Olivia Carballar / Sevilla / 29 sep
2013
Ni Juan ni Leopoldo pudieron acercarse el sábado a un hotel de Sevilla a contar su historia. Y no pudieron hacerlo porque ya están muertos. Juan Pérez Silva murió buscando a su madre. Leopoldo Iglesias Macarro falleció luchando por dignificar públicamente la lucha antifranquista. Ellos, como muchísimas otras personas que se han ido de este mundo sin encontrar la justicia que llevaban reclamando toda su vida, no pudieron decírselo a la ONU.Juan Pérez Silva: “Encontrar a mi madre. Ese es el paso más gordo y creo que no se va a dar”
“Me da pena que se haya producido tan tarde”, contaba Juan hace unos años desde su teléfono fijo, en su casa de San José del Valle (Cádiz), sobre el reconocimiento oficial de la muerte de su madre. Su madre era María Silva, Libertaria, superviviente de la matanza de Casas Viejas, asesinada por los golpistas en agosto de 1936. El Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Chiclana de la Frontera (Cádiz) declaró, 75 años después, su fallecimiento legal y ordenó la inscripción de su muerte en el Registro Civil. Tras la sublevación del 36, se dictaron órdenes específicas para no registrar a las víctimas con la clara intención de dejar el menor rastro posible y todavía hoy sigue costando sudores hacerlo.
Juan Pérez Silva vivió para ello, para encontrarla. Recorrió juzgados y fue de un lado a otro a pesar del cansancio, la desesperación, el cierre de puertas en las narices. Él sólo tenía 13 meses cuando mataron a su madre, embarazada en aquel momento. En su voz, ya anciana, se notaba el hartazgo mezclado con el miedo a morir sin conseguir la justicia, la verdad y la reparación. “El caso de Juan, que habría venido sin duda a contárselo a la ONU, es uno de tantos miles en los que la falta de política decidida en la recuperación de la memoria histórica ha concluido con su propia muerte sin haber podido cerrar los duelos de sus familiares asesinados“, explica el historiador José Luis Gutiérrez, autor del libro Casas Viejas. Del crimen a la esperanza. Juan perdió también a su padre, Miguel Pérez Cordón, asesinado en Cartagena, del que al menos supo dónde habían enterrado sus huesos.
Cuenta el periodista Antonio Ramos que sólo dos meses antes de fallecer, Juan plantó en el patio de la casa de Blas Infante un rosal, en recuerdo a aquel otro que floreció, traído aún con ascuas, por el Padre de la Patria Andaluza desde Casas Viejas. “Poco a poco empezó a perder la esperanza en encontrar los restos de su madre y en que el supuesto interés de las instituciones por la memoria histórica fuera algo más que una moda pasajera”, escribe Salustiano Gutiérrez.
El sábado, Juan no pudo poner a su madre como ejemplo de quienes sufrieron una doble muerte, la real y la de esfumarse de la historia. Ni pudo contar que le quedaba lo más difícil: encontrar su cuerpo, uno de los casos que iba a investigar Baltasar Garzón. “Ese es el paso más gordo y creo que no se va a dar”, aseguró poco antes de morir. No pudo decírselo a la ONU.
Leopoldo Iglesias Macarro: “La lucha continúa mientras no encontremos a los 150.000 desaparecidos en las cunetas. La búsqueda de sus asesinos también”
“La Ranilla tenía capacidad para 300 o 400 personas y yo te puedo asegurar que cuando entré en el año 1949 allí había más de 3.000 personas. Para que te hagas una idea, en las celdas, que en principio eran individuales, podían llegar a haber siete u ocho presos. Sin muebles, dormíamos en el suelo y sólo contábamos con un agujero en una esquina para hacer nuestras necesidades a la vista del resto”. ¿Y cómo logró sobrevivir? “Gracias a la comida que nos enviaban de fuera y a la Organización Socorro Popular Antifranquista, que evitó por todos los medios que ninguno de los presos políticos muriéramos de hambre”. Lo cuenta Leopoldo Iglesias Macarro en una entrevista en Casco Antiguo, en 2007, recogida en todoslosnombres.org. Comenzó a vivir -continúa- cuando murió Franco. Falleció hace sólo unos meses en Sevilla, rodeado de amigos, con los cantos de La Internacional. Él tampoco pudo decírselo a la ONU.
Leopoldo, que también fue Gabriel y Bruno -nombres para escapar del control franquista- fue un activo militante comunista, enlace de la guerrilla, que no descansó ni un día en su afán por devolverle a este país la dignidad. “Mi padre decía: ‘Cuando salí de prisión no me sentía libre porque las cárceles estaban llenas de compañeros; hasta que no salga el último, yo también me sentiré preso‘. Y después, siguió repitiendo: ‘La lucha continúa mientras no encontremos a los 150.000 desaparecidos en las cunetas…’. La búsqueda de sus asesinos también continuará…”, recuerda Pepe Iglesias, su hijo, que lleva consigo el trabajo de padre. “Gente como él, desde las asociaciones de expresos y represaliados antifranquistas, inició ese trabajo. Es un legado que nos corresponde continuar. Y parece que, al final, lo vamos a ir consiguiendo. Sólo puedo estar orgulloso de su dedicación y vivir la vida con las ausencias”, añade Pepe, que atiende a Andalucesdiario.es desde el mismo sitio donde ayer habría estado también Leopoldo: en Madrid, en el acto de homenaje a Gervasio Puerta, histórico presidente de la Asociación de expresos y represaliados políticos.
Pepe no sabe qué le habría dicho su padre a la ONU, pero sí está seguro de una cosa: “Estaría contento, mi padre habría disfrutado con esta noticia. Este es un país que está teniendo un comportamiento miserable con esa generación ejemplar de hombres y mujeres. Es lamentable que el genocidio se haya tenido que investigar desde Argentina, mientras que aquí el Estado ha puesto todo su esfuerzo en echar del sistema a los jueces y fiscales que se han preocupado por investigar los crímenes del franquismo”. Pepe es rotundo: “No van a extraditar a nadie, eso lo sabemos, pero algunos asesinos y torturadores van a salir a la calle señalados. Recordemos que hace ya unos años la ONU censuró al Gobierno español por no cumplir la Ley de la Memoria Histórica, sólo que hoy la situación es mucho peor. Este gobierno ultraderechista ha cerrado la oficina de víctimas del franquismo y ha condenado a la muerte por falta de medios a la Ley de Memoria Histórica. A muchos les robaron la niñez, la adolescencia, la juventud, la vida… Y quieren seguir manteniéndolos enterrados”, concluye. Ni su padre quería abrir heridas. Ni él tampoco: “Lo que queremos es cerrarlas”.
Fuente: http://www.andalucesdiario.es/
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