LA SUPERIORIDAD DEL CAPITALISMO
Que haya 1.000 millones de desempleados en
todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Artículos de
Opinión | Santiago Alba Rico | 29-12-2012 |
¿Qué es una
crisis capitalista?
Veamos en
primer lugar lo que no es una crisis capitalista.
Que haya 950
millones de hambrientos en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que haya
4.750 millones de pobres en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que haya
1.000 millones de desempleados en todo el mundo, eso no es una crisis
capitalista.
Que más del
50% de la población mundial activa esté subempleada o trabaje en precario, eso
no es una crisis capitalista.
Que el 45%
de la población mundial no tenga acceso directo a agua potable, eso no es una
crisis capitalista.
Que 3.000
millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos, eso no
es una crisis capitalista.
Que 113
millones de niños no tengan acceso a educación y 875 millones de adultos sigan
siendo analfabetos, eso no es una crisis capitalista.
Que 12 millones
de niños mueran todos los años a causa de enfermedades curables, eso no es una
crisis capitalista.
Que 13
millones de personas mueran cada año en el mundo debido al deterioro del medio
ambiente y al cambio climático, eso no es una crisis capitalista.
Que 16.306
especies están en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los
mamíferos, no es una crisis capitalista.
Todo esto
ocurría antes de la crisis. ¿Qué es, pues, una crisis capitalista? ¿Cuándo
empieza una crisis capitalista?
Hablamos de
crisis capitalista cuando matar de hambre a 950 millones de personas, mantener
en la pobreza a 4700 millones, condenar al desempleo o la precariedad al 80%
del planeta, dejar sin agua al 45% de la población mundial y al 50% sin
servicios sanitarios, derretir los polos, denegar auxilio a los niños y acabar
con los árboles y los osos, ya no es suficientemente rentable para 1.000
empresas multinacionales y 2.500.000 de millonarios.
Lo que
demuestra la superior eficacia y resistencia del capitalismo es que todas estas
calamidades humanas -que habrían invalidado cualquier otro sistema económico-
no afectan a su credibilidad ni le impiden seguir funcionando a pleno
rendimiento. Es precisamente su indiferencia mecánica la que lo vuelve natural,
invulnerable, imprescindible. El socialismo no sobreviviría a este desprecio
por el ser humano, como no sobrevivió en la Unión Soviética, porque está
pensado precisamente para satisfacer sus necesidades; el capitalismo sobrevive
y hasta se robustece con las desgracias humanas porque no está pensado para
aliviarlas. Ningún otro sistema histórico ha producido más riqueza, ningún otro
sistema histórico ha producido más destrucción. Basta considerar en paralelo
estas dos líneas -la de la riqueza y la de la destrucción- para ponderar todo
su valor y toda su magnificencia. Esta doble tarea, que es la suya, el
capitalismo la hace mejor que nadie y en ese sentido su triunfo es inapelable:
que haya cada vez más alimentos y cada vez más hambre, más medicinas y más
enfermos, más casas vacías y más familias sin techo, más trabajo y más parados,
más libros y más analfabetos, más derechos humanos y más crímenes contra la
humanidad.
¿Por qué
tenemos que salvar eso? ¿Por qué tiene que preocuparnos la crisis? ¿Por qué nos
conviene encontrarle una solución? Las viejas metáforas del liberalismo se han
revelado todas mendaces: la “mano invisible” que armonizaría los intereses
privados y los colectivos cuenta monedas en una cámara blindada, el “goteo” que
irrigaría las capas más bajas del subsuelo apenas si es capaz de llenar el
cuenco de una mano, el “ascensor” que bajaría cada vez más deprisa a rescatar
gente de la planta baja se ha quedado con las puertas abiertas en el piso más
alto. Las soluciones que proponen, y aplicarán, los gobernantes del planeta
prolongan, en cualquier caso, la lógica inmanente del beneficio ampliado como
condición de supervivencia estructural: privatización de fondos públicos,
prolongación de la jornada laboral, despido libre, disminución del gasto
social, desgravación fiscal a los empresarios. Es decir, si las cosas no van
bien es porque no van peor. Es decir, si no son rentables 950 millones de
hambrientos, habrá que doblar la cifra. El capitalismo consiste en eso: antes
de la crisis condena a la pobreza a 4.700 millones de seres humanos; en tiempos
de crisis, para salir de ella, sólo puede aumentar las tasas de ganancia
aumentando el número de sus víctimas. Si se trata de salvar el capitalismo -con
su enorme capacidad para producir riqueza privada con recursos públicos-
debemos aceptar los sacrificios humanos, primero en otros países lejos de
nosotros, después quizás también en los barrios vecinos, después incluso en la
casa de enfrente, confiando en que nuestra cuenta bancaria, nuestro puesto de
trabajo, nuestra televisión y nuestro ipod no entren en el sorteo de la
superior eficacia capitalista. Los que tenemos algo podemos perderlo todo; nos
conviene, por tanto, volver cuanto antes a la normalidad anterior a la crisis,
a sus muertos en-otra-parte y a sus desgraciados sin-ninguna-esperanza.
Un sistema
que, cuando no tiene problemas, excluye de una vida digna a la mitad del
planeta y que soluciona los que tiene amenazando a la otra mitad, funciona sin
duda perfectamente, grandiosamente, con recursos y fuerzas sin precedentes,
pero se parece más a un virus que a una sociedad. Puede preocuparnos que el
virus tenga problemas para reproducirse o podemos pensar, más bien, que el
virus es precisamente nuestro problema. El problema no es la crisis del
capitalismo, no, sino el capitalismo mismo. Y el problema es que esta crisis
reveladora, potencialmente aprovechable para la emancipación, alcanza a una
población sin conciencia y a una izquierda sin una alternativa elaborada. Se
equivoque o no Wallerstein en su pronóstico sobre el fin del capitalismo, tiene
razón sin duda en el diagnóstico antropológico. En un mundo con muchas armas y
pocas ideas, con mucho dolor y poca organización, con mucho miedo y poco
compromiso -el mundo que ha producido el capitalismo- la barbarie se ofrece mucho
más verosímil que el socialismo.
Por eso hay
que auparse en los islotes de conciencia y en los grumos de organización. Cuba
bloqueada, Cuba azotada por los vientos, Cuba pobre, Cuba incómoda, Cuba a
veces equivocada, Cuba improvisada, Cuba disciplinada, Cuba resistente, Cuba
ilustrada, Cuba siempre humana, mantiene abierta una tercera vía, hoy más
necesaria que nunca, entre el capitalismo y la barbarie. Si no podemos
ayudarla, podemos al menos ayudarnos a nosotros mismos pensando en ella con
alivio y agradecimiento.
Sus
artículos en Rebelión http://www.rebelion.org/autores.php?id=7
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