En 'Historia de la edición en España. 1939-1975',
Marcial Pons analiza el periodo en que el acceso a la cultura fue boicoteado
por los aparatos del Estado franquista
Compradores
de libros en el Rastro de Madrid, en 1950. / George Konig
Parafraseando
el verso inicial del homenaje de Cernuda a Mozart con motivo del segundo
centenario del músico, si alguno alguna vez me preguntase cuál me parece el
libro más importante publicado en lo que va de año, le diría que la Historia
de la edición en España 1939-1975 (Marcial Pons). En realidad, y como
ocurría en la
anterior Historia de la edición en España 1836-1936 (Marcial Pons,
2001), también dirigido y coordinado por el profesor Jesús A. Martínez Martín,
lo que ofrece en sus casi 1.000 páginas es bastante más de lo que su título
anuncia. Aunque menos ambiciosa en sus planteamientos que la irregular The
Cambridge History of the Book in Britain o que la más centrada Histoire
de l’édition française (Fayard; edición de Roger Chartier y Henri-Jean
Martin), esta historia de la edición española supone el más riguroso panorama
de que hoy disponemos acerca de la producción, circulación y recepción del
libro en este país durante los dos últimos siglos. La forma que adopta es la de
un reading interdisciplinar compuesto por las colaboraciones de
profesores e investigadores especializados en los más diversos asuntos
relacionados con el libro y la lectura, aunque es de alabar no sólo la ligazón
entre sus partes, sino el propósito de acercar el conjunto a un público no
especializado. El nuevo volumen examina cuarenta años de historia del libro que
coinciden con la dictadura de Franco, es decir, un
periodo en que la edición y el acceso a la cultura se vieron dificultados o
boicoteados por los distintos aparatos del Estado franquista, cuya política
del libro, en los años más duros, se limitó a incautarse, destruir o censurar
cualquier obra considerada subversiva. Luego, a medida que el totalitarismo
represivo dejaba paso a un autoritarismo institucionalizado (INLE, Ley de
Prensa), la industria fue recuperando ciertos rasgos de la edición prebélica,
al tiempo que se iban sentando las bases de las grandes transformaciones del
último cuarto del siglo. Por sus páginas desfilan muchos nombres de los grandes
editores de entonces, como Caralt, Janés, Vergés, Lara, Seix, Bruguera, Barral,
Grijalbo, Pérez González, Sánchez Ruipérez, Salinas y tantos otros que
dirigieron sus sellos desde planteamientos ideológicos y empresariales muy
diferentes. Este volumen es deudor, además del trabajo en fuentes primarias
antes poco exploradas, del ya considerable número de panorámicas divulgativas
(Xavier Moret, Vila-San Juan, Trapiello), estudios parciales (a destacar
algunos de los publicados por la editorial Trea), y ensayos, memorias o testimonios
de editores publicados en las dos últimas décadas, justo a partir de que la
implosión de lo digital propiciara un clima de fin de época respecto al
impreso, lo que a su vez propició la implantación de la Historia del Libro como
disciplina universitaria. Por lo demás, no entiendo que la edición de los años
1936-1939 no merezca un capítulo especial en esta historia que se pretende
abarcadora: lo que de ese periodo se dice en el último capítulo del volumen
anterior es de todo punto insuficiente. Cierto que la Guerra
Civil supuso un corte brutal en todos los campos, y que durante ella la
industria privada del libro se redujo a un estado preagónico, pero lo cierto es
que, con todo, se siguieron editando en las retaguardias publicaciones más o
menos educativas, militantes y propagandísticas (ahí tienen, por ejemplo, las
cartillas militares antifascistas editadas para la alfabetización de los
soldados de la República); también ellas deberían tener su lugar en esa
historia general de la edición aún por completar (el primer libro impreso en
España data de 1472) y de la que estos volúmenes ya constituyen parte esencial.
‘Bios’
En las
últimas semanas se han publicado dos importantes biografías literarias. Virginia
Woolf, la vida por escrito (Taurus), de Irene Chikiar Bauer, un volumen de
casi mil páginas, ofrece la particularidad de ser la primera biografía completa
de la autora de Al faro escrita originalmente en castellano. Chikiar
Bauer, periodista argentina, no se ha limitado a “reconstruir” la vida de Virginia
Woolf a partir de sus diarios y fragmentos autobiográficos o de las
numerosas biografías anteriores (las de Lyndall Gordon, Quentin Bell, Nigel
Nicolson o Roger Poole, por citar algunas de las que han sido publicadas en
España), o de los abundantes testimonios de sus contemporáneos y amigos (de
Leonard Woolf a Katherine Mansfield, John Maynard Keynes o Gerald Brenan), sino
que ha adoptado una perspectiva tan personal como ecuménica en la que vida y
obra y contexto histórico y de grupo se imbrican en un conjunto que confiere
especial coherencia y sentido a una de las figuras clave del modernismo literario.
En Mientras llega la felicidad (Anagrama), Josep Maria Cuenca presenta “una”
exhaustiva (750 páginas) biografía (evidentemente autorizada) de Juan Marsé
en la que, como advierte su autor, ha preferido responder a la pregunta “¿qué
ha hecho J. M.?” en vez de a “¿quién es J. M.?”. Espero que nuestros
editores se animen a publicar más biografías de autores españoles
contemporáneos, un subgénero todavía escaso. Por lo demás, me llegan noticias
de que J. Benito Fernández, autor de la de Leopoldo María Panero
(Tusquets), ha finalizado la biografía (evidentemente, no autorizada) de
Rafael Sánchez Ferlosio, para la que aún no ha encontrado editor (¿será que
nadie se atreve?). En todo caso, el hombre debe ser inaccesible al desaliento,
porque, al parecer, ya está manos a la obra en la de Juan Benet. En cuanto al
maestro Ferlosio, su nueva editorial, Penguin Random House, publicará a
mediados de abril Campo de retamas, que incluye todos sus pecios
(literalmente: “fragmentos de una nave naufragada”), y reeditará (en bolsillo)
sus tres únicas novelas.
Elena
Francis
Como a
mi ídolo Buzz Lightyear, protagonista de la saga Toy Story, a veces
me sucede como si me despertara en un planeta desconocido, rodeado de criaturas
extrañas de las que desconozco sus intenciones. Una de las últimas veces que me
he sentido así fue hace unas semanas, cuando me enteré de que Haruki
Murakami había creado, en su página web, un consultorio (de duración
limitada) dedicado a sus millares de lectores y fans. Entre las consultas que
le formularon, algunas se referían a cómo actuar con compañeros de trabajo
bordes o a si, en opinión del escritor, los gatos (animal totémico de Murakami)
eran conscientes de los diferentes estados de ánimo de sus dueños. Si ya de por
sí Murakami (me) resulta un poco empalagoso, su faceta de “Elena Francis” o de Aunt
(o Uncle) Agonies (como llaman los angloparlantes a los que
llevan consultorios sentimentales) tendría sobre mí efectos letales. Y ojalá no
cunda el ejemplo: imagínense que ciertos autores de qualité muy
populares entre nosotros decidieran abrir un consultorio en la página web de
sus editoriales para acompañar el lanzamiento de sus novedades. Más nos valdría
atarnos al pescuezo una rueda de molino y arrojarnos en masa al homérico mar
color de vino.
Fuente: www.elpais.com
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