ALGUNAS CLAVES PARA ENTENDER LA CRISIS ECONÓMICA
EUROPEA
Son muchas ya las voces que desde
Alemania reclaman para esta un papel hegemónico en la Unión Europea
Miércoles,
26 de diciembre de 2012
Por Máximo
Relti / Canarias Semanal
Según Perry
Anderson, no es descartable que el poder alemán adopte una forma más brutal que
se expresaría a través de los mercados y no desde las altas esferas de una
cartera ministerial o el directorio del Banco Central. Anderson cree que es
demasiado temprano para desechar la hipótesis de una "Crossmacht" -
gran potencia - regional, que tenga Alemania como eje principal. De un extremo
a otro de Alemania se elevan voces que tratan de incitar a Berlín a
materializar su liderazgo en la Unión. ¿Soportarán esto los pueblos europeos?
Perry Anderson es considerado en la actualidad como uno de los
principales pensadores marxistas contemporáneos. Aunque británico de origen,
Anderson enseña historia y sociología en la Universidad de California,
en Los Angeles. Sin embargo, su trabajo está estrechamente vinculado a
la revista "New Letf Review", de cuyo Comité editor forma
parte.
Perry Anderson es, además, un historiador extraordinariamente conocido en los ámbitos europeos por sus estudios sobre el Estado absolutista y las transiciones entre la antigüedad y la sociedad feudal. Entre sus obras más notorias podemos encontrar "Consideraciones sobre el marxismo occidental", "Tras las huellas del materialismo histórico", "El Estado absolutista" y "Transiciones de la antigüedad al feudalismo".
Hace unas semanas, Perry Anderson escribió un artículo en la revista "Le Monde diplomátique", en su edición en castellano, en el que alza su voz de alarma en relación a la política hegemonizadora del gobierno alemán en Europa. En su extenso artículo, Anderson hace historia sobre la trayectoria seguida durante los últimos años por la Unión Europea. De él hemos extraido algunas de sus valoraciones más importantes para conocimiento de nuestros lectores.
"Durante los primeros años del siglo XXI, - escribe Anderson - la vanidad europea parecía haber alcanzado su punto culminante. La Unión se consideraba como el "parangón" universal del desarrollo social y político, un modelo de civilización capaz de hacer morir de envidia al resto de la humanidad."
A lo largo de las dos últimas décadas, Europa se pronunció por la reunificación alemana, que a exigencias de Berlín fue seguida por la unión monetaria de Maastricht y el pacto de estabilidad. Transcurrido algún tiempo, "la política monetaria de la Unión se encuentra actualmente a merced de un Banco Central Europeo (BCE), cuyas concepciónes parecen inspirarse en las teorías ultraliberales de Friedrich Hayek: no teniendo que rendir cuentas ni a los electores ni a los gobiernos, el todopoderoso BCE responde al único objetivo de garantizar la estabilidad de los precios. A través de la eurozona, dirige una economía tentacular actualmente ampliada a los países del Este, que le aportan un yacimiento de mano de obra barata".
A principios de la década del 2000, el gobierno socialdemócrata de Schroeder, haciéndose eco de las exigencias del gran capital alemán, impuso a los trabajadores una drástica reducción de los salarios, a la cual los sindicatos se resignaron bajo la amenaza de una creciente deslocalización hacia Polonia, Eslovaquia u otras partes.
Esta política tuvo unos efectos tan devastadores como previsibles en la Europa del Sur. La industria exportadora alemana, con una productividad al alza y un coste salarial a la baja, creció vertiginosamente en competitividad, haciendo posible que sus mercancías se apoderen de los mercados de la euro zona.
En la periferia meridional europea - Italia y Grecia España Portugal-, está pérdida de competitividad provocada por el "modelo alemán" es artificialmente compensada por una afluencia de créditos con bajos tipos de interés, conforme a la filosofía monetaria prescripta por Bruselas y Berlín.
"A finales de 2008 - precisa Perry Anderson - cuando la crisis financiera estadounidense - que es en realidad una crisis de la 'sobrefinanciarización"- golpea a Europa, la credibilidad de las deudas acumuladas por los países del Sur se desmorona brutalmente, haciendo temer una reacción en cadena de Estados en bancarrota". Pero mientras que en Estados Unidos una inyección colosal de fondos públicos restablecía rápidamente la salud de los bancos en peligro, y la máquina de fabricar billetes de la Reserva Federal funcionaba a toda velocidad para estimular la demanda, "la eurozona se daba de bruces contra sus propios barrotes", dice Anderson.
Y es que, por un lado, el estatuto del BCE le prohíbe adquirir los créditos de un país miembro. Por el otro, la ausencia de un orden político solidario, en el cual el más grande pagaría muy caro el error de ignorar las necesidades básicas del más pequeño, desenmascara dramáticamente el simulacro sobre el que se había montado el federalismo europeo.
Por eso, cuando la crisis golpea, la cohesión de la eurozona no se apoya en medidas sociales susceptibles de aliviar a las poblaciones más expuestas, sino, en la dominación política del miembro más influyente, que es el más saludable. Así, Alemania, al frente de una coalición de Estados nórdicos, puede imponer a su gusto programas de austeridad draconianos, impensables para sus propios ciudadanos, a los países más vulnerables del Sur, los cuales constituyen un objetivo tanto más cómodo cuanto que no pueden recurrir a una devaluación para tomar sus exportaciones más atractivas.
Sometidos a una presión aplastante, los gobiernos de estos "pequeños" países caen como moscas. En Irlanda, Polonia y España, las mayorías parlamentarias existentes a comienzos de la crisis fueron barridas en las urnas, e irónicamente sus sucesores mostraron aún más celo para ajustar el cinturón de sus respectivos pueblos.
En todos los países en los cuales fueron aplicadas, las prescripciones tendentes a restaurar la "confianza" de los acreedores se tradujeron en recortes de los gastos sociales, la desregulación de los mercados y la privatización de bienes públicos.
Según Perry Anderson, no es descartable que el poder alemán adopte una forma más brutal que se expresaría a través de los mercados y no desde las altas esferas de una cartera ministerial o el directorio del Banco Central. Anderson cree que es demasiado temprano para desechar la hipótesis de una "Crossmacht" - gran potencia - regional, que tenga Alemania como eje principal. De un extremo a otro de Alemania se elevan voces que tratan de incitar a Berlín a materializar su liderazgo en la Unión. En un artículo publicado en la primera página de la influyente revista alemana "Merkur", el jurista Christoph Schönberger explicaba que Alemania está capacitada para ejercer plenamente su hegemonía, "que no tiene nada que ver con la tiranía fustigada por los deplorables eslóganes de un discurso antiimperialista a lo Gramsci". La "hegemonía", insistía el jurista Schönberger, debe entenderse en un sentido estrictamente constitucional, es decir, como una función tutelar asumida por un Estado poderoso en el seno de un sistema federal, semejante al que ejerció Prusia, con Bismarck a la cabeza, en la federación imperial alemana a fines del siglo XIX
Finalmente, augura Perry Anderson, "los sufrimientos más duros no lleva necesariamente a la población a sublevarse y a salir a las calles, más bien la paralizan, tal como demuestra la pasividad de los rusos bajo la dirección de Boris Yeltsin. Pero los pueblos europeos están menos acostumbrados a semejantes tormentos, y, por poco que su condición continúe deteriorándose, su capacidad de resistencia podría repentinamente llegar a su límite", concluye Anderson.
Perry Anderson es, además, un historiador extraordinariamente conocido en los ámbitos europeos por sus estudios sobre el Estado absolutista y las transiciones entre la antigüedad y la sociedad feudal. Entre sus obras más notorias podemos encontrar "Consideraciones sobre el marxismo occidental", "Tras las huellas del materialismo histórico", "El Estado absolutista" y "Transiciones de la antigüedad al feudalismo".
Hace unas semanas, Perry Anderson escribió un artículo en la revista "Le Monde diplomátique", en su edición en castellano, en el que alza su voz de alarma en relación a la política hegemonizadora del gobierno alemán en Europa. En su extenso artículo, Anderson hace historia sobre la trayectoria seguida durante los últimos años por la Unión Europea. De él hemos extraido algunas de sus valoraciones más importantes para conocimiento de nuestros lectores.
"Durante los primeros años del siglo XXI, - escribe Anderson - la vanidad europea parecía haber alcanzado su punto culminante. La Unión se consideraba como el "parangón" universal del desarrollo social y político, un modelo de civilización capaz de hacer morir de envidia al resto de la humanidad."
A lo largo de las dos últimas décadas, Europa se pronunció por la reunificación alemana, que a exigencias de Berlín fue seguida por la unión monetaria de Maastricht y el pacto de estabilidad. Transcurrido algún tiempo, "la política monetaria de la Unión se encuentra actualmente a merced de un Banco Central Europeo (BCE), cuyas concepciónes parecen inspirarse en las teorías ultraliberales de Friedrich Hayek: no teniendo que rendir cuentas ni a los electores ni a los gobiernos, el todopoderoso BCE responde al único objetivo de garantizar la estabilidad de los precios. A través de la eurozona, dirige una economía tentacular actualmente ampliada a los países del Este, que le aportan un yacimiento de mano de obra barata".
A principios de la década del 2000, el gobierno socialdemócrata de Schroeder, haciéndose eco de las exigencias del gran capital alemán, impuso a los trabajadores una drástica reducción de los salarios, a la cual los sindicatos se resignaron bajo la amenaza de una creciente deslocalización hacia Polonia, Eslovaquia u otras partes.
Esta política tuvo unos efectos tan devastadores como previsibles en la Europa del Sur. La industria exportadora alemana, con una productividad al alza y un coste salarial a la baja, creció vertiginosamente en competitividad, haciendo posible que sus mercancías se apoderen de los mercados de la euro zona.
En la periferia meridional europea - Italia y Grecia España Portugal-, está pérdida de competitividad provocada por el "modelo alemán" es artificialmente compensada por una afluencia de créditos con bajos tipos de interés, conforme a la filosofía monetaria prescripta por Bruselas y Berlín.
"A finales de 2008 - precisa Perry Anderson - cuando la crisis financiera estadounidense - que es en realidad una crisis de la 'sobrefinanciarización"- golpea a Europa, la credibilidad de las deudas acumuladas por los países del Sur se desmorona brutalmente, haciendo temer una reacción en cadena de Estados en bancarrota". Pero mientras que en Estados Unidos una inyección colosal de fondos públicos restablecía rápidamente la salud de los bancos en peligro, y la máquina de fabricar billetes de la Reserva Federal funcionaba a toda velocidad para estimular la demanda, "la eurozona se daba de bruces contra sus propios barrotes", dice Anderson.
Y es que, por un lado, el estatuto del BCE le prohíbe adquirir los créditos de un país miembro. Por el otro, la ausencia de un orden político solidario, en el cual el más grande pagaría muy caro el error de ignorar las necesidades básicas del más pequeño, desenmascara dramáticamente el simulacro sobre el que se había montado el federalismo europeo.
Por eso, cuando la crisis golpea, la cohesión de la eurozona no se apoya en medidas sociales susceptibles de aliviar a las poblaciones más expuestas, sino, en la dominación política del miembro más influyente, que es el más saludable. Así, Alemania, al frente de una coalición de Estados nórdicos, puede imponer a su gusto programas de austeridad draconianos, impensables para sus propios ciudadanos, a los países más vulnerables del Sur, los cuales constituyen un objetivo tanto más cómodo cuanto que no pueden recurrir a una devaluación para tomar sus exportaciones más atractivas.
Sometidos a una presión aplastante, los gobiernos de estos "pequeños" países caen como moscas. En Irlanda, Polonia y España, las mayorías parlamentarias existentes a comienzos de la crisis fueron barridas en las urnas, e irónicamente sus sucesores mostraron aún más celo para ajustar el cinturón de sus respectivos pueblos.
En todos los países en los cuales fueron aplicadas, las prescripciones tendentes a restaurar la "confianza" de los acreedores se tradujeron en recortes de los gastos sociales, la desregulación de los mercados y la privatización de bienes públicos.
Según Perry Anderson, no es descartable que el poder alemán adopte una forma más brutal que se expresaría a través de los mercados y no desde las altas esferas de una cartera ministerial o el directorio del Banco Central. Anderson cree que es demasiado temprano para desechar la hipótesis de una "Crossmacht" - gran potencia - regional, que tenga Alemania como eje principal. De un extremo a otro de Alemania se elevan voces que tratan de incitar a Berlín a materializar su liderazgo en la Unión. En un artículo publicado en la primera página de la influyente revista alemana "Merkur", el jurista Christoph Schönberger explicaba que Alemania está capacitada para ejercer plenamente su hegemonía, "que no tiene nada que ver con la tiranía fustigada por los deplorables eslóganes de un discurso antiimperialista a lo Gramsci". La "hegemonía", insistía el jurista Schönberger, debe entenderse en un sentido estrictamente constitucional, es decir, como una función tutelar asumida por un Estado poderoso en el seno de un sistema federal, semejante al que ejerció Prusia, con Bismarck a la cabeza, en la federación imperial alemana a fines del siglo XIX
Finalmente, augura Perry Anderson, "los sufrimientos más duros no lleva necesariamente a la población a sublevarse y a salir a las calles, más bien la paralizan, tal como demuestra la pasividad de los rusos bajo la dirección de Boris Yeltsin. Pero los pueblos europeos están menos acostumbrados a semejantes tormentos, y, por poco que su condición continúe deteriorándose, su capacidad de resistencia podría repentinamente llegar a su límite", concluye Anderson.
Fuente: http://canarias-semanal.com/
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