¿Son malas las armas?
Artículos de
Opinión | Santiago Alba Rico | 29-12-2012 |
En una iniciativa
patrocinada por Mapfre, Pepsi y El Corte Inglés, el regimiento de Infantería
’Soria 9’, en Puerto del Rosario (Fuerteventura), abrió sus puertas a los niños
de la localidad, tal y como relata alegremente el diario La Provincia en una
crónica titulada Aprendices de soldado. Una extensa galería de fotos muestra a
los tiernos infantes de uniforme, con la cara pintada bajo cascos de camuflaje,
manejando alborozados, como no podía ser de otro modo, aparatosas metralletas y
pesados cañones. La noticia ha sido poco difundida y ha provocado escasa
polémica. Después de todo, a los niños les gusta jugar a la guerra y, según la
opinión de algunos internautas que comentaban un
artículo de Pascual Serrano publicado en Rebelión las armas no
tienen la culpa de lo malos que son los hombres. Reprimir el belicismo infantil
es políticamente correcto, pero hipócrita e inútil.
¿Son las
armas o somos nosotros? Si uno está acalorado contra un ofensor y vuelve la
mirada, probablemente siempre encontrará a su alrededor algo con que golpearle
la cabeza: una piedra, una quijada de burro o un bastón. Si encuentra un
cuchillo, utilizará un cuchillo; si una pistola, una pistola; y si en ese campo
crecen cañones silvestres o los árboles de ese país dan bombas atómicas,
recurrirá sin duda, cegado por la cólera, a los cañones y las bombas atómicas.
El acaloramiento, por tanto, es la causa de la agresión.
¿O no?
Incluso si no nos preguntamos por las causas del acaloramiento -y lo
consideramos tan natural como las frutas explosivas de la región- podemos decir
que hay una diferencia decisiva entre una piedra y una pistola: la piedra no ha
sido pensada para matar y la pistola sí. Digamos -más aún- que la piedra no ha
sido pensada y la pistola sí. Podemos disparar una pistola sin pensar, pero no
podemos fabricarla a ciegas. La pistola -por no hablar de los misiles y las
bombas atómicas- han sido concebidas, diseñadas, calculadas, probadas, en un
proceso técnico-temporal que excluye los acaloramientos y los locos frenesís.
Hay crímenes, pero no industrias pasionales; hay temperamentos, pero no
cálculos impulsivos. ¿Los malos son los que usan las armas o los que las hacen?
Si admitimos que cabe utilizar un arma en un momento de transitorio extravío,
pero que sólo podemos fabricarla con fría premeditación, habrá que concluir que
eso que los juristas llaman “circunstancias atenuantes” se aplica a la comisión
del crimen, pero no a la procuración de sus instrumentos. En pleno acaloramiento,
busco a mi alrededor y encuentro una pistola; la disparo porque estoy
acalorado; la encuentro porque alguien la ha puesto premeditadamente ahí. El
más malo debería ser el que ha actuado con plena conciencia de lo que está
haciendo, pero en virtud de una paradoja muy chestertoniana resulta, al
contrario, que precisamente el que puede invocar una circunstancia atenuante es
considerado un delincuente y el que no puede invocar ninguna es considerado un
honrado comerciante. No puede haber ningún atenuante para el Holocausto ni para
la destrucción de Hiroshima ni para el presupuesto militar de los EEUU. Por
razones diferentes, unas jurídico-metafísicas, otras históricas, ninguna de
esas atrocidades se puede castigar de manera proporcionada: y eso justamente porque
no hay en su raíz ningún acaloramiento humano.
Pero quizás
podemos preguntarnos también por el acaloramiento. Contra los bienpensantes de
su época, que querían prohibir las espadas y los arcos de juguete, Chesterton
recordaba que lo verdaderamente peligroso es tener un niño, no un arma, y se
refería, como cuestión prioritaria, a los fabricantes de niños, no a los
fabricantes de armas: “Si se puede enseñar a un niño a no arrojar una piedra,
se le puede enseñar cuándo disparar un arco y si no se le puede enseñar nada,
siempre tendrá algo que pueda arrojar”. En un mundo en el que hay al mismo
tiempo armas y acaloramientos, es necesario que exista un Estado justo y
democrático -regido por una verdadera constitución- que monopolice al mismo
tiempo los instrumentos de la violencia y los de la educación y que introduzca
premeditación constitucional en el uso de las armas y en el uso de los niños.
Es decir, un Estado que diferencie entre una piedra y una pistola, entre una
pistola de juguete y una de verdad y entre un niño y un consumidor
indiscriminado de juguetes. No parece que sea éste el caso. Los gastos
militares en todo el mundo aumentaron en 2008 un 4%; en la última década un
45%; este año alcanzan ya la cifra de 1.464.000 millones de dólares. EEUU,
principal fabricante, vendedor y consumidor de armas, cuyo presupuesto en
educación es también el más alto del mundo, gasta en la formación de un niño
estadounidense la mitad de lo que gasta en la destrucción de dos niños
iraquíes. ¿Quién fabrica las armas? La General Electric o la Westinghouse.
¿Quién fabrica a los niños? La NBC, la ABC, la CBS, la Fox, que directa o
indirectamente están en sus manos. De algún modo, en la mayor parte del mundo,
los productores privados de armas y los productores privados de acaloramientos
son las mismas personas. La destrucción y la educación no son controladas por
Estados justos y democráticos sino por la industria bicéfala de las armas y del
entretenimiento, que se alimentan recíprocamente.
¿Quién usa
las armas? Niños. ¿Quién usa a los niños? Los fabricantes de armas. Es un
placer ver a dos niños intercambiándose en serio disparos de mentira en un
juego en el que ambos tienen que aceptar las reglas, y en el que cada uno de
ellos depende de la voluntad del otro incluso para matarlo en broma. Lo
peligroso -como saben todas las abuelas del mundo- no es jugar con cañones de
juguete sino jugar con cañones de verdad. Lo peligroso no es que jueguen con
ellos los niños sino los grandes. En las fotografías de La Provincia eso es
precisamente lo que hacían, jugar, no los menores visitantes, no, sino los
adultos soldados del regimiento que, divertidos y frívolos, las ponían entre
sus manos. Un Estado justo y democrático con un ejército que monopolice los
instrumentos de la violencia en una sociedad bien educada debe abrir los
cuarteles a sus ciudadanos para que confirmen lo malas y peligrosas que son las
armas y lo sensatamente que las están empleando sus soldados. Eso quizás lo
pueda hacer Cuba. EEUU y España no. Aquí nos dedicamos a mostrar a los niños lo
muy lúdicas que son también nuestras metralletas verdaderas y a ocultarles
dónde y por qué y para qué se están usando. Los gobiernos que invaden
Afganistán cometen dos crímenes sin atenuantes y con premeditación: la
fabricación de la guerra y la fabricación de los que participan en ella.
Los soldados
desplazados sobre el terreno, ejecutores del crimen, tienen al menos el
atenuante, como demuestran las fotos de Fuerteventura, de no haber alcanzado
aún la mayoría de edad.
Sus
artículos en Rebelion http://www.rebelion.org/autores.php?id=7
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