Por Lucas
León Simón.
Los
acontecimientos que están ocurriendo en Córdoba con la masiva
inmatriculación de bienes públicos por parte de la
Iglesia rebasan todo criterio de racionalidad y se inscriben dentro de lo
puramente arbitrario, cuando no delictivo.
Apropiarse,
por medio de una ley obscura y preconstitucional, del monumento emblema e icono
de la ciudad, la Mezquita, y ahondar en su particular itinerario de rapiña,
hasta en el cambio de nombre, es toda una categoría,
mucho más cercana al sectarismo doloso que a la supuesta aconfesionalidad de un
también supuesto estado de derecho.
Pero
la perplejidad del ciudadano atracado y atropellado no queda ahí. Con cuenta gotas
van apareciendo nuevas inmatriculaciones, todas hechas con ocultamiento y sin
publicidad alguna, lo que no deja de ser una prueba de su ilicitud, sino que en
un paradigma que sería hilarante sino fuera trágico, la voracidad infinita de
estos iluminados,que ofertan en su ideología que su “reino no es de este
mundo”, se apropian alevosamente hasta de la plaza pública.
Todo
este confinamiento de la razón, todo este atropello a la “res pública”, no
sería posible si no contaran con el servilismo y la impostura de unos mal
llamado representantes de la ciudadanía, que anteponen su adoctrinamiento, su
alianza de poderes pasajeros entre la
codicia eterna y el sillón provisional.
El
papel del Ayuntamiento, Alcaldía y ediles es un cuerpo místico de impudicia. Bienes seculares
del pueblo, obras costeadas por sufragio de menesterosos, plazas de tránsito de
personas, ideas y culturas, son privatizadas en un aquelarre oculto e inscritas
a nombre de la
avaricia con sotana. es la constatación que nuestra supuesta democracia se
sustenta, en realidad, sobre dos únicos pilares: la corrupción y la
desvergüenza.
No
estamos ante unos hechos localistas ni ante una demanda del aldeanismo. Estamos
ante un robo institucional y hecho en el salvífico nombre de la vida eterna. Si
las instituciones, imaginadas como defensoras del bien público, no reaccionan a
nivel local, autonómico y nacional, estaremos ante uno de los fenómenos que
lastraran la raíz no solo de la democracia, sino de la más elemental organización
de la sociedad.
Substituiremos
la fe en los valores por el más absoluto descreimiento. La libertad por la
agonía. La democracia por el incienso.
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