Aníbal
Malvar
25 septiembre 2013
El
juez Pablo Ruz, a quien tanto admiramos por su velocidad para pedir
discos duros, tiene un aliado desde ayer en la Fiscalía Anticorrupcción. Esta
excelsa institución democrática ha decidido que no es el momento oportuno para
que el locuaz Mariano Rajoy comparezca en el proceso del mudito señor
Bárcenas. Disculpen los masoquistas y los oligarcas que le dé tratamiento
de señor al señor Bárcenas y no a Rajoy, pero es que el ex tesorero encarcelado
me parece mucho más señorial que nuestro presidente de Gobierno.
Para disculparse,
elegantemente, de no llamar a declarar a Mariano Rajoy, alega Anticorrupción
que todavía no sabe si en la supuesta contabilidad B del PP se pudo
haber cometido algún pequeño delito, y que por eso no llama a declarar a Rajoy,
que aparece en esa contabilidad. Se conoce que aun no le han dicho, a la
Fiscalía Anticorrupción, que el contable de esa contabilidad B del PP
apareció una mañana en la cama de un hotel suizo con cincuenta millones de
euros menores de edad. Y negros. Los cotilleos del palacio de justicia van
despacio, y la Fiscalía Anticorrupción no se enteró, se conoce. Habrá que
llamar a la Fiscalía Anticorrupción para contárselo. No sé si usted tendrá por
ahí el teléfono. Pero es que a mí lo de los cincuenta millones suizos del
contable todopoderoso del PP sí me parece sutil indicio de delito, y no porque
haya leído a sir Arthur Conan Doyle. Esta exquisita capacidad de
deducción nos viene de genética a los que somos muy de pueblo.
Yo
comprendo, a veces, a la justicia, cuando se dice que la declaración de un
delincuente tiene poco valor. Ese es el campo semántico en el que está jugando
el PP. Y no con poco éxito. Incluso judicial, como se ha visto ayer. El PP nos
está hartando con eso de que Bárcenas es un delincuente común. Pues no. Luis
Bárcenas no es un delincuente común. Es el jefe de una organización, el tío que
más cobraba, el segundo de abordo de una hermandad de benefactores de sí mismos
llamados partido político, y no me refiero a ningún partido en particular, por
supuesto.
Venga, juez, fiscalía.
Poquito de rocanrol, que la honestidad se enfría.
Tiene usted, señor
juez, al capo del cotarro en el trullo diciéndole quién es el kíe, y la
declaración del kíe es poco oportuna, señor togado. Disculpad, lectores, que
utilice este ininteligible trampitán dicharachero, pero no quiero que se me
eche encima la ley Gallardón y me manden al trullo por difamar a
nadie. Mejor que no me entienda nadie, salvo el juez. Tener encima a la ley, y
más a la ley Gallardón, tiene que ser muy poco erótico. Prefiero tener
encima a algunas otras muñecas hinchables, como cierto sentido de la decencia y
de la profesionalidad, señor juez (lo de señor juez no lo digo por el juez Ruz,
conste. Lo digo a modo de cita del Pascual Duarte, ya que cada artículo
que escribe cada periodista cada día es la carta de despedida de un condenado a
muerte, y de eso va el Pascual Duarte).
Escribiendo
este artículo sobre la decisión de esta Fiscalía Anticorrupción, se me ocurre
que a lo mejor ese debate tan endogámico que tenemos los periodistas sobre la
libertad de prensa se debería haber planteado sobre la libertad de la justicia,
que es un pelín más esencial. Se me ocurre que la libertad del viento tiene que
ser defendida antes que la libertad del pájaro. Pobre pájaro, si al viento le
obligaran a hacer recortes de oxígeno para garantizar la estabilidad de los
bancos. O si el viento ayudara, por imposiciones de Berlín, a dar más fuerza a
las alas de las aves predadoras para que se comieran más facilmente a los
pájaros pequeños. Qué desastre ecológico. Qué desastre, señor juez, si la
naturaleza no actuase de igual manera con unos y con otros, como sí hace
nuestra justicia española. Yo tampoco veo oportuno llamar a declarar al jefe
directo del contable corrupto. Desde los tiempos de Al Capone no
está de moda.
Fuente: www.publico.es
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