nuevatribuna.es
|Ernesto
Ruiz Ureta | 04 Marzo 2015 - 10:31
h.
El mundo está
inundado de dinero a pesar de que es general el sentimiento de estar bajando a
otras épocas más obscuras. La creación del dinero que antes estaba reservada a
los estados ha terminado siendo una función del sistema bancario y financiero.
La emisión de monedas y billetes realizada por el estado es lo que denominamos
dinero legal, pero esto representa una pequeña porción del dinero que se
utiliza en la sociedad. Los bancos y en general todo el sistema financiero
tienen actualmente un papel preponderante en la creación de lo que se viene
llamando dinero escritural, llamado así porque realmente es un apunte bancario.
Este dinero que inicialmente se crea sin ningún respaldo en la economía real y
en muchos casos fuera del control oficial, se materializa principalmente
mediante la concesión de créditos, prestando un porcentaje de los depósitos que
reciben y con la suposición de que no todos los clientes van a retirar sus
dineros al mismo tiempo. Esta forma de creación dineraria ha aumentado
exponencialmente en los últimos años. La inventiva humana desarrollada en la
búsqueda de beneficios, ha puesto en marcha la titulización [1]
y los productos estructurados haciendo que las deudas, mediante nuevos y
complejos productos financieros, se hagan líquidas, permitiendo así adelantar
ingresos futuros y especular con ellos fuera de la corriente real de bienes y
servicios.
Se constata que
hay una relación clara entre el nivel de endeudamiento y el poder del sistema
financiero de generar más dinero. La deuda, que como hemos visto, se genera
principalmente por medio del crédito bancario, permite que sean cada vez
mayores los fondos dinerarios que se dedican a la especulación basada en el
aumento de precios de productos y títulos o incluso en su depreciación. Así se
observa que “la parte de créditos concedidos a particulares y a empresas no
financieras [para su uso productivo] es netamente minoritaria en los activos de
los bancos [2]”. La especulación ha contribuido a la financiarización de
la economía y a un aumento sin precedentes de la desigualdad. Las consecuencias
que se aprecian a diario es que los poseedores de este dinero ficticio se
apropian de la riqueza real quitándosela a los ciudadanos menos afortunados que
por contra pasan penurias y se acumula, cada vez más, en menos manos. Así como
bien dice David Harvey “el capital puede construir una economía (y en cierta
medida ya lo ha hecho) basada en un mundo fetichista de fantasía e imaginación
construido sobre ficciones piramidales que no pueden durar [3]”.
La aseveración
de Harvey no está escrita en el aire. Hay que ser conscientes de cómo se fraguó
la burbuja que explotó en Estados Unidos en el 2007 para aprender de la
historia y saber evitar las consecuencias de seguir machaconamente empeñándonos
en realizar las mismas políticas económicas. Se ha dicho que el problema
estribaba en que los ciudadanos vivieron por encima de sus posibilidades, que
la Administración Pública cubría sus abultados déficits con deuda que debían
pagar todos los españoles, que el poder sindical hacía el mercado de trabajo
español muy rígido, etc. Pero la realidad ha sido muy otra “La creación, en el
propio sistema financiero, de mercados de activos totalmente nuevos: contratos
de futuros sobre las divisas, credit default swaps [permutas de
cobertura por incumplimiento crediticio], collateralized debt obligations (CDO)
[obligaciones de deuda garantizadas] y toda una serie de instrumentos
financieros que se suponía que iban a dispersar el riesgo… en realidad lo
intensificaron al convertir la volatilidad de las operaciones a corto plazo en
un terreno propicio para rápidas ganancias especulativas. Así, el capital
ficticio se alimentaba a sí mismo y generaba todavía más capital ficticio sin
atender en modo alguno al fundamento del valor social de las transacciones [4]”.
Siempre ha
habido importantes circuitos de lo que se puede denominar capital ficticio:
inversiones en hipotecas, deuda pública, infraestructuras urbanas y nacionales,
etc. De tiempo en tiempo esos flujos de capital ficticio se descontrolan y
forman burbujas especulativas que finalmente estallan produciendo graves crisis
financieras y comerciales [5]. Pero en los últimos años las actividades
de los bancos demuestran su lado culpable e intencionado en lo que está
pasando, el banco en la sombra en el que se encuentran sociedades
creadas por el propio banco para escapar de algunas reglamentaciones y las
actividades anotadas fuera de balance que implican volúmenes gigantescos de
financiación, es decir deuda, sin tenerlos en cuenta en su balance
contable [6]. La utilización masiva por los bancos del apalancamiento
con el fin de endeudarse más para ganar más (en algunos casos el ratio de
apalancamiento ha superado el 1/60, es decir 60 veces los fondos propios). Nos
han traído a esta realidad que sólo ven positiva unos cuantos que se benefician
de ella.
Y ¿qué ha
pasado con toda esta riqueza que la élite ha sido capaz de acumular? El
sometimiento a las políticas neoliberales de austeridad que han forzado los
poderes económicos y políticos, han llevado a la devaluación de activos y a la
imposibilidad del pago de las deudas de la clases medias y bajas, especialmente
la devaluación de los activos inmobiliarios ha supuesto el paso de propiedades
que estaban en manos de ciudadanos de clase media y baja a las manos de los
poderosos que en muchos casos han duplicado sus rentas mediante la especulación
con dinero ficticio. Todo ello ha llevado a una gran acumulación por
desposesión de las clases altas al resto. Desposesión que como en una
espiral sin fin permite una apropiación cada vez mayor si el sistema no se
consigue parar en seco. Harvey vuelve a tener razón al decir que una clase
parasitaria de rentistas succionará el capital industrial [y no sólo éste]
dejándolo seco hasta el punto de que no se podrá movilizar ningún trabajo
social ni producir ningún valor [7].
Pero hay una
riqueza relacionada con la calidad de vida y en muchos casos con la vida misma
que también está siendo esquilmada a la ciudadanía. Ya que no solamente se está
trasvasando la riqueza real a manos de los especuladores y detentadores del
dinero ficticio, sino que también aquellos que poseen los recursos económicos
especulan con actividades empresariales que generan unos costes, que los
economistas llaman externalidades, costes que pagamos y soportamos
todos, cuando, sin embargo, las empresas que los ocasionan no los cargan en sus
balances, por otra parte, cada vez más embellecidos. Entre estos costes está la
destrucción del medio ambiente en general: contaminación del agua y del aire,
destrucción de bosques, pérdida de biodiversidad, etc.
La
desregularización del sistema financiero que ha imperado en las últimas décadas
ha sido una herramienta dañina para el bien de la comunidad y ha permitido el saqueo
de sus riquezas. No queda otro remedio que los bancos vuelvan a realizar un
servicio público ya que su importancia en la sociedad no es baladí y las
consecuencias de sus malas artes no las pagan los que las han provocado, sino
que nos toca pagarlas a todos los demás. Por ello no debe dejarse su gestión en
manos privadas, la verdadera riqueza está en peligro. El propio “Marx ya
investigó a fondo lo que podría significar una auténtica riqueza en una
sociedad genuinamente libre [8]”. Y esta desgraciadamente está
profundamente olvidada: “La intolerable negación del libre desarrollo de las
capacidades y potencialidades creativas del ser humano que ello supone equivale
a desperdiciar la cornucopia de posibilidades que el capital nos ha legado y a
despilfarrar la riqueza real de las posibilidades humanas en nombre del
perpetuo aumento de la riqueza monetaria y de la satisfacción de estrechos
intereses económicos de clase [9]”.
El hambre de
rentabilidad y la capacidad del sistema financiero de causar estragos con la
creación de dinero, atiborrando el mercado, supone una ludopatía con efectos
desastrosos para la sociedad. Este sistema infla burbujas llenas de ilusión y
falsas expectativas en los ciudadanos, y, cuando explotan, los que menos
tienen, se encuentran que han perdido, además de su patrimonio, el futuro y
sólo les queda una vida llena de penurias. La élite, sin embargo, y no puede
ser por casualidad, por arte de magia financiera encuentra que su riqueza se ha
engrosado significativamente.
[1] Técnica
financiera que permite a un banco transformar activos ilíquidos en títulos
negociables. Con esta técnica se transfieren los riesgos de los créditos
de los bancos a los compradores y se consigue dinero fresco o nueva
financiación de los inversores.
[2] Toussaint,
Éric (20l4:118). Bancocracia. Icaria editorial.
[3] Harvey,
David (2014:233). Editorial IAEN, Quito.
[4]
Ibídem, pág. 231.
[5] Ibídem,
pág. 230.
[6] Toussaint,
Éric (20l4). Bancocracia. Icaria editorial.
[7] Harvey,
David (2014:234). Editorial IAEN, Quito.
[8] Ibídem,
pág. 204.
[9] Ibídem,
pág. 217.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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