Gonzalo Moure Trenor
Figueras (Castropol), Asturias. 21 SEP 2013 - 00:00 CET
En diciembre de 1971, en el estado
de excepción por el juicio de Burgos, estuve 11 días detenido en los calabozos
de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Todos los días,
todos, recibí palizas indescriptibles, casi continuas, y en especial de Antonio
González Pacheco, conocido como Billy el Niño. Como resultado sufrí una
lesión en el oído medio que me hacía perder el equilibrio, como así fue
denunciado públicamente por mis abogados, y de la que nunca me he recuperado
del todo. En el curso de las palizas, destinadas a que “cantara” y denunciara a
mis compañeros de partido (sin éxito), el citado inspector aseguraba haber
acabado con la vida de Enrique Ruano, y de ir a hacer lo mismo conmigo. Dos
años después, el mismo González Pacheco firmó una denuncia falsa en mi contra,
me detuvo personalmente, y volvieron las palizas, que calificaría de tortura,
durante 72 horas. Al acabar la dictadura, como muchos otros, decidí perdonar,
pero nunca olvidar en mi fuero interno, a la espera de que España entera
recordara los horrores de la dictadura y firmara un pacto de auténtico “nunca
más”. Eso no ha sucedido y la Ley de la Memoria Histórica es una caricatura de
lo que otros países han logrado, saneando su salud mental colectiva. Ni me
alegro siquiera de que una juez argentina reabra estos casos, que no serían
necesarios con una ley que sellara en España una verdadera reconciliación. Si
me sumo a la denuncia pública es para que la apertura del proceso en Argentina
sonroje a nuestras autoridades y, de una vez para siempre, asuman la memoria y
el peso de la historia y dicten leyes para que algo así no se pueda repetir
jamás. Entonces sí, sellaré definitivamente mi perdón.— Gonzalo Moure
Trenor.
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