Marat
Posted
on 2014/10/17
LA BARRICADA CIERRA LA CALLE PERO ABRE
EL CAMINO
Autor: Marat
Posted on 2014/10/17
Mucha agua ha corrido bajo los puentes de las izquierdas desde que éstas se felicitaron por la rápida extensión del Estado del
Bienestar tras la II G.M., que mucho antes había comenzado el Canciller alemán
Otto von Bismark.
Desde al menos 1948 las izquierdas han gestionado el
resultado del pacto social con el capitalismo. Un Estado del Bienestar que
logró en primer lugar niveles elevados de consumo entre las clases trabajadoras
y medias, cierta redistribución social de las rentas nacionales y formas de
salario indirecto que protegían sus vidas. Todas ellas fueron posibles, dentro
de una estructura mundial capitalista, porque existía un interés mutuo entre el
reformismo de un sector de las izquierdas y el proyecto de desarrollista y de
crecimiento del capital. Ese interés compartido se llamó pacto social.
Tampoco debemos olvidar que una parte de la plusvalía
que el capital cedía a la clase trabajadora europea para poner en píe los Estados del Bienestar era compensada con una sobreexplotación desde el centro
a la periferia del sistema capitalista.
Para ganar espacios de poder o frenar tentativas de
recortes de conquistas sociales a las izquierdas les
bastaba esgrimir amenazas de movilización sindical. El capital solía ceder en
las migajas para no poner en peligro el mantenimiento de altos niveles de
beneficio empresarial.
Eran tiempos en los que frente a la
“planificación económica socialista” se aplicaba la “planificación económica
capitalista” o el llamado capitalismo monopolista de Estado. El capitalismo
trataba de mostrarse inmune a y superador de sus crisis del pasado.
Durante decenios el invento funcionó. Las
izquierdas jugaron a ser gestoras, según su nivel de representación electoral y
su capacidad de presión sindical y, en mucha menor medida, política. Tampoco
querían forzar nada.
Mientras tanto el discurso pseudo-izquierdista
coincidía con el de los reformistas en que la
clase trabajadora se había aburguesado. A los segundos se les escapaba que ellos se
habían convertido en aristocracia obrera que decía representar a los trabajadores pero cada vez lo hacía más a los intereses de las mal llamadas clases
medias. Los primeros olvidaban que para hablar de la realidad de la clase
trabajadora no está de más vivir sus vidas y su intrahistoria y no las de la
pequeña burguesía pseudoradical.
Pero llegó el primer capítulo -crisis de 1973- de una
larga serie de crisis capitalistas que DESDE entonces se han producido en distintas partes del planeta y han
replicado en otras o que se expandían en fuertes sacudidas de intensidad
creciente y mundial. Lo que en aquél momento era presentado como crisis energética (del petróleo) pronto se vería que expresaba los
límites de crecimiento sistémico y de realización del capital.
Y las “izquierdas” no supieron responder en
aquél momento:
El capitalismo, con la complicidad de las políticas gubernamentales comenzó su desregulación y los Estados empezaron a perder el control del sistema financiero internacional y comercial, a producirse la deslocalización de empresas, la brutal inmersión en la economía sumergida, con la consiguiente pérdida de derechos del trabajador, el inicio del desmonte del Estado del Bienestar en países como Gran Bretaña, las primeras reformas liberalizadoras de los sistemas públicos de pensiones y de la sanidad.
El capitalismo, con la complicidad de las políticas gubernamentales comenzó su desregulación y los Estados empezaron a perder el control del sistema financiero internacional y comercial, a producirse la deslocalización de empresas, la brutal inmersión en la economía sumergida, con la consiguiente pérdida de derechos del trabajador, el inicio del desmonte del Estado del Bienestar en países como Gran Bretaña, las primeras reformas liberalizadoras de los sistemas públicos de pensiones y de la sanidad.
Este ataque brutal de hoy a lo público en realidad
comenzó 40 años atrás en Europa, sólo que los españoles comenzamos a extender
el Estado del Bienestar ya con fuertes influencias de los intereses privados
cuando en el Viejo Continente comenzaba su desmonte.
Las huelgas sindicales en los países europeos de los
años 70-80 y de parte de los 90 del pasado siglo fueron ante todo
resistenciales: de defensa de la estabilidad en el empleo, de los derechos sociales y básicamente salariales, por la pérdida de
capacidad adquisitiva que entonces ya se estaba produciendo en términos
relativos.
Las izquierdas se fueron tornando más y
más reformistas. La vieja socialdemocracia europea se hizo social-liberal y
admitió el decálogo de la competitividad, de la alianza de lo público con lo
privado y de las incipientes políticas de austeridad y realismo económicos.
Laboristas y socialistas franceses darían la puntilla al reformismo
“progresista” de unos PPSS cuyo objetivo era volver a ocupar los gobiernos, si
bien como zombies, desde entonces, sin proyecto alguno. Los partidos comunistas
se hicieron ya abiertamente socialdemócratas (años del eurocomunismo) y
trataron de competir con los ex socialistas en un espacio político-electoral
cada vez más plano y estrecho dentro de un institucionalismo que cada vez
gestionaba menos -caminábamos sin prisa pero sin pausa hacia el Estado mínimo-
y más justificador de políticas antiobreras.
Derrotados los sectores históricos, más organizados,
conscientes, sindicalizados y con mayor capacidad de movilización de la clase
trabajadora (ejemplo de las huelgas de mineros y ferroviarios británicos), el
movimiento obrero y las organizaciones de la izquierda política comenzarían ya
a entrar en una espiral de desconcierto, renuncias, crisis y virajes
tacticistas sin respuesta estratégica que han llevado hasta la debacle agonizante de las izquierdas de hoy.
En todo el período desde el inicio de la crisis del 73 hasta nuestros días, frente al sindicalismo
reformista de la CES, el alternativismo sindical europeo ha sido incapaz, salvo
excepciones particulares, de erigir un modelo de organizaciones de trabajadores
amplio, sólido y con presencia significativa en una clase trabajadora que se ha ido ampliando pero, a la vez, descentralizando en unidades
productivas mucho más reducidas que las del “obrero masa” de las grandes
concentraciones fabriles.
Las llamadas izquierdas radicales o alternativas
acabarían pasando desde el 68 pequeñoburgués a un variado abanico de posiciones
-situacionismo, violencia urbana, radicalismo democrático, intelectualismo,
obrerismo nominal sin anclaje real, movimientismo,…- para finalmente caer la
mayoría de ellos en un radicalismo verbal de tipo interclasista y antiglobalización que convirtió a una parte de ellos
antes en coordinadora de movimientos sociales transversales que en
organizaciones de clase y de vanguardia.
En la izquierda revolucionaria de cultura política más
dogmática sólo sobrevivieron como opciones con posibilidad de resistencia las que se asentaron
sólidamente en sindicalismos combativos, en su anclaje como organizaciones de
clase, en una cultura de resistencia al capitalismo y en tradiciones
societarias que mantuvieran la conciencia de clase en determinados segmentos de
los trabajadores.
La pérdida de iniciativa de la clase trabajadora
europea en las luchas de clases de los años 70-80 y 90 del pasado siglo tendría
un momento especialmente significativo en torno a la aprobación del Tratado de Maastricht
de la Unión Europea y ello por diversos factores, todos ellos de gran
relevancia:
·
a) Porque constituía un momento de inflexión
especialmente importante en cuanto a la pérdida de soberanía de los Estados respecto a la UE, lo que habría de crear especiales dificultades al
movimiento obrero europeo, apenas articulado a nivel continental, y de las
posibilidades de actuación desde los gobiernos de los países miembros para unas
izquierdas reformistas débilmente coordinadas en el mismo plano supranacional
·
b) Porque conllevaba un salto cualitativo enorme que
acentuaba el carácter de Europa de los mercaderes que ya tenía de origen la UE
y la subordinación de la unión política a UNOS objetivos económicos del gran capital.
·
c) Por la ceguera en unos casos de la gran mayoría de
la izquierda reformista europea, aceptación en otros e incapacidad de
movilización continental y de alternativa política global del conjunto de las
izquierdas frente a la estrategia de los capitalistas europeos y sus gobiernos
conservadores y social-liberales.
·
d) Por las consecuencias posteriores que dicho tratado
tendría con posterioridad en lo relativo al Pacto de Estabilidad y Crecimiento
de la UE, al Tratado de Lisboa, el BCE, la
instauración del euro y las sucesivas Cumbres de jefes de Estado europeos auténticos pilares de las políticas de austeridad, recortes
sociales y salariales y desmonte de los Estados del Bienestar europeos, impulsadas
desde la fase de la crisis capitalista de los años 90 del pasado siglo hasta
nuestros días.
Durante todo este período, caracterizado por la
pérdida de iniciativa de las antaño organizaciones de “izquierdas” y del
movimiento sindical y la consiguiente recuperación de la hegemonía del capital
en la lucha de clases, se habían producido importantes transformaciones
sociales, económicas y políticas entre las que cabe destacar: la privatización
de las grandes empresas públicas de los Estados, la ruptura de la homogeneidad
estructural de la clase trabajadora, una paulatina pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios en
términos relativos, una tendencia hacia la solarización y pérdida de estatus de determinados sectores
profesionales, el inicio de la entrada paulatina de capital privado en el espacio de los servicios sociales, los primeros ataques al
pacto social en las negociaciones colectivas entre trabajo y capital en las
grandes corporaciones europeas, la desregulación y flexibilización del mercado
laboral, la externalización de ramas enteras de la producción industrial y de
los servicios, la deslocalización de las grandes
multinacionales en Europa hacia Asía principalmente, el cambio de la
arquitectura legal europea y su consiguiente repercusión en los marcos legales
que sustentaban los modelos de constituciones con contenido social en los
Estados miembros de la UE, la tendencia hacia un incremento del paro que se
iría haciendo paulatinamente estructural,…
Por el camino los partidos
socialdemócratas se habían convertido ya en partidos social-liberales y estos
finalmente en partidos de centro y centro-derecha en la práctica. Los partidos
comunistas, golpeados en su psicología política por el fin del socialismo real
en el este de Europa y la disolución de la URSS, intentaban resituarse hacia la
derecha, tratando de ocupar el espacio político de los ex PPSS, con más fracaso
electoral que éxito y el alternativismo a su izquierda era ya una especie de
mezcla de socialdemocracia y radicalismo al estilo del antiguo Partido Radical Italiano
de Panella y Bonino.
Todos ellos habían ido siendo cada vez menos
representantes de los intereses de la clase trabajadora PARA dirigirse hacia un electorado interclasista, a “toda la sociedad”
(los PPSS), pivotando centralmente sobre los sectores profesionales
asalariados, el funcionariado y la pequeña y mediana burguesías. En la práctica,
las “izquierdas gobernantes”, en realidad ex izquierdas, lo hacían ya de facto
para los intereses del gran capital, combinando estos con algunos guiños a sus
electorados de rentas medias y medias-bajas.
Y llegó la crisis de finales de 2007 y las izquierdas,
que se habían hecho conservadoras para mantener sus posibilidades de gobierno y
ser aceptadas por los poderes reales del capital, se encontraron ante la gran
paradoja de la mayor crisis estructural del capitalismo que, sin embargo,
desaprovecharon sin recuperar la iniciativa de lucha social y política.
Pero ¿por qué han fracasado las izquierdas en su papel
transformador al menos durante estos 7 últimos años de la crisis capitalista
mundial que afecta a Europa?
La respuesta no es sencilla y, por mi parte, evitare
caer en la simpleza de los calificativos morales, tan aplaudidos ahora por la masa airada, porque sirven para desahogarse al que los emite y
para lograr el aplauso fácil pero son inútiles para comprender la realidad y
para cambiarla.
En cualquier caso, y con la conciencia de que el
listado es inevitablemente incompleto, las razones del fracaso de las izquierdas
en su respuesta ante la crisis capitalista son múltiples:
1.- Los Partidos de nombre Socialista, que ya están
dejando de gobernar en casi toda Europa, siguen pensando en los gobiernos como palancas de acción política cuando ya hace mucho tiempo que ha muerto
la escasa autonomía de la política sobre la economía. Hoy los gobiernos y
los Estados carecen de mecanismos para impedir los paraísos fiscales, la
deslocalización de las grandes corporaciones empresariales (salvo dando todas
las facilidades fiscales, bajos salarios y despido libre) o la capacidad
coercitiva de una fiscalidad realmente progresiva, si quieren permanecer en los
gobiernos y no caer rápidamente por la presión del capital y sus múltiples
medios.
2.-No existe un espacio para políticas económicas
socialdemócratas, ya sean de los PPSS o cualesquiera otras organizaciones a su
izquierda porque las políticas socialdemócratas de tipo keynesiano exigen un
pacto social entre trabajo y capital que éste ya no necesita porque está ganando la lucha de
clases por goleada.
3.-Las ex izquierdas que han gobernado durante este
último período de crisis han realizado políticas económicas propias de las
derechas liberales, lo que les ha extrañado de su base social original, la
clase trabajadora, y también de aquellas en las que luego se asentaron, las llamadas clases
medias. Ello ha impedido una conexión con sectores populares que esas ex
izquierdas pudieran haber utilizado como aliados de presión y movilización para
enfrentar un contrapoder a la hegemonía de fuerzas del capital y suavizar en
alguna medida dicha coacción.
4.-Por otro lado, esta posible estrategia hubiera exigido
una escalada de tensión social que las izquierdas con posibilidad de alcanzar
los gobiernos no estaban dispuestas a asumir en toda la radicalidad que la
dinámica de lucha de clases les hubiera podido llegar a exigir. Las izquierdas
políticas, pasadas o presentes, se han hecho temerosas, gestoras en sus
declinantes espacios de gobierno y conservadoras como consecuencia de la función que se niegan a sí mismas.
5.-Los sindicatos reformistas agrupan a la mayor parte
de la clase trabajadora organizada y actúan como freno a una dinámica de
movilización sostenida en el tiempo, entre otros motivos porque carecen de
perspectiva y estrategia en cuanto al modo de lograr unos objetivos siquiera de
reparto de la carga de la crisis que dicen pretender. Pero también porque temen
que, si se radicalizan, tras años de sindicalismo de concertación y paz social,
sus bases no les sigan ante la capacidad de imposición y chantaje de los
empresarios. El descrédito creciente que han ido acumulando les impide
recuperar unas energías que están perdiendo a chorros. Y la posibilidad de
realizar sindicalismo en las pequeñas empresas y en la economía sumergida es
realmente difícil.
6.-Ante la evidencia de la dificultad de movilizar a
la clase trabajadora golpeando contra la producción, cuando el consumo presenta una línea plana, los sectores a la izquierda de
los PPSS han establecido programas de acción política dirigida hacia lo
institucional y el énfasis en el déficit democrático de los Estados y las
sociedades, vinculando Estado de Bienestar con democracia, lo que sólo es parcialmente cierto, y
planteando estrategias constituyentes que alteren la correlación de fuerzas
sociales, mediante un bloque anti hegemónico al capital (al que no suele apenas
aludirse en los programas ni en las consignas de lucha sino a los Gobiernos), y
conformen un nuevo régimen de partidos. Pero éste es un camino cerrado por
varios motivos:
6.1) Vuelve a repetir el esquema erróneo del
fetichismo parlamentarista y la acción institucional como mecanismos de cambio
político, cuando es evidente que gobiernos y Estados perdieron hace mucho las
palancas de acción sobre la economía y cuando los países han perdido en gran
medida su autonomía frente al BCE, la UE y las grandes corporaciones
multinacionales.
6.2) Para que un esquema de acción política reformista
de este tipo tuviera al menos una mínima posibilidad de éxito habría necesitado
de una movilización sin precedentes en masividad y sostenimiento en el tiempo
en estos años de crisis capitalista pero la realidad es que la movilización social
se ha venido abajo. La clase trabajadora, que es la única que podría aportar esa masividad, no siente que los 15M,
los Jaques al Rey, los 25-S, las exigencias de más democracia, de denuncia
contra la corrupción o los cansinos discursos anti casta vayan a resolver los
problemas de 6 millones de parados o la situación bajo el umbral de pobreza del
21% de la población española. Saben que la respuesta a sus necesidades tiene
una expresión claramente económica y no de nueva política institucional. Y ello
supone dar alternativas al capitalismo; alternativas a las que casi nadie se
atreve a dar nombre porque eso de “otro sistema” o de “sociedad
postcapitalista” suenan a fraude porque no significan nada y lo de “economía
del bien común”, el “procomún”, la “economía colaborativa” y demás conceptos no
les llegan a la clase trabajadora y, si les llegasen, probablemente los
vería como ideas bienintencionadas, con ruido pero sin las nueces que impliquen
una auténtica redistribución de la riqueza que resuelva sus situaciones
vitales.
6.3) Pero además esa capacidad de movilización sin
precedentes tendría, para tener alguna posibilidad de imponerse sobre la férrea
voluntad del capital, que estar dispuesta a llegar hasta el choque de trenes.
Ello supone dejar claro que se asume llevar a cabo posiciones de fuerza hasta
un grado cuasi-insurreccional. Pero lo que hoy repite el reformismo como un
mantra es que las revoluciones y la toma de la Bastilla pasaron a la historia.
7.-Mientras los dirigentes y los partidos de las ex
izquierdas o de las izquierdas reformistas mantengan intereses personales o de grupo vinculados de algún modo con los del capital serán vistos
como parte del sistema. No voy a volver entrar en la cuestión de las tarjetas
black de Bankia porque es un asunto muy obvio en relación con lo que digo.
Prefiero hablar del hecho de que Alexis Tsipras,
Presidente de Syriza, la principal organización del Partido de la Izquierda
Europea, al que pertenecen tanto IU como Podemos, haya sido patrocinado, pagado su viaje y estancia en USA por “The Institute For New Economic Thinking”
(INET) del bimillonario, buitre especulador financiero internacional, promotor
de revoluciones de colores como la de Maidan en Ucrania, de movimientos
reaccionarios y secretos como Otpor y “benefactor” de las izquierdas
reformistas mundiales (también, entre otros, del Transnational Institute de
Susan Georges), George Soros.
Espero que ningún lector pretenda tomarme por bobo de
solemnidad y contarme aquello de que los servicios secretos alemanes durante la
I GM y en colaboración con Alexander Helphand, el millonario marxista, más
conocido como Parvus, permitieron que un tren blindado atravesara Alemania con
Lenin y otros camaradas bolcheviques hasta la Estación de Finlandia en
Petrogrado y que eso no comprometía en absoluto a Lenin porque la cuestión
primera no tiene punto de comparación con la segunda.
Soros no es marxista como era Parvus sino un
intrigante criminal que además con sus especulaciones ha provocado la ruina de
miles de familias en el mundo y Tsipras no va a hacer una revolución comunista
en Grecia sino a establecer un gobierno socialdemócrata de corte kesynesiano,
cuyos límites ya pactó en su día con Alemania y con buena parte de los embajadores
de países de la UE en Atenas, y es partidario de los eurobonos en cuya emisión
está particularmente interesado George Soros, el hombre que en su día hundió la
libra esterlina y que provocó la crisis financiera de los Tigres Asiáticos.
No, lo que hizo el señor Tsipras se parece, mucho más
que al tren blindado que llegó con Lenin a la Rusia revolucionaria, al viaje de
Santiago Carrillo en 1977 a la Universidad de Yale en USA. Los viajes de Tsipras y de Carrillo representaron su homologación por el imperio
como izquierdas “serias y sensatas” y el deseo de ambos de tranquilizar al
corazón del sistema capitalista mundial, afirmando que no caerían en aventuras
revolucionarias ni arriesgadas. Meras abejas sin aguijón.
No quiero saber a qué otras organizaciones del Partido
de la Izquierda Europea alcanzan el largo brazo de las decenas de “ONGs” injerencistas
que maneja el señor Soros, las cuáles indefectiblemente acaban en los servicios
secretos USA, pero temo que acabaré sabiéndolo, que acabaremos muchos
sabiéndolo, excepto aquellos que nunca quieren saber nada que rompa su
“ilusión” o pueda decepcionarles.
La izquierda que un día fue reformista hace tiempo que
ya es sólo derecha democrática. La izquierda que un día fue comunista hace
mucho que se transformó en socialdemocracia. Una parte de la que que en su día
fue izquierda radical es hoy también socialdemocracia con un neolenguaje
transformista y extraño y unas derivaciones francamente peligrosas hacia un
populismo que aún no sabemos en qué acabará. Pero ninguna de ellas es ya motor
de revolución social ni bandera de la clase trabajadora.
En su lugar son los populismos, las extremas derechas
y los neofascismos los que hoy levantan la bandera de la rabia, de una rabia
que, de nuevo, será empleada contra los trabajadores. Mientras, las izquierdas agonizan
defendiendo los intereses de unas clases medias que, temerosas por su pérdida
de estatus, se rebelan PARA no proletarizarse, sin
comprender que no pueden ser motor de cambio porque el que desean mira a un
pasado que no volverá, sus demandas empiezan y acaban en una clase que sólo se
mira a sí misma, y tampoco se reconocen en esas izquierdas porque lo que queda
de ellas ni siquiera es capaz de garantizarles su continuidad como estrato; algo que, de cualquier modo, el capitalismo hará desaparecer
en una dualización cada vez más radical entre poseedores y desposeídos. Pero no
se sienten explotados -a lo sumo expropiados, algo muy distinto- porque su
cultura política y vivencial de origen es otra. Hasta el trabajador menos
consciente sabe, en cambio, qué es ser explotado porque lo vive desde su propia condición aunque ello, en la mayoría de los casos, no le
permita por si sólo elevarse a un nivel de conciencia política superior que
sólo la organización colectiva de la propuesta puede
aportarle.
Las izquierdas, entendidas en su sentido histórico
y matriz corren el peligro de desaparecer de Europa porque se han negado a sí
mismas y sienten vergüenza y miedo al futuro en lugar de levantar sus banderas
caídas y agitarlas con la energía emancipadora de quienes saben que el futuro
les pertenece.
No ha muerto la idea de lo que representa la
izquierda. No ha muerto su significado de igualdad, fraternidad, esperanza
emancipadora, racionalidad, justicia y libertad. Habita en la mente de los
encadenados, como concepto muy básico y primitivo, como conciencia de que sigue
habiendo oprimidos y opresores.
Pero si esas ideas básicas, esos reflejos instintivos
de base moral, no toman cuerpo organizado, forma estructurada de proyecto y
lugar en la barricada, permanecerán flotando en el inconsciente colectivo y en
la aspiración personal de los sueños humanos sin posibilidad de llegar a materializarse en
un futuro.
Ante este panorama tan desolador, de nuevo es
pertinente la pregunta ¿Qué hacer?
Desde la más plena conciencia de las limitaciones de
quien esto escribe, siento el casi irrefrenable deseo de responder al perenne
interrogante leninista con un atropellado “todo lo contrario de lo hecho en los
últimos 40-50 años”.
Pero, además de que ello sería falso y enormemente
injusto porque en este tiempo también se dieron luchas, expresiones y formas
válidas y enriquecedoras como aprendizajes para el presente y el mañana, una
respuesta así sería algo inútil, un mero desahogo que de muy poco sirve porque
la negación es sólo el primer nivel de la conciencia, aquella que nos permite
saber qué rechazamos, pero carece de la utilidad para construir a partir de propuestas
concretas que nos permitan saber qué queremos ser y a dónde queremos ir.
No me dirijo a los dirigentes de las organizaciones de
izquierdas. Es inútil. Sé que la gran mayoría de ellos ni me leen ni comparten
mi diagnóstico, atrapados entre su electoralismo de cortos vuelos, su sectarismo particular o su diagnóstico de que
el diluvio de esta crisis capitalista capeará y será posible volver a los
viejos tiempos de la abundancia, o bien que si estamos ante la gran crisis
capitalista sólo hay que sentarse y ver pasar el cadáver del enemigo, mientras
es el propio el que se descompone.
Me dirijo a la mayor parte de sus
militancias, a quienes están dispuestos a volver a empezar, conservando los mejores aprendizajes del pasado y sin medio a
experimentar de nuevo, a los que no son miembros de ninguna organización pero se consideran de
izquierda y, como a mí mismo me pasa también, no se reconocen en las izquierdas
actualmente existentes y mucho menos en los telepredicadores de ilusión que se
dedican a vender humo envuelto en consignas fáciles más cercanas a un libro de
autoayuda inmediato que a un tratamiento de la enfermedad que a todos nos
devora.
Trataré de apuntar algunas cuestiones que considero
claves para empezar a caminar, mientras se continúa en la pelea cotidiana. Un camino que será inevitablemente lento
porque lo desandado y destruido es mucho.
Entre esas claves para recuperar la identidad y la
función de la izquierda que, a la altura de los tiempos sólo veo posible si es
revolucionaria, porque el reformismo es un camino cerrado, creo necesarias las
siguientes:
1.
Recuperar la lucha ideológica como
elemento central de la acción política. Posiblemente
nunca como hoy los reaccionarios, la derecha política, el pensamiento teórico y
la propaganda del capitalismo hayan llevado una iniciativa tan ventajosa frente a quienes defendemos la lucha de clases y un
proyecto de sociedad socialista. Dispone de medios, fundaciones, aparatos
ideológicos, educativos, religión, transmisión a través de la cultura y el
ocio, etc. La pedagogía político-ideológica revolucionaria necesita ser
sencilla a la vez que muy explicativa, muy apegada a la realidad, donde la
teoría encaje como elemento elucidatorio y no como
listado de consignas y dogmas, como textos de difícil comprensión o como
“literatura” pedante del neolenguaje que ahora tanto se prodiga.
2.
Invertir un esfuerzo especial en la
formación de cuadros militantes de la organización. Siempre fue fundamental PARA el partido revolucionario formar intelectualmente a sus miembros en
aspectos políticos, económicos, culturales, filosóficos,… para invertir esos
cuadros en un trabajo como activistas capacitados que transmitan reflexiva y
críticamente sus posiciones y las de su organización en el entorno social
(frentes de lucha, movimientos sociales, relaciones personales,…) donde desarrollan
sus actividades militantes y dentro de la propia organización, enriqueciéndola y siendo
dinamizadores de la misma. Hoy el cuadro político y la formación de cuadros son
más necesarios que nunca. Y ese esfuerzo de formación ha de ser aún mayor.
Aunque la comunicación capitalista ha transformado a las personas en
consumidores de un discurso previamente elaborado por los transmisores de la
ideología dominante, la realidad es que las personas hoy son menos ignorantes
que hace 40 años y requieren respuestas menos simplistas en la comunicación
interpersonal. Desde los medios de comunicación del capital y sus aparatos
ideológicos la falacia de la idea simplista, lanzada como un trallazo y
repetida obsesiva y sistemáticamente acaba operando como verdad indiscutible.
Pero en la comunicación del tú a tú, donde el cuadro político PUEDE operar con mayor éxito, es fundamental su capacidad para responder a
preguntas más complejas y menos evidentes.
3.
El cuadro político no
puede ser formado dogmática sino crítica y reflexivamente, de modo que pueda
elaborar por sí mismo, aunque dentro de la corriente de pensamiento de la
organización, y contribuir a renovar permanentemente la tensión necesaria entre
teoría y praxis, base de un marxismo vivo.
4.
Superar el concepto de
partido de masas para recuperar el del partido de cuadros. La dinámica política, social e histórica de los
partidos políticos actuales demuestra que las organizaciones de masas son
inoperantes porque acumulan afiliados sin que muchos de ellos lleguen a dar el
salto a un compromiso activo tan necesario hoy y, a su vez, tienden a fomentar la figura del
afilado acrítico, poco formado pero con exceso de devoción de partido, propio
de quien suple su escasa formación con un dogmatismo derivado de la fe casi
religiosa y no de la reflexión y el debate colectivos. En el sentido práctico,
el afiliado pasivo sólo es un proveedor de cuotas y una persona que suma muy
poco a la energía colectiva de la organización.
5.
Afirmar las organizaciones como
partidos de la clase trabajadora, abandonando un ciudadanismo interclasista que pretende representar a
todos (pueblo, ciudadanos) Desde donde no es posible apuntar a unas contradicciones de clase que son
la base de una lucha anticapitalista real. Pero la condición de partido de clase no debe quedarse en una declaración de principios.
no se trata de recuperar la idea de clase como consigna sino de hacerla real.
Un partido de izquierda para los trabajadores debe volver al centro de trabajo como espacio en el que conectar con la realidad del mundo obrero, al
escenario que aporta toda la realidad de una explotación a partir de la que
puede hacerse pedagogía concienciadora.
6.
Pero ese asentamiento en el principal espacio de las
contradicciones sociales del capitalismo, la empresa (con el reconocimiento de
la dificultad que encontraron en el pasado quienes hicieron esto mismo y la
añadida de que hoy las empresas son mucho más pequeñas), es también un espacio
de aprendizaje para el militante revolucionario y su organización, al acercarle
a la realidad de la vida del trabajador, a las limitaciones de su conciencia
política, a sus esperanzas y miedos, a su desconfianza hacia el compromiso o a su necesidad de sentirse colectivo para defenderse,
aun cuando él mismo no llegue a comprenderlo.
7.
Quien piense que ese trabajo es arduo e
inútil o que los trabajadores están tan alienados de su realidad que no hay
modo de hacer labor militante con ellos, que se vaya con quienes creen que la
conciencia política se adquiere en las tertulias televisivas porque de
militante revolucionario tiene muy poco ya que se niega a operar en el terreno
de lo concreto. No es aceptable que hoy sea más difícil hacer labor
política que en el siglo XIX cuando no había televisión ni ocio pero sí
analfabetismo, ignorancia profunda, religión alienante, temor al patrón y dura
represión hacia la labor agitativa; peor incluso que hoy, pero entonces se
hacía.
8.
Quizá el éxito consistía en que el
militante revolucionario escuchaba sin anteojeras y sin llevar ya cargada la
escopeta con el consignazo antes de escuchar. Sabiendo que en la relación
dialéctica con nuestra clase hay un aprendizaje mutuo, que es el que enriquece
la labor de concienciación. En un marco como el laboral, frente al reformismo
sindical imperante es un error canalizar la actuación militante sólo desde el
mundo sindical.
9. Prolongar la labor militante entre nuestra clase más allá del
mundo del trabajo. Desde los
ateneos populares que ya existen hasta el mundo del asociacionismo solidario de
clase. La crisis económica es una oportunidad que puede ser especialmente
fértil para formar los lazos de solidaridad buscando recrear los aprendizajes
de las sociedades de socorros mutuos, las mutualidades obreras, las
experiencias del Socorro Rojo…actualizando sus formas a las necesidades y condiciones de hoy. Se están llevando a
cabo muchas experiencias de este tipo pero, en mi opinión, algunas de ellas muy
desconectadas de una labor ideológica o con una matriz política muy
ciudadanista y desde el discurso interclasista de “la gente” y el buen ismo naíf.
10.
Priorizar,
no sólo por economía de medios y limitación de las capacidades humanas, el
trabajo en los frentes de lucha y movimientos con mayor potencial
anticapitalista. No se trata de
abandonar otros espacios de lucha sino de tener claro cuáles ofrecen por su
naturaleza o posibilidad de orientación un mayor posibilidad de hacer un
trabajo militante en el que prosperen las ideas socialistas.
Emplear toda la fuerza de la crítica económica que conlleva la denuncia de lo que representa el capitalismo para para la vida de la clase trabajadora y de la humanidad en general en punto de arranque que eleve esa crítica a un nivel de negación y de conciencia superior, con el fin de que sea posible hacer deseable la necesidad de socialismo.
Emplear toda la fuerza de la crítica económica que conlleva la denuncia de lo que representa el capitalismo para para la vida de la clase trabajadora y de la humanidad en general en punto de arranque que eleve esa crítica a un nivel de negación y de conciencia superior, con el fin de que sea posible hacer deseable la necesidad de socialismo.
11.
Generar argumentarlo y
elaboración política que contribuyan a desarmar la propaganda anticomunista de
la derecha y a potenciar el atractivo del socialismo como proyecto. Es necesario que las organizaciones
revolucionarias sean capaces de abanderar la rabia de la protesta social pero
también que esa rabia vaya acompañada de una idea clara, sincera y categórica,
que no oculte lo que somos y a lo que aspiramos sino que lo explicite con
claridad. Del mismo modo, es necesario que el proyecto de sociedad socialista
muestre sin ambages su compromiso con las mismas libertades democráticas que
exigimos para nosotros mismos y que tengamos la valentía de defender los
elementos positivos, que fueron enormes, de las experiencias socialistas
anteriores, sin negar los errores, pero destacando aspectos atractivos como las formas de democracia obrera en la organización del trabajo y la
toma de decisiones, las experiencias como la autogestión, los consejos obreros
y los soviets, etc. y toda la cobertura y protección social que las
experiencias de socialismo en el pasado dieron a sus sociedades desde la niñez a la vejez, mientras hoy la destrucción de las conquistas de
la clase trabajadora por el capitalismo la devuelve a marchas aceleradas a una
proletarización de sus condiciones de vida propia del siglo XIX.
12.
Plantear la línea política de un
partido revolucionario actual desde la amplia avenida del marxismo abierto,
superador de las callejuelas sectarias de las distintas capillitas y hasta
callejones sin salida en que la dogmática de sus ortodoxias negadoras de su
esencia lo ha convertido. Es necesario recuperar un
marxismo sin guiones que por su propia naturaleza es revolucionario, sin
necesidad de añadirle listas de apellidos que lo encajonen o lo limiten. La
importancia de otros pensadores marxistas fue la de continuar aportando a un acervo que debe ser común. Ello no significa negar las
corrientes internas de la organización sino entenderlas como enriquecimiento
colectivo del pensamiento e intercambio de perspectivas respetuosas y leales;
nunca como coartadas para cuotas de poder interno o para ajustes de cuentas que
tanto daño han hecho al pensamiento y a las organizaciones de izquierda
revolucionaria.
Seguramente este listado
de enunciados sea menos que insuficiente, le falten muchos otros elementos,
posiblemente haya a quienes no les convenzan, otros los considerarán
irrelevantes pero quiere ser una contribución al objetivo de buscar la
identidad perdida de la izquierda para que ésta pueda volverse a afirmar en el sentido de las
palabras finales que escribió en la última noche de su vida Rosa Luxemburgo:
“¡El orden reina en Berlín!’ ¡Estúpidos
secuaces! Vuestro ‘orden’ está construido sobre la arena. Mañana la revolución
se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo
fui, yo soy, y yo seré!”
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