sábado, 3 de mayo de 2014

EL ODIO REACCIONARIO AL MOVIMIENTO SINDICAL

Escrito por Manuel Lago  o 2/05/2014 en Actualidade, Manuel Lago, Opinión |
        Hay reaccionarios de muchos tipos, pero en lo que todos coinciden es en el odio a las organizaciones de los trabajadores, a los sindicatos. Desde la ignorancia, desde la mala fe, con argumentos falaces, los ataques al movimiento sindical son tan viejos como larga la historia del movimiento obrero. Y así seguimos, 140 años después desde la fundación en 1874 del primer sindicato en España: los asalariados organizándose para defender de forma colectiva sus intereses y la reacción atacándolos. Y así seguiremos mucho tiempo más, mientras haya clases sociales, porque es la lógica del conflicto social que se deriva del reparto de la riqueza generada.

Se acusa a los sindicatos de ser una antigualla, y ahí puede que tengan razón: los sindicatos, en la Europa democrática donde nacieron, son antiguos como las libertades, los partidos políticos, las elecciones o la democracia. Más aún, la propia existencia de las democracias parlamentarias occidentales está directamente vinculada a la necesidad de buscar salidas negociadas al conflicto social entre capital y trabajo en el que, obviamente, los sindicatos tienen un papel central. No hay democracia sin sindicatos. Pero no al revés, porque en las dictaduras, España por ejemplo, las organizaciones sindicales siempre han estado a la cabeza de la lucha por la libertad y la democracia. Protagonistas de la lucha por la democracia y por el bienestar de los trabajadores, en primer lugar, pero de la ciudadanía en su conjunto. Porque se puede establecer una correlación que siempre se cumple: cuanto más fuerte es el movimiento sindical, cuanto más poder tiene en un país, cuanta más presencia tiene en las empresas, más alto es su nivel de vida, de desarrollo, de igualdad y de progreso.
Es cierto que tienen que evolucionar con los tiempos, porque no es lo mismo organizarse miles de personas en un gran astillero que hacerlo entre los jóvenes que apenas sin contratos reparten comida a domicilio. Que la transición del proletariado al precarizado les obliga a buscar nuevas fórmulas. Pero es la historia del movimiento sindical, siempre adaptándose a los cambios en la estructura productiva, a una realidad cambiante que les permite seguir siendo hoy, en España, las organizaciones sociales con más presencia.
Porque en España los sindicatos tienen una doble vía de legitimación. La primera es la de sus casi tres millones de afiliados que, pagando su cuota mensual, los convierten en las organizaciones más grandes del país. La segunda es la de la representatividad, porque las elecciones sindicales, que se realizan cada cuatro años en la inmensa mayoría de las empresas de más de seis empleados, tienen una participación de más del 80 % del censo y en ellas se eligen a más de 300.000 delegados y delegadas sindicales, de los que más del 90 % están afiliados a los sindicatos de clase. Esta es la realidad, comprobable en registros públicos. Se podría abrir un debate serio sobre el sindicalismo en nuestro país. Pero el principio reaccionario es más simple: para que vamos a argumentar si lo podemos arreglar con unos cuantos insultos.


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