La tumba del general de las SS que financió el golpe
militar de Franco dista 80 metros del camposanto judío y 30 de la tumba de
Pasionaria
Lápida del
general alemán de las SS en el Cementerio Civil de Madrid. / Luis Sevillano
Pasear por
los cementerios madrileños puede generar sorpresas. El asombro aflora de cuando
en cuando, al comprobar cómo las fronteras existentes en vida, la muerte parece
borrarlas de un plumazo. Eso fue lo que comprobó Andrés, un profesor
universitario que acudía al Cementerio Civil de Madrid a visitar la tumba de su
abuelo José, fallecido tiempo atrás.
Después de
cruzar frente al sepulcro de Dolores Ibarruri, Pasionaria (1895-1989),
con Rosa Luxemburgo la dirigente comunista femenina más célebre de la historia
del siglo XX, junto al mausoleo en granito rosado del pionero del socialismo en
España, Pablo Iglesias Posse (1850-1925), Andrés reparó en una gran
lápida situada a unos treinta metros de los dos panteones citados, dentro del
mismo cuartel, casi frente a los mausoleos que albergan los restos de los
históricos presidentes republicanos Francesc Pi y Margall y de Nicolás
Salmerón.
La lápida
descubierta en tan histórico enclave del Cementerio Civil madrileño por Andrés
mostraba una inscripción “Johannes E.F. Bernhardt, 1/I/1898-13/II/1980”.
A su lado, otras lápidas del mismo panteón exhibían dos nombres, masculino y
femenino, también alemanes y presumiblemente emparentados con él. En un principio,
Andrés pensó que se trataría de un ilustrado alemán, ateo, protestante o
progresista, que decidió enterrarse en el Cementerio Civil madrileño como
muchos de sus compatriotas de semejantes convicciones, al igual que
republicanos, socialistas, comunistas, agnósticos y laicos en general que
descansan en esta zona segregada del camposanto del Este, de unas tres
hectáreas de extensión. Pero, al poco, Andrés reparó en que la lápida evocaba a
alguien que no tenía nada que ver con sus vecinos de sepulcro Pablo
Iglesias, Pasionaria, Salmerón y Pi i Margall.
Johannes
E.F. Bernhardt fue el “cerebro” financiero y muy principal agente en
Madrid de la Alemania del dictador nazi Adolf Hitler, para quien trabajó
estrechamente mediante la coordinación de los envíos de suministros militares,
económicos y financieros al régimen de Francisco Franco desde meses antes de
comenzar de la Guerra Civil en España, en julio de 1936. Bávaro de nacimiento,
Johannes combatió en las filas germanas durante la primera Guerra Mundial. Al
terminar la contienda, ingresa en el partido nazi, NSDAP, y se codea con sus
principales dirigentes, señaladamente, con Hermann Göring, “número dos” del
futuro III Reich, considerado as de la aviación germana y auténtico muñidor del
aparato político-policial nazi. Precisamente, será una cuestión de aviones el
primer vínculo de Franco con Bernhardt, establecido en el Norte de África como
hombre de negocios en los prolegómenos de la Guerra de España.
En Marruecos
recibirá el financiero nazi, de parte de Francisco Franco, la petición de
aviones alemanes para cruzar tropas desde los cuarteles coloniales hacia la
península y consumar sus pulsiones golpistas, que Bernhardt satisfará con
creces. No sin antes desplazarse a Alemania, más precisamente a Bayreuth, donde
Adolf Hitler asiste a una fiesta operística wagneriana. Durante una
representación, Hitler es avisado de la presencia del hombre de negocios
procedente de Marruecos. El Führer aprovecha un entreacto para recibirle. Pese
a las recomendaciones en contra del entonces ministro de Exteriores del Reich y
las del propio Göring, responsable de los planes económicos septenales de
Berlín, quien aún recela de Franco, el líder nazi se aviene a enviar la ayuda
que Franco le pide.
Así se
dispone. Una escuadrilla de 20 aviones Juncker-52, convenientemente
desamueblados para aumentar su capacidad y escoltada por aviones Heinkel,
vuela hacia Marruecos. Pero uno de los aviones sufre una avería en vuelo y
aterriza sobre el aeródromo pacense de Azuaga. Pero la escuadrilla llega a
Marruecos y Franco consigue infiltrar en la península miles de legionarios, que
toman Sevilla. De ahí partirá el avance franquista hacia el norte y el centro
peninsular.
Bernahrdt se
convierte poco a poco en el principal explotador de recursos españoles para
Alemania, desde el codiciado wolframio zamorano, salmantino y gallego, hasta
las piritas onubenses, así como en el más destacado suministrador de repuestos
alemanes para el bando franquista. Para ello cuenta con dos empresas, Hisma y
Rowak, integradas en el holding Sofindus (industrial, naviero, agrícola,
eléctrico, químico, seguros…), por él dirigido. Con ellas, y con el Banco
Comercial Trasatlántico, establecido en el palacio donde hoy se encuentra el
museo Thyssen, operará a favor de Berlín desde España y el Norte de África
durante la Segunda Guerra Mundial.
Bernardt es
nombrado general honorario de las SS. Se hace construir una hermosa villa en
Denia. En Madrid, vive en un chalet con jardín de abundante vegetación de la
zona de Arturo Soria. Al acabar la Guerra Mundial, los aliados reclaman su
cabeza: Bernhardt ha sido un suministrador y colaborador clave de Hitler. Pero
Franco se resiste a entregarlo. Incluso se asegura, con algunas dudas aún,que
el dictador ferrolano, aliado de Hitler y Mussolini durante la Guerra de España
(1936-1939), le regala un lienzo del siglo XVII de los que atesora el Museo del
Prado, en reconocimiento a los servicios prestados al régimen franquista.
Franco, sin
embargo, sugiere al general honorario nazi que huya a Argentina, donde bajo el
mandato del coronel Juan Domingo Perón, muchos conmilitones suyos han hallado
cobijo. Es el año 1950. En los treinta años posteriores, el general honorario
de las SS y todopoderoso hombre de negocios, viaja de Argentina -vive con
una mendocina de origen alemán- a España, a su refugio de Denia. No le gusta
prodigarse, pero se beneficia de la repesca de elementos del partido y de los
servicios secretos nazis emprendida por los aliados, norteamericanos sobre
todo, comprometidos en la lucha contra la “comunistización” de Europa posterior
a la Segunda Guerra.
Los agentes
de la Gestapo vigilaban de cerca la actividad comunista en la Resistencia
antinazi, la otra garra militar de la tenaza que contriuyó a acabar con el III
Reich, que la policía política de Hitler no consiguió nunca yugular si bien sus
espías, al concluir la Segunda Guerra Mundial, si le sacaron buen partido,
ofreciéndole a Washington sus informaciones sobre los comunistas europeos.
Los
estudiosos de la vida de Johannes E.F. Bernhardt no se ponen de acuerdo. Unos
dicen que muere en Munich, Alemania, en 1980; otros aseguran que acabó sus días
en Argentina; y la lápida encontrada por Andrés parece sugerir que
fallece en Madrid. No obstante, en los registros del Cementerio Civil de Madrid
no consta que fuera aquí inhumado. ¿Entonces? ¿Dónde está enterrado? ¿Es su
lápida un mero recuerdo familiar o una treta para borrar sus huellas?
Lo cierto es
que la lápida que evoca su nombre se encuentra en Madrid, en el mismo
cementerio y a escasos treinta metros de donde descansan quienes fueran
exponentes de la máxima rivalidad ideológica y política, la existente entre
socialismo y comunismo, y nazismo, que signó buena parte de la historia del
siglo XX; historia que en este recinto funerario madrileño registra otra
sorprendente cercanía: apenas cien pasos más allá de la lápida que evoca al
general de las SS, tras un tapial de ladrillo, parece guarecerse un recoleto y
pulcro cementerio judío, que ocupa un espacio contiguo e integrado al Cementerio
Civil madrileño.
Fuente: www.elpais.com
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