Juan Torres López
07 mar 2015
Una pregunta crucial para la economía española es por qué
sufrimos un nivel de paro mucho más elevado que el resto de las economías de
nuestro entorno.
Evidentemente, se trata de una pregunta que no tiene
respuesta unívoca ni simple, pues sin duda hay muchos factores que hacen que
nuestro desempleo sea tan elevado y permanente que ni siquiera en etapas de
alto crecimiento se reduce a los niveles del entorno.
Puede aceptarse que los economistas más convencionales
tengan una parte de razón cuando señalan que nuestro mercado de trabajo tiene
limitaciones importantes debido a rigideces provocadas por la política de
fijación salarial, por los tipos de contratación, por la discriminación o
incluso por factores como la movilidad o la política de horarios. Pero es
imposible que esas circunstancias, incluso si fueran más exageradas que en
otros países, que no está claro que lo sean, expliquen por sí mismas nuestra
brecha en desempleo con países vecinos.
En mi opinión, es más realista pensar que nuestro alto nivel
de paro se debe en mayor medida a la debilidad de nuestro mercado interno. Soy
de los que piensa que la componente keynesiana (que dice que el paro lo produce
una insuficiencia de demanda de bienes y servicios) es más determinante de una
tasa de paro elevada que la explicación liberal (que considera que las
rigideces en el mercado de trabajo originan salarios demasiado elevados, que son
los que provocan el desempleo, de modo que este es, por tanto, voluntario, pues
desaparecería automáticamente si los trabajadores aceptasen salarios más
bajos).
Incluso creo que el paro tiene que ver, como señaló hace
muchos años Michael Kalecki, con razones políticas: le conviene a grandes
empresarios porque gracias al desempleo tienen más poder de negociación frente
a los trabajadores. E incluso con otros rasgos estructurales de la economía
capitalista que aquí no puedo desarrollar.
En cualquier caso, junto a estas causas tan rápidamente
apuntadas, quisiera comentar aquí otra explicación del paro tan elevado que
tenemos y que nadie quiere escuchar en España porque está relacionada con
nuestra pertenencia al euro.
En los últimos años, desde que entramos en la Unión Europea
y más concretamente en la unión monetaria, España viene registrando un
empeoramiento constante de nuestra balanza de pagos, con déficits y deuda
exteriores muy elevados e incluso con voluminosas salidas de capitales. Nuestro
país solo ha tenido superávit por cuenta corriente en 2012 y 2013, por la caída
de las exportaciones, mientras que ha registrado déficits en torno al 10% del
PIB en los años anteriores a la crisis. Según el FMI, España (con 1,4 billones
de dólares) es el segundo país del mundo con más deuda exterior, tras EEUU (con
5,5 billones), pero la deuda estadounidense representa el 34% de su PIB, y la
nuestra el 103%.
Podría decirse que las condiciones en que entramos en la UE
y en el euro y la configuración política e institucional de ambos nos provocan
una especie de crisis de balanza de pagos continuada. Y ante esta situación,
cualquier economía tiene dos posibles respuestas para mejorar su saldo
exterior. Una es el ajuste en el tipo de cambio de su moneda mediante la devaluación
y la otra es la reducción de los costes salariales.
Todo el mundo sabe que al formar parte de una moneda única,
España no tiene posibilidad de recurrir a la primera vía y que ha debido de
hacer una constante devaluación salarial con la excusa de que nuestra economía
debe ser más competitiva para poder hacer frente a su crisis de balanza de
pagos.
Pues bien, el investigador del banco francés Natixis Patrick
Artus ha demostrado que si el ajuste ante problemas de balanza de pagos se
realiza mediante devaluación salarial (como viene ocurriendo en España) el paro
aumenta en mayor medida y durante más tiempo que si el ajuste se realiza por la
vía de ajustes en el tipo de cambio (Le rôle du taux de change dans les sorties de crise des
balances des paiements).
Este economista ha comparado las experiencias de países que
adoptaron ajustes mediante el tipo de cambio (España e Italia en 1992-93,
México en 1994, Corea y Tailandia en 1997, Brasil en 1998 y Argentina en 2001)
con otras de ajuste vía salarial (España, Italia, Portugal, Grecia, Irlanda en
los últimos años y Alemania tras 1990) y sus conclusiones son evidentes.
En principio, ambas vías de ajuste tienen dos efectos iniciales
que podría pensarse que deberían suponer un impacto semejante sobre el
desempleo. Uno positivo, el aumento de la competitividad por la vía de los
costes que mejora el comercio exterior. Y otro negativo, la disminución de la
renta real al aumentar el precio de las importaciones o bajar las rentas
salariales.
Sin embargo, los datos demuestran que cuando se produce el
primer tipo de ajuste (mediante tipo de cambio) se produce un alza subsiguiente
en el nivel de paro que es relativamente baja y transitoria, pues vuelve a
reducirse en uno o dos años. Es decir, que el primer efecto positivo predomina
sobre el segundo negativo. Sin embargo, cuando el ajuste es mediante recortes
salariales, el alza del paro es mucho más elevada y se mantiene al menos durante
cinco o seis años. El efecto negativo se sobrepone al positivo.
Las razones que, según Artus, producen este diferente efecto
se pueden entender fácilmente.
En primer lugar, que la devaluación salarial afecta mucho a
la demanda interna y eso reduce el nivel de actividad y las ventas de las
empresas.
En segundo lugar, que el ajuste mediante el tipo de cambio
afecta a todos los sujetos económicos mientras que el ajuste salarial se centra
solo en los asalariados.
Además, señala que si hay rigidez en los precios de venta de
las empresas (como ocurre en España) y no bajan cuando se reducen los salarios,
resulta que el ajuste salarial a la baja no se traduce en más competitividad
sino solo en mayor rentabilidad. Mientras que un ajuste mediante el tipo de
cambio abarata inmediatamente nuestras exportaciones y las hace más
competitivas.
En resumen, resulta que nuestra pertenencia al euro tiene
dos consecuencias tan negativas como inevitables en las condiciones en que la
moneda única está diseñada.
Por un lado, la existencia de profundas asimetrías que no se
quieren abordar ni resolver y que producen déficits y deuda exterior en las
economías periféricas como imagen refleja de los superávits de las economías
más potentes (tal y como muestra la gráfica de abajo).
Por otro, la imposibilidad de recurrir a otro tipo de ajuste
que no sea la devaluación salarial para hacer frente a la degradación de las
relaciones de intercambio de los países deficitarios, como España. Un ajuste,
sin embargo, que a la postre no ajusta puesto que deprime la demanda interna,
disminuye las ventas, aumenta el paro y debilita profunda y estructuralmente a
la economía. Aunque eso sí, el gran poder de mercado que tienen las grandes
empresas españolas les permite no trasladar la devaluación salarial a los
precios y aumentar su rentabilidad.
La conclusión es clara. Si seguimos perteneciendo a un euro
que no afronta ni resuelve la asimetría entre las distintas economías, y más
concretamente entre España y Alemania, que en términos de comercio exterior se
comportan como una imagen de espejo, estaremos condenados a utilizar un
mecanismo de ajuste que provoca paro y con él todos los efectos desastrosos que
lleva consigo. La entrada mal negociada en la UE y el error de entrar en un
euro diseñado para fortalecer a una economía superavitaria como Alemania, que
por definición ha de generar déficit en las demás, nos enferma la balanza de
pagos. Pero el remedio, el ajuste salarial, es peor aún que la enfermedad.
Fuente: www.publico.es
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