Los (discutidos) nobles de Franco
El dictador nombró duques, marqueses, condes y barones
Los titulares tropiezan ahora con dificultades para
ser reconocidos como los demás aristócratas
Franco (segundo por la izquierda)
recompensó con títulos a Queipo de Llano (tercero) y Fidel Dávila (cuarto) por
haberle secundado en la sublevación militar. / EFE
Una breve
nota en el BOE, cuya lectura, normalmente, no levanta pasiones, provocó este
mes un duro comunicado de la Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica (ARMH). Se trataba de una orden ministerial con la que se daba luz verde a la sucesión del
marqués de Dávila, título con
el que el anterior jefe del Estado recompensó en 1949 a Fidel Dávila, uno de
los militares que le secundaron en la sublevación que dio inicio a la Guerra
Civil en 1936. “Un acto reprochable desde cualquier punto de vista democrático,
además de una forma de maltrato por parte del Estado hacia las víctimas de la
dictadura”, clamó la ARMH.
Era el sexto
título de nobleza, de los creados por Francisco Franco, cuya sucesión tramitaba Alberto Ruiz Gallardón desde que se hizo cargo del
Departamento de Justicia, hace un año. Cuatro de los expedientes llevaban
guardados en un cajón varios años, paralizados por su antecesor, el socialista
Francisco Caamaño, ante las protestas de los sectores que los consideran
símbolos del franquismo, condenados a desaparecer por la Ley de Memoria
Histórica de finales de 2007.
Las
tramitaciones congeladas eran, además de la renovación de una grandeza de
España, las del duque de Mola, concedida por Franco al general Emilio Mola en
1948 (el ministro Mariano Fernández Bermejo llegó a firmar la orden previa,
pero no se le expidió carta de sucesión); la del conde de El Abra, título con
el que fue recompensado el empresario Alfonso Churruca Calbetón en 1969, y,
sobre todo, la del marqués de Queipo de Llano, solicitada por Gonzalo Queipo de
Llano Mencos, nieto del militar más denostado del bando nacional, Gonzalo
Queipo de Llano y Sierra, que lo recibió en 1950. Ya con menor polémica,
Gallardón ha tramitado este año la sucesión del conde de Pallasar, creado
también por Franco.
El
Ministerio de Justicia alega que no ha hecho más que cumplir la ley.
“Consultamos a los técnicos del Ministerio y a la Abogacía del Estado, que
hicieron un estudio exhaustivo y llegaron a la conclusión de que no había base
jurídica para paralizar esas sucesiones”, explica el subsecretario de Justicia
responsable de la materia, Juan Bravo. “Todos los Gobiernos de la Transición
las han tramitado sin problemas”, añade.
“Los técnicos llegaron a la conclusión de que no había
base jurídica para paralizar esas sucesiones”, explica el subsecretario de
Justicia responsable de la materia, Juan Bravo
Ha pasado
sin la menor oposición, en cambio, en 2011 la sucesión del conde de Fenosa,
otro título concedido por Franco, pero que, debido a la modificación de la
cabeza de línea, aprobada por el rey Juan Carlos I en 2001, ha pasado a
engrosar los títulos creados por el Rey. No ha tenido la misma suerte el
marqués de Queipo de Llano, pese a que el título, poco apreciado por el militar
que lo recibió, quedó en desuso y fue rehabilitado en 1981. La iniciativa
partió de su hijo, Gonzalo Queipo de Llano Martí, y se la concedió el rey Juan
Carlos.
Más allá de
la polémica política, sorprende que el dictador se atribuyera la capacidad de
crear aristócratas, una prerrogativa asociada a los reyes. Aunque “la concesión
de títulos nobiliarios es inherente al ejercicio de potestades soberanas”,
explica un portavoz de la Diputación de la Grandeza, organismo experto en
nobleza que asesora al Ministerio de Justicia. Y Franco ejerció durante casi 40
años esas potestades.
Una vez
aprobada la ley de sucesión que definía a España como reino, el dictador hizo
uso de esa potestad con notable frecuencia. Entre 1948 y 1974, un año antes de
su muerte, concedió 40 títulos nobiliarios. Dieciséis fueron para militares
que le secundaron en la cruzada. Las primeras dignidades, del 18 de
julio de 1948, recompensaron a título póstumo a José Antonio Primo de Rivera
(duque de Primo de Rivera); José Calvo Sotelo, político asesinado en vísperas
de la Guerra Civil (duque de Calvo Sotelo), y Emilio Mola y Vidal (duque de
Mola), además de una cuarta para el capitán general José Moscardó Ituarte,
convertido en conde del Alcázar de Toledo. Más tarde les llegaría el turno a
otros colaboradores en la guerra. El dictador reconoció también cerca de 200
títulos carlistas como recompensa por el apoyo del carlismo a la cruzada.
Uno de ellos, el de vizconde de Barrionuevo, lo rehabilitó en 1982 el padre del
exministro del Interior socialista José Barrionuevo, y la titular es ahora su
hermana, Matilde Barrionuevo Peña.
Antes que
Franco, Napoleón otorgó unos 3.000 títulos nobiliarios en Francia. Y en España,
señala la Diputación de la Grandeza, “durante la ocupación francesa, en 1808,
la Junta de Extremadura concedió el primer título no otorgado por el rey”. Más
adelante, el general Serrano, regente entre 1868 y 1870; el Consejo de Regencia
de España e Indias (1810-1814), y el general Espartero, regente entre 1840 y
1843, harían lo propio.
Regencias
breves, nada comparables a los más de 37 años de franquismo. Un régimen
asentado sobre los escombros de una guerra que dejó centenares de miles de
muertos, algunos de los cuales (113.000 según la ARMH) siguen enterrados en
fosas comunes. “Son títulos que tienen un matiz desagradable, es cierto”, dice
Enrique Soria Mesa, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de
Córdoba y uno de los máximos expertos españoles en títulos nobiliarios. “La
guerra está todavía muy reciente en la memoria de la gente. Los generales de
Franco son vistos además como advenedizos por los nobles antiguos”.
Pero el
tiempo cicatriza las heridas y proporciona una pátina de honorabilidad a todas
las cosas. “La nobleza ha sido capaz de crear una conciencia de eternidad, como
si esos títulos fueran la recompensa de grandes y nobles gestos, cuando no
siempre ha sido así”, añade Soria. “Si uno estudia la genealogía de los grandes
apellidos de la nobleza española, los Álvarez de Toledo o los Fernández de
Córdoba, por poner un ejemplo, se encuentra con que son grupos de vencedores
que apoyaron al bando correcto en grandes contiendas sucesorias. Pero esos
mismos nobles, en su tiempo, eran advenedizos para la vieja nobleza de Castilla
y León que estaba desapareciendo”.
Por no hablar de la relación entre
nobleza y finanzas. “Noventa y uno de los 318 títulos nobiliarios que Felipe V
otorgó en Castilla, Navarra y Aragón fueron venales, es decir, se entregaron a
cambio de dinero”, dice María del Mar Felices, investigadora de la Facultad de
Geografía e Historia de la Universidad de Almería, que ha realizado un trabajo
sobre el tema. Su adversario, el archiduque Carlos de Austria, creó más de un
centenar de nobles también para recompensar a sus sostenedores, que Felipe V
convalidó. Era el mejor modo de congraciarse con los que le habían combatido.
Fuente: www.elpais.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario