nuevatribuna.es |Gabriel
Flores | Economista| 06 Marzo 2015 -
11:13 h.
Mal que bien, Alemania y el BCE han demostrado ser capaces
de evitar los altos y poco manejables riesgos e incertidumbres de una salida de
Grecia del euro.
Más allá de los controvertidos asuntos de quién ha hecho más
concesiones, si tales concesiones eran evitables o la cuestión decisiva de qué
resultado cabe esperar de las negociaciones que están en marcha, el conflicto
que el Gobierno griego plantea a las instituciones europeas ofrece una
interesante lección sobre el momento que vive Europa. Lección que cabe examinar
desde una perspectiva estratégica. Sin dejar de observar la marcha de los
acontecimientos que se desarrollan en torno al caso griego y a los muy dispares
recursos, fuerzas o voluntades de acuerdo de las partes involucradas
directamente en la negociación, conviene levantar la vista más allá de la
coyuntura y examinar qué nos desvela el caso griego sobre las debilidades y
obstáculos que atenazan al proyecto de unidad europea.
Tras el triunfo de Syriza y la puesta sobre la mesa de las
instituciones europeas de un discurso crítico unido a la resistencia social a
la nefasta austeridad impuesta a Grecia, Alemania y el BCE tienen que demostrar
que son capaces de promover alternativas distintas a la austeridad a ultranza.
Se puede alentar el crecimiento y hacer coexistir dicho crecimiento con una
transformación modernizadora de estructuras, fuerzas y capacidades productivas
y con desequilibrios manejables de las cuentas públicas y exteriores de Grecia
y los demás países del sur de la eurozona.
Las políticas de austeridad condenan a la sociedad griega a
una cadena perpetua de recortes, desempleo masivo, bajos salarios y precariedad.
La sociedad griega ha dicho democráticamente basta y espera la respuesta de sus
conciudadanos europeos y de socios con los que comparte una larga historia,
unos valores y un acervo cultural y jurídico, además de un mercado único y una
moneda. La unión monetaria y el mercado único no conviven bien con la soberanía
nacional que ha recuperado la mayoría social griega.
La eurozona no puede seguir durante mucho tiempo asentada en
instituciones tan precarias, en políticas tan equivocadas y en un reparto tan
desigual de los costes que ocasiona la austeridad entre Estados miembros y
entre diferentes clases y sectores sociales en el interior de cada Estado
miembro. O se afrontan y superan las debilidades e insuficiencias
institucionales de la eurozona, a través de un federalismo que implique la
constitución de mecanismos adecuados de tributación común, transferencia de
rentas y mutualización de deuda pública entre los Estados miembros, o los
líderes europeos tendrá que empezar a pensar seriamente en desmantelar la
actual eurozona. O Europa avanza en la convergencia y la cohesión económica,
social y territorial o la fragmentación, la desigualdad y la crispación
política y social acabarán desfigurando por completo el proyecto europeo.
No basta con maniobrar, como han hecho hasta ahora Merkel y
Draghi, frente a los halcones del Gobierno alemán y del Consejo de Gobierno del
BCE, para neutralizar a los partidarios más dogmáticos del rigor
presupuestario, el equilibrio de las cuentas públicas y exteriores o la inacción
del BCE a costa de lo que sea. Merkel, Juncker, Draghi y demás están obligados
a recomponer las piezas de una nueva estrategia de crecimiento sostenible en
Europa, aunque intenten que no se note en demasía que las políticas de
austeridad se han saldado con un fracaso innegable en casi todos los terrenos y
han puesto al borde del colapso al proyecto de unidad europea, tanto en su
vertiente económica como, en mayor medida aún, en sus componentes político,
social y cultural.
Revisión de la estrategia de austeridad y de las
instituciones de la eurozona o mayor debilidad y fragmentación creciente de la
UE. Esa es la disyuntiva que han comenzado a vislumbrar los dirigentes europeos
gracias al acceso de Syriza al Gobierno y la que les va a obligar a optar por
una u otra salida en los próximos meses y años. No solo se trata de que la
economía europea sigue sin funcionar, sino que los problemas económicos siguen
siendo de igual o mayor envergadura que los que existían en 2010, al ponerse en
marcha la estrategia conservadora de austeridad y devaluación salarial. Y a
ello hay que sumar variables de igual o mayor relevancia: un innegable
deterioro político y una robusta desconfianza de una parte significativa de la
ciudadanía europea en la capacidad y voluntad de revertir la situación que
perciben en las instituciones de la UE.
Por otro lado, el bloque de poder conservador que ejerce su
hegemonía en las actuales instituciones europeas está empezando a notar el
aliento de Syriza, Podemos y otras fuerzas progresistas y de izquierdas de
parecida orientación política que representan una voluntad social de cambio
político, regeneración democrática y puesta en cuestión de las actuales
políticas y prioridades económicas que resulta demasiado atractiva y masiva
para no tomarla en consideración. Tal cuestionamiento no sería tan preocupante
para la derecha europea, dado el tamaño y el peso político y económico de estos
países en el conjunto de la UE, si no fuera porque coincide en el tiempo, por
una parte, con la emergencia en muchos de los países centrales de la UE de
fuerzas nacionalistas reaccionarias que coinciden en sus planteamientos
exclusivistas y antieuropeos; y por otra parte, con una cohabitación cada día
menos fácil entre la socialdemocracia del sur de Europa (incluyendo a Francia e
Italia) y las derechas del norte de Europa, los dos pilares políticos en los
que se ha basado la gobernabilidad de la UE desde su origen.
La falta de soluciones económicas y la degradación y
recomposición del mapa político europeo se alían en la puesta en cuestión de
los consensos mantenidos hasta ahora en torno a la estrategia de austeridad y
aceleran la necesidad de idear y poner en acción nuevos remedios. Grecia y su
resistencia a los recortes y las imposiciones conservadoras, Grecia y su
voluntad de iniciar el rescate de su ciudadanía están siendo el catalizador de
un cambio de perspectivas que puede convertirse en un cambio de época en la UE.
Para bien de Grecia y de Europa.
Fuente: www.nuevatribuna.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario