Esta
trabajadora del Carlos III de Madrid que también trabajó con Pajares denuncia
que los protocolos de seguridad no han cambiado: "Tenemos miedo", confiesa
PAULA
DÍAZ Madrid 09/10/2014 16:14 Actualizado: 09/10/2014 21:57
Una
sanitaria de Madrid, con el traje utilizado con los enfermos y aislados por
riesgo de ébola. Foto: TWITTER
Es
enfermera, lleva diez años trabajando en el Hospital Carlos III de Madrid tras
haber pasado antes por el de La Paz y, hasta el pasado agosto, jamás había
pisado una unidad especializada en enfermedades infecciosas. Ella -que prefiere
no dar su nombre por miedo a
las consecuencias que pueda tener su testimonio-
formó parte del equipo médico que atendió al sacerdote Miguel Pajares (el primer
repatriado desde Liberia).Ahora se ocupa
también de Teresa Romero, la
primera infectada por Ébola fuera de África. Y tiene miedo, mucho
miedo. Tanto, que ha extremado las precauciones de su día a día, hasta el punto
de no querer besar a sus niños, "por lo que pueda pasar"...
"No
se está haciendo nada. Tenemos exactamente el mismo traje y el mismo protocolo
y ahora mucho menos personal. En mi última
guardia estábamos tres enfermeros para cinco aislados, por lo que el tiempo de
exposición de los pringaos que moralmente no nos atrevemos a
negarnos es mucho mayor", denuncia. De hecho, lamenta también que, ante la falta de manos, se esté
contratando a personal eventual para cubrir las bajas de quienes se niegan a atender a los
aislados por miedo al contagio. "¿Crees que un eventual va a estar
preparado para esto? ¡Si muchos han terminado la carrera en junio!",
critica.
Ella, que
tampoco tenía experiencia en este tipo de casos, jamás pensó en abandonar.
Al menos, hasta ahora. "Me vi puesta en una lista y asumí que tenía que
entrar. Ni se me pasó por la cabeza decir que no", dice, recordando el
momento en que supo que tenía que atender a Pajares. "Aunque ahora ya es
para pensárselo", apostilla. "Porque quién me dice a mí, después
de lo que le ha pasado a Teresa, que ese traje me protege?", se
pregunta.
Las
irregularidades detectadas por esta trabajadora no se quedan sólo en la
indumentaria. "Seguimos con trajes de nivel dos, cuando tenían que ser de
nivel cuatro, los guantes, las calzas y las gafas no son las que tendríamos que
llevar y nos desvestimos sin que nadie nos los descontamine. La esclusa donde
nos cambiamos en un cubículo mínimo donde casi es imposible no tocar con los
codos las paredes y la única supervisión que tenemos es la que nos hacemos unos
compañeros a otros", relata. "¡Hasta en África descontaminan
los trajes antes de quitárselos para minimizar el
riesgo; están más preparados allí que aquí!", exclama.
Lo mismo
ocurrió con la formación inicial que recibió. "Yo, antes, no había visto el
traje ni en la televisión", ironiza tras explicar que toda su vida
profesional la ha pasado en unidades de hospitalización normal, nunca en algo
que precise tanta especialización como un virus letal.
"Los que mejor me han enseñado a prepararme han sido mis compañeros",
sentencia, tras confirmar
que apenas se les dio un curso de 15 minutos para formarlos.
"No estábamos preparados. Y no lo estamos aún", sentencia.
"No
estábamos preparados. Y no lo estamos aún"Además -denuncia- Consejería
y Ministerio "mienten" al afirmar que se activado un protocolo
de supervisión a todos los que hayan estado en contacto con infectados.
"Sabiendo lo que ha pasado nadie nos ha hecho pruebas. Estamos cada uno en
su casa, con sus familias y con el termómetro dos veces al día; nada más. A
ninguno, tampoco a mis compañeros que estuvieron con Manuel García Viejo (el
segundo sacerdote repatriado desde Sierra Leona y con quien se infectó Teresa),
se les ha hecho analíticas ni nada", asegura. "Tú te registras en un libro
en el que especificas tu nombre, tu número de teléfono y el tiempo que has
permanecido en la habitación. A los 20 días te llaman de Riesgos Laborales de
La Paz y ese es todo el control que tenemos", agrega.
Y no le
sirve que la
Consejería haya rebajado a "décimas" la fiebre necesaria para
que un caso se convierta en sospechoso de riesgo, que hasta ahora
estaba en 38,6. "¿Ahora? ¿Ahora rebajan la fiebre? ¡Si no saben ni
controlarla!", exclama. "La controlan mejor en África que aquí porque
la sintomatología es tan vaga que hay que no se puede poner un
marcador común; hay que individualizar. Yo, por ejemplo, con 37,5 estoy que me
muero", especifica. Y reflexiona: "Si es que somos el
hazmerreír del mundo..."
Por ello,
aunque no se explica algunas actitudes de Teresa, también arremete con quienes
ya la han sentenciado como culpable. "¡Es una profesional que
estaba haciendo su trabajo; no se la puede crucificar por
ello!", reclama. Y exige tanto al consejero, Javier Rodríguez, como a
la ministra, Ana Mato, "que manden ya los equipos buenos... ¡Que
manden a los militares o a quienes estén de verdad especializados para atender
una crisis así!", pide con indignación y enfado.
"No es
fácil ver morir a una compañera"
Y es que
esta enfermera querría no tener que seguir perteneciendo al equipo
ébola. Primero, por miedo. Segundo, porque la histeria que el goteo de
posibles casos ha despertado en la sociedad le está pasando factura. "Yo creo
que mis vecinos tiran lejía en el portal cuando salgo por la puerta",
bromea. Pero, al otro lado de la línea telefónica, su voz
se entrecorta cuando habla de sus hijos. "Vuelven del colegio diciéndome
que los niños no quieren acercarse a ellos porque su madre trabaja en el Carlos
III", lamenta.
Y se viene
abajo de sólo pensar en la posibilidad de que pueda estar infectada. "Yo
sé cómo trabajo, sé cómo me pongo y me quito el traje, sé que mis compañeros me
controlan. Sigo el protocolo, me lo sé de memoria, pero, ¿quién me asegura
que si ella lo cogió no puedo cogerlo yo?",
insiste. Y llora. Llora cuando, sola en casa, descubre sus
pensamientos más íntimos: "¿Si estuvieras en mi lugar no pensarías que
puedes tenerlo, que puedes haberte contagiado?"
Por ello, ha
puesto ya la tirita antes de la herida. Aunque el remedio sea peor que la
enfermedad. "Tengo un vaso ahora mismo que luego limpiaré con lejía, me he
apartado mis cubiertos, mi toalla, todo. Y no voy a besar a mis hijos
en los próximos 20 días", confiesa entre sollozos.
Sin embargo,
su batalla interna entre el
miedo a la exposición y su profesionalidad todavía no la ha ganado el primero.
Y no porque su sueldo ayude a equilibrar la balanza: "Gano 1.600 euros al
mes y ni nos han dado incentivos ni días de descanso que pedimos después de lo
de Pajares ni nada de nada". Pero la vocación puede más. "Teresa
está muy malita. Sales tocada y hundida cada vez que la ves porque
sabes que la dejas allí y la dejas mal; no es fácil ver morir a una
compañera", relata. "También me pasó con Pajares. Me dio mucha
pena ver que se murió solo, en una habitación, aislado y que las únicas visitas
que tenía eran de marcianos que le rodeábamos y que no
podíamos ni darle la mano para darle ánimos", agrega.
"Una vez dentro pierdes el sentido, te concentras y haces lo máximo
posible por intentar sacarles una sonrisa, o que vean, como malamente puedan
detrás de la escafranda, la tuya", prosigue. "Dejamos el miedo
dentro y sacamos el valor fuera porque, si no, ¿qué le queda a Teresa?
¿Que la dejemos tirada?", se cuestiona. "No es fácil, pero yo voy a
seguir", concluye.
Fuente: www.publico.es
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