Me
permito decirle al posible abstencionista que no se engañe, que si no va a
votar no quiere decir que no vaya a votar, en términos políticos, sino que otro
votará por él y, probablemente, en el sentido contrario al que a él le
gustaría.
nuevatribuna.es
| Por Nicolás
Sartorius | 02 Mayo 2014 - 19:32 h.
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Parlamento Europeo.
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Alternativas en El País | En la mitología griega, hija del rey fenicio Agenor a la que Zeus, en
forma de toro, raptó y se la llevó por mar a la isla de Creta donde disfrutó de
los honores de la divinidad. Alegoría inspiradora de innumerables obras
pictóricas desde el Verones, Ticiano o Rubens, Europa, representada por una
mujer bella, siempre ha sido objeto de múltiples deseos, algunos surgidos
de los peores tiranos de la historia. Para las personas de mi generación era un
sueño y un objetivo pertenecer a esa Europa, al fin reconciliada, después de
infinitas guerras, símbolo de la democracia que nos era negada por una
dictadura que no parecía tener fin. España era el problema y Europa la
solución, se decía por doctas mentes. Y en efecto, España entró en la Comunidad
europea y conoció el periodo más próspero de su historia. Porque no conviene
olvidar, a pesar de la que está cayendo, que gracias a los diferentes “fondos”
procedentes de Europa nuestro país ha podido modernizarse y transformarse como
no lo había hecho en varios siglos anteriores, por lo menos en términos de
infraestructuras y otros elementos de la modernidad.
Sin embargo,
de unos años a esta parte esta divinidad benévola y benefactora se ha
transformado en una especie de pesadilla, en forma de recortes, austeridades y
disciplinas, que tienen al personal sufriente enfurecido hasta límites desconocidos
en el pasado. Es como si nos hubiesen raptado, de nuevo, a la Europa de
nuestros sueños, pero esta vez no por el dios Zeus en forma de toro sino por
los mercados, las troicas, los poderes especulativos y otras furias
con la intención de llevarnos no precisamente a la isla de Creta o a cualquier
otro paraíso del Mediterráneo sino al infierno del desempleo masivo y la deuda
descomunal. ¿Y qué podemos hacer los simples mortales para rescatar a
Europa de las garras de quienes la han conducido a tamaño desastre? Abandonarla
a su suerte y volvernos a encerrar cada uno en nuestro cobijo -léase nación o
Estado- como si ésta fuese la solución o incluso meramente posible? O, por el
contrario, comprender que la solución a nuestros males sigue estando, en abundantes
proporciones, en la Unión Europea y luchar por transformarla en una auténtica
unión política de naturaleza federal en la que el poder resida en los
ciudadanos y sean los intereses de estos los que primen por encima de todos los
demás.
En las
próximas semanas vamos a tener la ocasión de demostrar por qué opción nos
inclinamos, con ocasión de las elecciones al Parlamento europeo. El
ambiente es proclive a la abstención, según anuncian las encuestas. Sería
un craso error no ir a votar. Es comprensible que los ciudadanos estén
hartos de los partidos, de los políticos, si tenemos en cuenta cómo van las
cosas. Pero estas elecciones no van solo de partidos. Nos jugamos la propia
legitimidad de la Unión Europea que sufriría mucho con una alta abstención, dando
armas y argumentos a todas las aventuras de los partidos de ultra derecha,
xenófobos, ultra nacionalistas, etcétera, que pululan y van creciendo en los
más variados países europeos. Nos jugamos la salida de la propia crisis,
si vamos a seguir con el austericidio actual o, por el contrario, se
empiezan poner en práctica políticas de reactivación económica, de creación de
empleo y de reconstrucción del estado de bienestar. Nos jugamos si nos
estancamos en la actual UE, sin política social, ni económica o caminamos
decididamente hacia una unión política democrática que afronte en serio, con
los instrumentos adecuados, los problemas comunes que tenemos los europeos en
este mundo cada vez más globalizado, en el que ir cada uno por su lado es un
auténtico suicidio.
Para
terminar, me permitiría decirle al posible abstencionista que no se engañe,
que si no va a votar no quiere decir que no vaya a votar, en términos
políticos, si no que otro votará por él y, probablemente, en el sentido
contrario al que a él le gustaría.
Por Nicolás
Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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