El ex inspector de
policía dejó una huella imborrable en
decenas de víctimas
Le recuerdan como un
personaje histriónico, teatral y muy violento
Billy el Niño, en 1981. / EFE
Juan Antonio González Pacheco,
Billy el Niño, se empeñó en que centenares de estudiantes que pasaron por sus
manos en la siniestra primera planta de la Dirección
General de Seguridad, en Madrid, no le olvidaran. Y lo ha
conseguido. Una legión de sus víctimas reaparecen ahora con testimonios
espeluznantes, todos diferentes, pero con un siniestro nexo común: el inspector
que les torturó era un violento histriónico que gozaba con el dolor que les
infligió.
Treinta y siete años después de la
disolución de la Brigada Político Social —policía política del franquismo—, la
memoria de estas víctimas perturba la paz del exinspector de 67 años, flaco
como un espárrago, que pasea por el centro de Madrid con sus zapatos clásicos
embotado en impecables trajes con pañuelo y camisas de gemelos y corbata a juego.
Billy toma el aperitivo en Lucio y se reúne a cenar con viejos colegas de la
policía para recordar sus hazañas contra el FRAP, GRAPO
y ETA: desde la liberación del teniente general Villaescusa
hasta el rescate del retablo robado de San Miguel de Aralar.
“Nunca se habla en estas cenas sobre a quién se le iba la mano”, asegura un
comisario.
Pocas víctimas recuerdan los
nombres de los agentes que les golpearon, en su mayoría funcionarios anónimos,
pero el inspector González Pacheco,
nacido en el seno de una humilde familia de Aldea del Cano (Cáceres), dejó su
huella personal en cada interrogatorio. José Luiz Uriz, de 64 años, ex
parlamentario socialista navarro, pensó que iba a morir en sus manos: “Situado
justo detrás de mí, me daba fuertes golpes en la nuca mientras otro de sus
compañeros decía: ‘Ten cuidado que se te va a ir la mano otra vez y te lo vas a
cargar’. Y él respondía: ‘No importa, hacemos como con Ruano [estudiante muerto
durante la dictadura], lo tiramos por la ventana y decimos que se quería
escapar”.
Te obligaba a hacer el pato: andar en
cuclillas con las manos esposadas y descalzo. Luego te golpeaba con una porra
en los pies
Luis Suárez, arquitecto urbanista,
cayó en las manos de Billy el Niño hace 40 años. Tenía 24 y militaba en la Liga Comunista
Revolucionaria (LCR) cuando el policía y sus compañeros fueron a
detenerlo en su casa del barrio madrileño de Chamartín. El interrogatorio duró
tres días. “Era verano, hacía mucho calor y te ponían un anorak cerrado para
pegarte puñetazos y dejarte menos marcas. Me hicieron hacer el pato. Tenías que
andar de rodillas con las manos esposadas y los pies descalzos. Cuando llegabas
a una esquina, te golpeaba con una porra en las plantas de los pies.
Disfrutaba, lo hacía por afición. Estaba encantado de estar allí. Tenía un interés
personal en que le recordaras. Le obsesionaban nuestras relaciones personales y
preguntaba quién se follaba a quién. Me decía: ‘Los trotskistas hacéis el amor
libre, ¿verdad?’. Me pareció un tipo enfermizo”.
La pistola de González Pacheco
estuvo muy cerca de la cabeza de muchos estudiantes, en su mayoría jóvenes
comunistas a los que en los años setenta se detenía por asociación ilegal.
Jesús Rodríguez Barrios, de 59 años, entonces militante de LCR y ahora profesor
de Macroeconomía en la UNED, la tuvo a escasos centímetros de su sien y escuchó
el sonido de sus balas. Billy le esperaba en la puerta de su casa y cuando huyó
le dio el alto a golpe de disparos. “Me interrogó tres veces. Una vez sacó su
arma, me encañonó y me dijo: ‘Si te pego un tiro no pasa nada’. Era muy chulo,
un exhibicionista que torturaba por placer. Su apodo viene porque era de
gatillo fácil y hacía ostentación de su arma”.
Algunas denuncias llegaron a los
juzgados. En 1973, una querella presentada por Enrique Aguilar Benítez de Lugo,
otra de sus víctimas, logró que le impusieran una multa. Un año después, el
Juzgado Municipal número 19 de Madrid le condenó a un día de arresto y una
multa de 1.000 pesetas (seis euros) por una falta de malos tratos y coacciones
a Francisco Lobatón, algo “inaudito” en opinión del periodista. Otros procesos
se sobreseyeron al beneficiarse de la Ley de Amnistía de 1977.
Sacó su arma, me encañonó y me dijo: si te
pego un tiro no pasa nada
Miguel Ángel Gómez, de 60 años y
funcionario en Galicia, cayó en sus manos en varias ocasiones. “Temí por mi
vida. Lo recuerdo como un sádico terrible. Nadie me ha hecho tanto daño físico
en mi vida como él. Me obligaba a ponerme de rodillas y me golpeaba con una
porra con auténtico odio. Daba muy fuerte. Algunos de los grises (antiguos
agentes de la Policía Nacional) que estaban presentes no podían ocultar su
malestar por lo que estaban viendo, parecían escandalizados. En la enfermería
coincidí con Benítez de Lugo. Tenía una herida tremenda en la nalga. Me dijo
que había sido Billy”.
La edad de los detenidos no frenaba
a González Pacheco. Alfredo Rodríguez, de 56 años, tenía 17 cuando el policía
lo arrastró tirándole del cabello. Le habían detenido por manifestarse en una
jornada contra la carestía de la vida. “Quería ser el protagonista delante de
sus compañeros, gritaba, gesticulaba y exageraba. Te pegaban siete u ocho, pero
él siempre llevaba la voz cantante”.
En 1977, Billy el Niño fue
condecorado por Rodolfo Martín
Villa, entonces ministro del Interior, con la medalla de plata al
mérito policial y agasajado por cien policías en una comida de desagravio por la
“persecución” de la que era objeto por los medios de comunicación. Entró en la
brigada antiterrorista a las órdenes de Roberto Conesa y acabó su carrera en la
policía judicial. “Era uno de sus niños bonitos”, recuerda un comisario. En
1982 pasó a la situación de excedencia para trabajar como jefe de seguridad de
Renault. “Discute con todo el mundo. Se ha vuelto más visceral y exaltado”,
asegura uno de sus excompañeros.
Fuente: www.elpais.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario