Artículos de Opinión | Eduardo Garzón - Saque de Esquina
| 26-09-2013 | En un artículo anterior vimos que el capitalismo crece
y se expande movido por la ganancia y la competencia. Ahora veremos cómo
también es un sistema económico contradictorio, que por las mismas
razones que crece también crea las condiciones para generar crisis económicas.
Toda empresa capitalista se basa en la ganancia, esto es, en
obtener una cantidad suficiente de beneficios por encima del capital invertido.
Para ello es requisito indispensable vender los productos que previamente ha
producido en lo que se llama el “ciclo de producción”. Pero para poder vender
esos productos necesita que existan, a su vez, unos compradores. Y es aquí
donde empiezan los problemas.
Si no existe mercado, es decir, si no hay compradores
dispuestos a gastarse su dinero en adquirir los productos entonces la empresa
no puede deshacerse de lo que ha producido y por lo tanto no puede obtener los
beneficios necesarios para que su actividad sea rentable. Tendrá que quedarse
con los productos en su almacén y entrará en una crisis de rentabilidad.
Si la empresa no necesitara aumentar de tamaño y mejorar su
ciclo de producción, necesitaría más o menos la misma cantidad de clientes a lo
largo de toda su existencia, lo cual no debería generarle demasiados problemas.
Si pudo durante un período encontrar suficientes clientes para hacer negocio,
seguramente podrá volver a encontrarlos en otra ocasión. Y, siempre que no
necesite encontrar un número superior de clientes, no tendrá demasiadas
dificultades para seguir desarrollando su actividad a lo largo del tiempo.
El problema es que sabemos que en un sistema capitalista las
empresas deben incorporar innovaciones y mejorar su aparato productivo, porque
de no hacerlo corren el riesgo de ser aniquiladas por la competencia. Al lograr
mejoras y avances, las empresas serán capaces de crear más productos en menos
tiempo. Pero para poder materializar la ganancia tendrán que vender todos esos
nuevos productos que ahora generan de más, por lo que necesitarán nuevos
clientes o que los mismos clientes acudan más veces a comprar.
Pensemos en la relación entre ciclos de producción y ciclos
de consumo. La tecnología ha llevado a un acortamiento de los ciclos de
producción (por ejemplo, ahora es posible producir un coche en mucho menos
tiempo que antes) y eso ha supuesto un mayor crecimiento de la oferta
potencial: se pueden producir muchos más coches al año. Lo que significa que se
pueden vender más coches al año. Pero como hemos dicho antes para que todo esto
funcione en el marco del sistema capitalista es necesario también que el ciclo
de consumo se reduzca igualmente a la misma velocidad, es decir, que no basta
con que se produzcan más coches al año sino que también se tienen que vender de
forma efectiva (o deviene la crisis).
En condiciones normales las empresas no logran vender la
producción que han generado de más. El problema puede ser de índole económico o
psicológico. Será económico cuando las compras no se produzcan porque los que
quieren comprar no tengan dinero suficiente. En este caso es un problema
distributivo y puede solucionarse –en principio–: a) incrementando los salarios
de los trabajadores y/o b) concediéndoles préstamos. El boom de los años de
posguerra (1945- 1975) tiene mucho que ver con el aumento de los salarios de
los trabajadores, y las últimas tres décadas (1975-2007) tienen mucho que ver
con el aumento de los préstamos.
Pero puede ocurrir que aunque no haya compras sí haya compradores
potenciales, es decir, gente que podría comprar esos productos porque tienen
dinero suficiente pero que de momento no ha decidido hacerlo (porque no le
interesa o porque no sabe que puede comprar más). Éste es el factor de índole
psicológico que habíamos comentado. Es aquí donde entra en todo su esplendor la
magia de la publicidad y su función de “crear necesidades, crear mercados”,
consistente en mentalizar al consumidor de que el producto es antiguo y hay que
sustituirlo por uno nuevo (caso evidente de la ropa y de los teléfonos
móviles). Pero también nos encontramos con algunas estrategias empresariales
todavía más detestables. Una de ellas es la de limitar técnicamente la vida del
producto (caso de las impresoras o las bombillas, por ejemplo) y hacer de esa
forma que el producto pierda valor de uso y haya que sustituirlo igualmente. El
objetivo siempre es el mismo: volver a vender nuevos productos para evitar la
quiebra de la empresa (que necesita reinvertir beneficios ad nauseam).
Por eso no podemos analizar este problema de otra forma que
no sea asociándolo directamente con el funcionamiento interno del capitalismo.
No se trata de la maldad de unas cuantas empresas avariciosas que disfrutan
torturándonos con mensajes publicitarios u obligándonos a desechar nuestros
productos antes de tiempo. Lo que ocurre es que no habría un problema mayor
para el capitalismo que una producción generalizada de bienes con larga vida
útil y, por lo tanto, sin la inherente necesidad de ser reemplazados. Las empresas
estarían de ese modo sentenciándose a sí mismas.
No podemos olvidarnos de que el capitalismo es un sistema
absurdo desde el punto de vista social y ecológico, pero a la vez es, sin
embargo, profundamente lógico y consistente desde el punto de vista económico.
Además, debido a su necesaria e incesante búsqueda del crecimiento económico,
el capitalismo ha conseguido los mayores avances en la historia de la humanidad
en cuanto a adelantos tecnológicos y riqueza material. La necesidad de innovar
para destacar en el mercado, imponerse frente a otros competidores y obtener
beneficios ha empujado a las empresas a desarrollar nuevas tecnologías y a
crear nuevos productos y servicios que facilitan la vida del ser humano.
En este sentido, el capitalismo se ha mostrado ampliamente
capaz y eficaz, y esta característica puede ser considerada sin duda la
principal ventaja de este sistema económico. Ahora bien, la cuestión hoy día
debe girar en torno a la siguiente pregunta: ¿de verdad necesitamos seguir
aumentando como sociedad nuestra riqueza material a pesar de que ello genere
amplias bolsas de pobreza y elevados niveles de desigualdad así como graves
atentados contra el medio ambiente, o ya va siendo hora de detener este ritmo
vertiginoso de producción y dedicarnos a repartir de un modo razonablemente
equitativo la abundante riqueza que ya sabemos y podemos generar respetando
además los límites de la naturaleza
Fuente: www.tercerainformacion.es
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