Artur Mas en el Consell Nacional
Estraperlo era como se denominaba a una ruleta eléctrica
trucada que en los años treinta dos holandeses trajeron a España. Su control quedaba
asegurado mediante el accionamiento de un mecanismo que garantizaba que la
banca siempre ganara y nunca arriesgara. El nombre proviene del acrónimo de la
fusión de esos dos pillos, Strauss y Perlowitz, que la quisieron extender en
nuestro país y que tantos dolores de cabeza trajeron a los políticos de la
Segunda República.
Como estraperlo o ruleta trucada podríamos calificar el
resultado del Consell Nacional del pasado domingo de Unió Democrática de
Catalunya cuando, tras horas de debate, resolvieron que “no se pronuncian
sobre si están a favor de la independencia o no”. Como si no fuera la decisión
política más transcendente en décadas y el eje que determina y determinará
cualquier proyecto político en Cataluña. Lo dejan a la libre opinión de sus militantes,
simpatizantes y electores.
Sabemos que hoy, para un partido político y su programa de acción, no
hay pregunta más necesaria que definir si apuesta, trabaja y milita por una
Cataluña independiente o no.
UDC y otros partidos políticos pueden hoy estar en el mismo dilema: o, por
una parte, saben que no se va a producir la votación y no quieren desgastarse
o, por otra, son conscientes de que el riesgo no está en defender el derecho a
preguntar.
Saben que la zona caliente está en la obligación de
responder sí o no a la independencia, y arriesgar, como se emplaza a que
arriesgue al conjunto de la sociedad catalana cuando se le convoca el 9N.
Por esto creo que es estraperlo político. Al igual que aquella
ruleta trucada que no tenía riesgo para una banca que siempre ganaba. El
Consell de UDC ha preferido no arriesgar y renunciar a la función que le
es propia como partido político: la de aspirar a liderar con sus propuestas e
iniciativas la acción política. Si es que aceptamos que un partido político no
es un club de debate. Si aceptamos que un partido político no es solo la suma
de las opiniones de sus líderes por muy carismáticos y prestigiosos que puedan
ser y que, en este caso, lo son. Y si aceptamos que un partido político es algo
más, y para ello tiene unos órganos de dirección que elige democráticamente
donde se construye la opinión colectiva y la síntesis desde donde la sociedad
le da su confianza o no.
Lo preocupante de este estraperlo político es que han dejado
sin una referencia imprescindible, la de UDC, para el sí-sí o para el sí-no.
Porque es ahí donde está la esencia y donde se juega, o se jugará en el futuro,
la final. Es ahí donde está el debate en Cataluña y no en el no radical “de
dejar las cosas como están”, como nos comunicaban con grandilocuencia lo que
habían decidido en el Consell Nacional.
El debate real en la sociedad catalana, más allá de leyes y
tribunales, está y estará en independencia sí o no. Y en este debate,
UDC, como fuerza política, estará ausente. Y esto no es una buena noticia. Ni
es un buen ejemplo para aquellos ciudadanos y ciudadanas en Cataluña que
reclamamos un debate abierto, democrático, dentro de la ley y liderado con
rigor por las fuerzas políticas y en las instituciones.
Pero lo más decepcionante, incluso más que la renuncia a aportar su opinión
en el debate, es el argumento y las razones que han aconsejado a este partido
político no tomar ninguna posición sobre votar sí-no o sí-sí. Que como nos han
informado, son el temor a dividir y fracturar la organización donde, dicen,
conviven diversas y distintas opiniones.
Lo ha explicado, como nadie, Josep Antoni Duran i Lleida en su carta
semanal del pasado 3 de octubre, “El posicionamiento de nuestro Consell
Nacional tiene que permitir que todo el mundo se pueda
identificar. Sería un error histórico, de un partido histórico con
consecuencias históricas. Vaya, lo que más desea una parte del Estado y otros
que no son el Estado: que una vez roto el PSC, también se rompa Unió”.
En otras palabras, lo que se ha acordado es: "si sale con barbas, San
Antón y si no, la Purísima Concepción". Y en este caso, mencionar a los
santos no pretende ser ironía.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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