Comprad, comprad, malditos
Artículos de
Opinión | Esther Vivas | 24-12-2012 |
Son fiestas
navideñas, momento de juntarnos, comer, celebrar y, sobre todo, comprar. La
Navidad es, también, la “fiesta” del consumo, ya que en ningún otro momento del
año, para beneplácito de los mercaderes del capital, compramos tanto como
ahora. Comprar para regalar, para vestir, para olvidar o, simplemente, comprar
por comprar.
El sistema
capitalista necesita de la sociedad de consumo para sobrevivir, que alguien
compre masiva y compulsivamente aquello que se produce y, así, el círculo
“virtuoso”, o “vicioso” según como se mire, del capital continúe en movimiento.
¿Qué lo que compres sea útil o necesario? Poco importa. La cuestión es gastar,
cuanto más mejor, para que unos pocos ganen. Y, así, nos prometen que consumir
nos va a hacer más felices, pero la felicidad nunca llega a golpe de talonario.
Nos venden
lo trivial como imprescindible, lo fútil como indispensable y nos crean
necesidades artificiales en permanencia. ¿Podrían ustedes vivir sin un teléfono
móvil de última generación o sin un televisor de plasma? Y, ¿sin cambiarse de
ropa cada temporada? Seguramente ya no. La sociedad de consumo así lo ha
impuesto. Además, poco importa la calidad de aquello que compramos. Nos venden
marcas, sueños, sensaciones… de la mano de deportistas famosos, estrellas de
Hollywood. Y por algunos euros compramos ficticiamente la fama, el glamour o la
atracción sexual que la publicidad se encarga de servirnos diariamente en
bandeja.
Y si me
resisto a comprar, ¿qué pasa? Los productos se fabrican para morir siempre
antes de tiempo, estropearse, dejar de funcionar, lo que se conoce como
obsolescencia programada, para que así tengas que adquirirlos de nuevo. ¿De qué
servirían unas medias sin carreras, unas bombillas que nunca se fundieran o una
impresora que no se averiara? Para nosotros y el medio ambiente, bien; para las
empresas del capital, mal, muy mal. Y es que la sociedad de consumo está
pensada, como magníficamente retrataba Cosima Dannoritzer en su documental,
para ‘Comprar, tirar, comprar’, el título de su último trabajo. Aquí sólo gana
quien vende.
Poco
importan las miles de toneladas de residuos que genera la cultura del “usar y
tirar”. Desperdicios tecnológicos, ropa, alimentos… que desaparecen tras
nuestra puerta, en la basura, o que pasan a engrosar las pilas de deshechos que
se acumulan en los países del Sur, contaminando aguas, tierra y amenazando la
salud de sus comunidades, mientras nosotros miramos para otro lado. Nos hemos
acostumbrado a vivir sin tener en cuenta que habitamos un planeta finito, y el
capitalismo se ha encargado muy bien de ello.
Se asocia
progreso a sociedad de consumo, pero tendríamos que preguntarnos progreso para
qué y para quiénes y a costa de qué y de quiénes. Si todo el mundo consumiera
como un ciudadano medio del Estado español harían falta tres planetas tierra
para colmar nuestra voracidad, pero sólo tenemos uno, mientras que en muchos
países africanos a penas consumen lo necesario para sobrevivir. Aunque es
necesario recordar que, también, existe un Sur en el Norte y un Norte en el
Sur.
Alguien
dirá: “Si dejamos de comprar, la economía se estancará y se generará más
desempleo”. La realidad es muy distinta de la que nos cuentan. Y es,
precisamente, este sistema el que fomenta paro, pobreza y precariedad, el que
deslocaliza la industria y la agricultura, el que explota la mano de obra, el
que contamina el ecosistema y el que nos ha sumido en una crisis económica,
social y climática de enormes proporciones. Si queremos trabajar dignamente,
cuidar de nuestro planeta, tener bienestar… hace falta otra economía, social y
solidaria. Satisfacer nuestras necesidades, teniendo en cuenta que vivimos en
un mundo lleno, saturado, a punto de explotar. Apostar por la agricultura
ecológica, los servicios públicos, las tareas de cuidados… Trabajar para vivir
y no vivir para trabajar. Porqué o cambiamos, o no saldremos de esta crisis
“consumiendo”, como nos intentan hacer creer, sino “consumiéndonos”.
Y uno más
apuntará: “Hay sociedad de consumo porque la gente quiere consumir”. Pero, más
allá de nuestra responsabilidad individual, nadie, que yo sepa, ha escogido
esta sociedad donde nos ha tocado vivir, o al menos a mí no me han preguntado.
Es así como nos han educado en la sociedad del “cuanto más mejor”. Y no sólo
nos han inculcado valores y prácticas de un sistema que antepone intereses
particulares a necesidades colectivas, como el individualismo, la competencia,
sino que nos imponen, desde muy pequeños, un determinado rol en función de
nuestro género, en la reproducción no solo de una estructura capitalista sino,
también, patriarcal.
Quieren que
compremos hasta morir, como en la película ‘Danzad, danzad, malditos’ (1969) de
Sideny Pollack, donde los participantes a un concurso de baile danzaban sin
parar hasta la extenuación para el beneplácito de unos pocos acaudalados. Como
decía el presentador de la competición frente a los últimos concursantes a
punto de desfallecer al final de la película: “Estos chicos maravillosos,
estupendos… que siguen luchando, siguen esperando, mientras el reloj fatal
sigue con su tic tac. Continua la danza del destino, el alucinante maratón
sigue y sigue y sigue. ¿Hasta cuando aguantarán? Vamos, un aplauso. Hay que
animarlos. Aplaudan, aplaudan, aplaudan”. Viva el circo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario