Antisionismo no es antisemitismo
Steve Cedar, judío, antisionista y miembro
de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme en Vic (Catalunya), explica de dónde
viene el sionismo y sus principales características
Artículos de
Opinión | Steve Cedar | 24-12-2012 |
El judaísmo
es una religión, una serie de creencias monoteístas, y se practica por todo el
mundo por gente de todas las lenguas, países y culturas. Es la más antigua de
las tres religiones monoteístas más difundidas (junto con el cristianismo y el
Islam), y la menor de ellas en número de fieles. Del judaísmo se desglosaron,
históricamente, las otras dos religiones.
Sin embargo,
a su vez, históricamente, el pueblo judío ha sido perseguido y discriminado;
muchas veces teniendo el rol de chivo expiatorio en tiempos de crisis, por ser
una minoría y, por tanto, una diana fácil. En la historia moderna, esta
discriminación se ha manifestado, primero, en la Rusia del Zar en el siglo XIX,
con los pogromos de los judíos y el antisemitismo de la sociedad rusa.
Hubo varias
respuestas a este antisemitismo. Por una parte, muchas personas judías
emigraron a otros países de Europa y a EEUU en búsqueda de una vida más segura
y tranquila. Otras, que no tenían los recursos o las ganas de irse, se quedaban
a luchar dentro de los movimientos obreros para conseguir alcanzar otro tipo de
sociedad sin racismo y antisemitismo. Pero una minoría de personas judías,
básicamente de clase media, pensaba que el antisemitismo era algo inherente al
ser humano y no se podía luchar en su contra. Su única solución era fundar un
estado exclusivamente judío, separado de otras creencias; un lugar seguro donde
las personas judías de todo el mundo pudieran vivir.
Fue de ahí
de donde surgieron las ideas del sionismo político. Una idea simple, pero poco
práctica. El sionismo, en su primera época, no tenía claro dónde establecer
este estado judío. Siria, Argentina o Tanzania fueron algunas de las opciones,
pero al final optaron por Palestina. ¿Por qué? La intención era convencer a más
personas judías a unirse a su proyecto por las conexiones emocionales y
religiosas que tenía “la tierra prometida”. Movimiento que, por cierto, fue
minoritario hasta el propio holocausto.
El sionismo
tiene dos fallos básicos. Primero, nunca consideró la existencia de la población
que vivía en Palestina, los palestinos y palestinas; lo que propició que desde
su inicio haya sido una ideología racista, discriminatoria y exclusiva.
Segundo, que para realizar su proyecto, siempre ha tenido que depender de una
fuerza imperial para darle apoyo, empezando con el imperio otomano, pasando por
Alemania, el imperio británico y, después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU. A
cambio se debía erigir como el guardián de los intereses geoestratégicos en la
zona, lo que en tiempos modernos se ha traducido por el control sobre el
petróleo.
El
antisemitismo no es más que otra forma de racismo: discriminar a un grupo de
gente por sus creencias o su cultura. Por eso, las personas que se consideran
socialistas y revolucionarias deben luchar contra el antisemitismo con la misma
fuerza que luchan contra la islamofobia o cualquier otro tipo de racismo.
Pero debemos
tener claro que ser antisionista no es lo mismo que ser antisemita. El
antisionismo significa oponerse a un estado colonial y racista desde sus
orígenes, y todo lo que ha conllevado durante 65 años de ocupación ilegal. Es
luchar contra el opresor e identificarse con las personas oprimidas. Es luchar
contra un nacionalismo de derechas nefasto y mezquino. Y es ser, por encima de
todo, internacionalistas, creyendo, a diferencia de los primeros sionistas, que
es posible luchar contra del racismo y por un mundo mejor para todas las
personas.
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