"Gestionan nuestra sanidad, o la regalan a
sus amigos y amigas, para nuestra mayor tranquilidad"
Lunes, 13 de octubre de 2014
En un artículo titulado "Ébola,
cuestión de clases", publicado en la revista "Diagonal"
su autor, José Mansilla, dice que lo que esta sucediendo con el
contagio del ebola "no es únicamente de un error de comunicación, como
se está calificando, ni siquiera de una salida de tono del consejero, una
auténtica chulería, sino de toda una declaración de principios. El manifiesto
real de lo que representa el ejercicio de la política para
la derecha en el Estado español".
Y partiendo de la llamativa
frase del Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Mansilla
la reproduce y hace la atinada reflexion que aquí reproducimos:
"Si tuviera que dimitir, dimitiría. No tengo
ningún apego al cargo, soy médico y tengo la vida resuelta". Esta simple
frase de Francisco Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de la
Comunidad de Madrid, revela dos aspectos muy importantes. Por un lado, la
consideración que el Gobierno del Partido Popular tiene
sobre la acción política y, por otro, el pensamiento de dicho partido sobre el
objeto de su propia gestión, esto es, el servicio al interés general de los
ciudadanos y las ciudadanas.
Francisco
Javier Rodríguez deja claro que él, no como otros de su mismo partido,
no está en la política para forrarse. Como bien dice tiene la vida resuelta.
Sin embargo, aunque dicha declaración parezca apostillar el hecho de que no
tendría ningún problema en dimitir, lo que realmente está transmitiendo es que,
en realidad, con su servicio nos está haciendo un favor.
Podría estar ganando mucho dinero en una clínica privada, o presidiendo algún
consejo de administración en alguna empresa
a la que ha externalizado algún contrato, pero no, por el bien de todos y
todas, en un momento de su carrera decidió sacrificarse y ejercer la función,
nunca suficientemente remunerada ni reconocida, de consejero de Sanidad. Porque
la gente del Partido Popular es así, ven el ejercicio de la
política como se veía hace ochenta o cien años, cuando los que ejercían el
poder en nuestros pueblos y ciudades eran las llamadas fuerzas vivas, el
alcalde, el médico, el cura y la guardia civil. Ellos se sacrifican por
nosotros y nosotras. Gestionan nuestra sanidad, o la regalan a sus amigos y
amigas, y nuestros servicios para nuestra mayor tranquilidad. Nosotros no
sabríamos hacerlo y él, que no le tiene ningún apego al cargo, nos está
haciendo ese favor.
Por otro lado, todo el que haya tenido un contacto prolongado con el ámbito
sanitario, público o privado, conoce perfectamente los residuos de cierto
corporativismo rancio, la jerarquización y el reparto de papeles y estatus que
existe dentro del sector. Afortunadamente, la (descendiente) democratización de
la sociedad y de los estudios superiores, la política de becas, así como la
construcción y dotación de escuelas y facultades en nuestras universidades,
están acabando con esta histórica situación. Pero como dicen los gallegos sobre
las meigas, “haberlas, haylas”. Los hospitales y centros de salud, llenos de
grandes profesionales, son micro-sociedades y, como tales, desarrollan sus
propias dinámicas y relaciones de poder, un poder donde los y las auxiliares de
enfermería, celadores, personal administrativo, etc.,
se encuentra en la base de una pirámide que sitúa al médico o médica en la
posición de mayor reconocimiento. El consejero, no lo olvidemos, es médico, Teresa
Romero, auxiliar y, peor aún, mujer.
Ana Álvarez, en un reciente artículo en Diagonal, llamaba
la atención sobre la feminización de la mortalidad debida al ébola. Las mujeres
en África, señalaba la periodista, son las que atienden a los
enfermos, mantienen un rol tradicional de cuidadoras y, por esto, se encuentran
más expuestas a sufrir la enfermedad. En las sociedades patriarcales, además,
las mujeres son las primeras en el trabajo pero las últimas en recibir
atención, ya sea sanitaria o de otro tipo. Es por esto que el ébola es
principalmente una enfermedad en femenino. En el caso de Teresa Romero, a
esta feminización de los cuidados, traducida, en este caso, en su profesión
como auxiliar, habría que añadir el de clase. El hecho de que la infección se
haya producido en un hospital público en cuadros, y a una auxiliar de
enfermería, parte del personal sanitario con menor sueldo, menor
reconocimiento, menor acceso a la formación y al reciclaje y, en este caso, con
mayor precariedad en el desempeño de su labor, es sintomático y refleja que, en
este caso, el ébola no es solo una cuestión femenina, sino también de clase.
El
consejero nunca se hubiera infectado, ya que no sólo nos está haciendo un favor
gestionando la sanidad madrileña sino que, además, es médico y hombre.
Fuente: www.canarias-semanal.org
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