamente, son los
que más tienen que luchar por cambiar las cosas. Es terrible que los efectos de
la desigualdad sean, también, que una generación vea que no puede jugar. Tienen
que luchar para cambiar las cosas, desde el convencimiento de que lo vivido y
la tendencia no tienen mucho valor, comprobado por el desastre a que nos han
abocado. Luchar por la igualdad, es luchar por las personas y por lo que más
estiman y es el bienestar. Si no salimos de otra forma, será estéril el
sufrimiento que ahora padecemos.
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