Gabriel Flores | Economista
nuevatribuna.es | 01
Octubre 2014 - 11:32 h.
Reconozcamos lo evidente desde el
principio para no dar lugar a equívocos. La economía francesa va peor que la
alemana: mientras Alemania gana peso en la eurozona y en el mundo capitalista
desarrollado; Francia a duras penas consigue mantener su posición relativa, que
mejora ligeramente en el seno de la eurozona y empeora, también levemente,
respecto a los países capitalistas desarrollados no pertenecientes a la
eurozona. Francia va algo mejor o menos mal que la eurozona.
Francia
tiene una sólida base recaudatoria que se traduce en una envidiable capacidad
de lograr un alto nivel de ingresos públicos, 52,8% del PIB en 2013, mientras
Alemania acreditaba ocho puntos menos y España, quince puntos menos
Alemania obtiene ventajas y oportunidades
con la prolongación de la crisis de la eurozona; Francia, por el contrario, se
resiente. Pero ese dispar impacto de la crisis sobre ambas economías no
autoriza a reflejar a brochazos unas diferencias repletas de matices que exigen
pinceladas finas y una amplia gama de colores intermedios.
La situación de la economía francesa
despierta muchas dudas y no solo preocupa su economía, la crisis de orientación
e identidad del Gobierno socialista sigue su curso, la crispación y la división
en el seno de la sociedad francesa son palpables y el creciente rechazo a las
instituciones europeas y a su actuación política admite formas xenófobas y un
poso nacionalista excluyente que son incompatibles con cualquier proyecto de
construcción de la unidad europea.
En los últimos años, no pocos analistas,
políticos y medios de comunicación europeos, no solo alemanes o de derechas,
han defendido que la economía francesa necesita una terapia de choque para
acabar con la omnipresencia e ineficiencia del Estado, reducir una carga fiscal
que asfixia a las empresas y desregular un mercado laboral que no responde al
aumento del paro ni a la reducción de los beneficios empresariales. Tras la
crisis de Gobierno cocinada por Hollande y Valls a finales de agosto esas tesis
también han seducido al equipo dirigente socialista y constituyen el armazón
ideológico que orienta las reflexiones y propuestas del segundo Gobierno Valls.
Hasta hace unas semanas, con muy pocas y
no muy buenas razones, el Gobierno francés y la misma Francia eran presentados
en los grandes diarios de referencia mundial como los alumnos díscolos que se
niegan a hacer los deberes y, en lugar de prestar atención, montan follón,
dificultando que el resto del grupo se aplique en la tarea de escribir al
dictado. Ha costado Merkel y ayuda depurar, disciplinar y comprometer al
Gobierno de Francia con las políticas de ajuste y reforma estructural que
predican e imponen los poderes económicos y las instituciones europeas. Aún
está por ver hasta qué punto van a poder meter en cintura a la sociedad
francesa y si la rendición de Hollande y del segundo Gobierno Valls es completa
o si los líderes socialistas son capaces de habilitar algunos espacios de
autonomía para que su base electoral pueda respirar y evitar que su economía
sea sangrada en el altar de la austeridad.
El empeño de Alemania en frenar que la solidaridad
entre los Estados miembros supere el umbral estrictamente necesario para evitar
la implosión del euro no sería explicable sin comprender que la prolongación de
la crisis y de la estrategia conservadora de salida de la crisis
No es difícil poner en entredicho el
simplificador relato que predomina en los medios de comunicación y que extiende
la mala opinión sobre la economía francesa y la buena imagen de la economía
alemana. No son pocos los datos y los argumentos que permiten guardar
distancias respecto a los interesados análisis y opiniones que acentúan los problemas
que sufre la economía francesa, embellecen la situación de la economía alemana
y apuntan, de forma interesada, a la necesidad de que Francia aplique con
urgencia reformas estructurales y recortes que poco o nada han hecho para que
Alemania disfrute de su relativamente buena posición actual. Cuando se observan
los datos y el camino recorrido por ambas economías en los últimos años, las
cosas no encajan tan bien como en ese hegemónico relato lineal que cuenta como
la laboriosa Alemania hizo bien y cuando tocaba las duras y exigentes reformas
que imponía la globalización, mientras la anquilosada Francia sesteaba,
negándose a reformar un Estado, un sistema de protección social o un mercado
laboral que ya no pueden mantener los rasgos y volúmenes de antaño. Pues ni
tanto ni tan calvo. Detrás de esa interpretación hay manipulación, ocultación
de datos e intereses de parte.
La eurozona, es verdad, tiene graves
problemas y la economía francesa no puede evitar compartirlos o verse afectada
por ellos. En medio del desastre que supone para la mayoría de los Estados
miembros haber perdido seis años sin haber solucionado ninguno de los graves
problemas económicos, financieros, productivos e institucionales que la crisis
puso en evidencia, ni Francia ni el conjunto de la eurozona pueden ir bien.
Tras cuatro años de políticas de austeridad que han agravado la destrucción de
empleo, la pérdida de crecimiento potencial y la multiplicación de las
desigualdades, la pregunta pertinente debería ser por qué a la economía alemana
le sientan tan bien la crisis.
El empeño de Alemania en frenar que la
solidaridad entre los Estados miembros supere el umbral estrictamente necesario
para evitar la implosión del euro no sería explicable sin comprender que la
prolongación de la crisis y de la estrategia conservadora de salida de la
crisis que se ha impuesto permiten desviar la mayoría de los costes hacia los
países de la periferia y concentran las ventajas y oportunidades en Alemania y
en el pequeño núcleo de socios que conforman el centro de la eurozona.
Muchos de los estigmas que se achacan a la economía
francesa solo pueden ser considerados problemas desde una óptica subordinada a
prejuicios ultraliberales
Pese a todo, la economía francesa
funciona y no va tan mal como dicen. Muchos de los estigmas que se
achacan a la economía francesa solo pueden ser considerados problemas desde una
óptica subordinada a prejuicios ultraliberales.
Francia tiene uno de los más generosos
sistemas de protección social (gasto público en pensiones, desempleo y sistema de salud) entre los
países de la OCDE y la ciudadanía francesa, con buen criterio, se resiste a
recortarlo. Los gastos públicos de protección social en Francia en el periodo
2002-20013 supusieron de media algo más del 22% del PIB, mientras en Alemania
se situaban dos puntos por debajo y en España, seis puntos menos.
Los salarios reales en Francia crecen
significativamente por encima de la productividad del trabajo desde finales del siglo pasado y la
crisis no ha modificado esa tendencia, mientras que en Alemania comenzaron a
crecer menos que la productividad a partir de 2003. En España, a partir de 2010
se invierten las tendencias dominantes hasta entonces, si antes de la crisis
los salarios reales aumentaban ligeramente mientras la productividad del
trabajo retrocedía, a partir de 2010 los salarios retroceden mientras la
productividad se dispara.
En medio del desastre que supone para la mayoría de
los Estados miembros haber perdido seis años sin haber solucionado ninguno de
los graves problemas económicos, financieros, productivos e institucionales que
la crisis puso en evidencia, ni Francia ni el conjunto de la eurozona pueden ir
bien
Francia tiene una sólida base recaudatoria
que se traduce en una envidiable capacidad de lograr un alto nivel de ingresos
públicos, 52,8% del PIB en 2013, mientras Alemania acreditaba ocho puntos menos
y España, quince puntos menos. Durante la crisis, las políticas presupuestarias
en lugar de disminuir los ingresos públicos en Francia, los han incrementado, a
diferencia del estancamiento que han experimentado en Alemania o el desplome de
casi 5 puntos que se produjo en España en 2008-2009 y que están aún lejos de
recuperarse.
Naturalmente, esos buenos datos para la
mayoría de la sociedad francesa tienen contrapartidas que pueden ser
interpretadas como obstáculos o restricciones al crecimiento económico o al
pleno despliegue de las fuerzas del mercado por los creyentes en el Estado
mínimo y los partidarios ultras del estricto equilibrio de las cuentas públicas
a como dé lugar y en toda circunstancia.
Sin embargo, los altos salarios o su
crecimiento por encima de la productividad no pueden considerarse problemas
económicos en sí mismo, al margen del contexto, las condiciones o los
contradictorios efectos que pueda desencadenar su mejora. Los altos salarios
solo son un problema cuando el valor que añaden es inferior al coste que
representan y, además, las empresas afectadas o el conjunto de la economía
nacional no disponen de márgenes para encajar su mantenimiento.
Es natural que los datos de la economía
francesa expresados más arriba no resulten gratos a algunos sectores sociales.
Y que los interesados en reducir los costes laborales que soportan las empresas
y en lograr recortes en protección social que permitan disminuir la presión
fiscal sobre los beneficios empresariales y las rentas más altas pretendan
cambiar las cosas. Son muchos los intereses que aspiran a lograr una mayor
mercantilización de las pensiones o la sanidad y una mayor presión del
desempleo sobre los salarios, con objeto de que los costes laborales sean menos
rígidos a la baja y se adapten como un guante a la productividad y rentabilidad
de cada empresa y a las fluctuaciones de los mercados. Pero, pese a tanta
preocupación por la presencia del Estado, la amplitud de la protección social o
los altos salarios, la economía francesa funciona. Las exportaciones, las
cuentas del sector exterior, la productividad o, incluso, el PIB muestran en
los últimos años evoluciones razonablemente positivas.
Así, la media móvil de tres años del saldo
por cuenta corriente pasó a ser negativa a partir de 2006, pero ese déficit,
pese a su crecimiento progresivo, apenas ha alcanzado un manejable -1,8%
del PIB en los últimos años. Y eso, sin necesidad de hacer recortes en
los gastos públicos o los salarios para frenar las importaciones y equilibrar a
machetazos, como se ha hecho en España, la balanza por cuenta corriente. Es
verdad que Alemania muestra en esos mismos años superávits por cuenta corriente
de alrededor del 7% del PIB, pero los magníficos (y desequilibrados) resultados
alemanes no debieran impedir una valoración más ponderada del limitado y
manejable desequilibrio exterior de la economía francesa.
El PIB de Francia en términos reales se
situaba en 2013 en un nivel muy próximo al de 2007. En total, tras seis años de
crisis, el PIB de la economía francesa era en 2013 un 0,6% superior al de 2007;
mientras el de Alemania lo superaba en un holgado 6,4%. Pese a la clara
diferencia a favor de Alemania (con un crecimiento medio anual de su actividad
económica de apenas un 1,04% durante esos seis años), ninguno de los datos que
muestran ambas economías es para tirar cohetes. Son los pésimos resultados de
sus principales competidores en la eurozona los que agrandan la ventaja de la
economía alemana. En todo caso, el comportamiento de la economía francesa es
bastante mejor que el conjunto de la eurozona, que aún no ha recuperado el
nivel del PIB de 2007 (todavía está un 1,8% por debajo). Nada que ver con las
pérdidas reales experimentadas por España (-5,7%), Portugal (-6,8%), Irlanda
(-7,6%), Italia (-8,8%) o Grecia (-23,7%) en el mismo periodo y que tardarán
años o décadas en recuperar.
La tasa de desempleo ha aumentado en
Francia desde el 7,4% de diciembre de 2007 al 8,7% de julio de 2014 y ese
incremento de 1,3 puntos preocupa extraordinariamente a las autoridades y a la
sociedad francesa. Alemania, en sentido contrario, presume, porque puede
hacerlo, de haber logrado en el mismo periodo bajar la tasa de desempleo desde
el 8,2% a un mínimo 4,9%. Las desastrosas cifras del desempleo en España, con
una tasa que en el mismo periodo se ha disparado desde el 8,8% al 24,5%,
proporcionan una idea clara de las diferencias. Y, de paso, muestran la
catadura moral de unas autoridades españolas y comunitarias volcadas en poner a
España como ejemplo de lo que hay que hacer y que parecen menos preocupadas por
la tragedia que supone el paro que por tratar de esconder sus responsabilidades
con florituras verbales a propósito de brotes verdes y raíces vigorosas.
Las tasas de empleo respecto a la
población en edad de trabajar han crecido en Francia (del 64,8% de 2007 al
65,5% de 2013) y en Alemania (del 66,7% al 72,3%), pero en España el desastre
de las cifras del paro se completa con el retroceso de la tasa de empleo (el ya
bajo 58,6% de 2007 retrocede hasta el 53,8% de 2013).
Aunque puede aducirse, con razón, que la
drástica reducción del desempleo y el aumento de la tasa de empleo en Alemania
se deben, en buena parte, a una desregulación del mercado laboral que ha
primado la creación de empleos indecentes (a tiempo parcial y mal pagados)
entre los trabajadores con menores niveles de cualificación y formación, el
hecho de la reducción del desempleo y la capacidad que demuestra la economía
alemana para conservar empleos decentes y generar nuevos empleos indecentes son
incontestables.
Conviene aclarar que Francia no ha estado
al margen de la desregulación y la dualización que han experimentado los
mercados laborales del mundo capitalista, antes y durante la actual crisis;
simplemente, en Francia, esa desregulación aún no ha alcanzado la capacidad de
reducir significativamente los niveles salariales, ni de generar millones de
empleos indecentes o, trasladándolo al ámbito sociopolítico, aún no ha conseguido
doblegar la resistencia obrera y ciudadana.
El carácter dual del mercado laboral
alemán, pese a su extensión y profundización antes del estallido de la crisis,
tampoco tiene mucho que ver con la dualidad que sufre el mercado laboral
español. En Alemania, el ajuste de empleos y salarios ha sido moderado y todo
su peso ha caído sobre el significativo, pero aún minoritario, sector de
trabajadores que se ven obligados a ocupar los empleos indecentes; la mayoría
de los trabajadores alemanes no se han visto afectados durante la actual crisis
por el recorte de derechos o la pérdida de poder adquisitivo. En España, por el
contrario, el conjunto del mercado laboral se ha visto contaminado por la
desregulación llevada a cabo por sucesivas reformas del mercado de trabajo y
por la presión que ejercen el enorme desempleo y la amenaza de los despidos.
Así, en España, todos los sectores y la inmensa mayoría de las clases
trabajadoras han sufrido recortes de derechos, pérdida de empleos,
precarización de las condiciones de trabajo y reducción de salarios.
Por lo visto hasta ahora, podría parecer
que los problemas de la economía francesa son un invento o dificultades sin
mayor importancia. Nada más lejos de la realidad. Los desequilibrios de las
cuentas públicas, el reducido tamaño de un sector manufacturero que ya era
relativamente pequeño antes de la crisis y ha seguido menguando con la crisis,
las bajas tasas de rentabilidad de las empresas que limitan sus posibilidades
de autofinanciación y la expansión de su inversión productiva y los gastos de
I+D, el reducido número de medianas empresas exportadoras, la degradación de la
competitividad basada en los costes (especialmente, frente a Alemania) o la
pérdida de peso de Francia en el mercado mundial, particularmente acusada a
partir del año 2000, son problemas reales y de envergadura pendientes de
encontrar solución.
Pero es obligado situar los problemas en
el contexto de una economía potente y con recursos a la que la crisis de la
eurozona y la austeridad dominante han afectado negativamente, pero no la han
hundido ni han logrado desfigurar sustancialmente sus principales rasgos y
logros económicos y sociales. Baste un ejemplo como muestra. La cacareada
desindustrialización francesa viene de muy lejos, aunque la actual crisis de la
eurozona la haya intensificado, y no puede confundirse con un fenómeno de
declive industrial absoluto; no es el resultado de la pérdida neta de
actividades y tejido productivo, sino de un mayor auge del valor añadido
aportado por el sector servicios. Así, la producción industrial francesa
se dobló en términos reales entre 1970 y 2007 y el valor añadido aportado por
la industria creció cerca de un 160%. Y la pérdida de peso relativo del empleo
industrial en el conjunto de la economía francesa se debe, antes que a
cualquier otro factor, al aumento de la productividad por hora trabajada, que
en ese mismo periodo, entre 1970 y 2007, se cuadruplicó.
La economía francesa necesita reformas,
pero no el tipo de las reformas estructurales, austeridad y devaluación
salarial que hasta ahora han recetado a diestro y siniestro las instituciones
europeas. Francia necesita que Europa y la eurozona se reformen, cambien las
prioridades y políticas imperantes y propugnen una salida de la crisis
cooperativa y solidaria. Que el Gobierno de Francia haya renunciado a encabezar
una alternativa progresista a las políticas de austeridad imperantes es una
pérdida importante que debilita las posibilidades de superar la crisis de la
eurozona y construir una Europa cohesionada. Pero que el actual Gobierno de
Francia se haya rendido a los austericidas (ya veremos en qué condiciones y qué
márgenes es capaz de conservar) no implica que los problemas reales de su
economía vayan a arreglarse.
Francia va a seguir requiriendo un
profundo cambio institucional de la eurozona y políticas más complejas,
matizadas y adaptadas a sus problemas económicos específicos que las que
ofrecen los poderes económicos europeos y las fuerzas políticas que los
representan. El conflicto de Francia con las instituciones comunitarias y las
políticas de austeridad que han impuesto va a seguir vivo, exigiendo soluciones
cooperativas que conlleven un reparto menos injusto de los costes y los
beneficios que supone compartir un mercado único y una moneda.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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