Día 26.9.13
Enfrentarse a la tarea de contraponer al
sistema económico y de valores, reinante, otro simplemente racional y concebido
como herramienta para abordar los problemas humanos, es en primer lugar, tener
que enfrentarse a una opción que casi nadie quiere hacer: economía como fin,
como objetivo en sí mismo o economía como herramienta, como instrumento al
servicio de un fin predeterminado.
Lo que ocurre es que en la inmensa
mayoría de las ocasiones y cuando están a punto de entrar en materia, un pacto
tácito en unas ocasiones, expreso en otras, hace que se obvie la centralidad de
la cuestión. Cuando los poderes públicos son incapaces de fijar las más mínimas
metas en relación al empleo o a lo que denomina recuperación, están confesando
paladinamente que carecen de autoridad sobre tales materias porque los centros
de decisión o están en otra parte o escapan a las competencias inherentes a lo
que denominamos gobernar.
Es la mayor de las revoluciones habidas
desde 1789 o mejor, la mayor de las derrotas del Derecho, la Política y la
Ética. Occidente, tras revoluciones, avances y retrocesos, ha conseguido
promulgar y comprometerse con toda solemnidad con un código que denominamos
Derechos Humanos. No hay ni la menor duda acerca de la validez del texto
original y de aquellos otros que lo han desarrollado e incorporado a las
distintas constituciones.
Lo curioso es que una vez fijada la
meta: los derechos humanos, la política transcurre por otros cauces y por otros
intereses nada subordinados a los principios enunciados. Y es ahí donde está la
opción que se expresa de la siguiente manera: ¿Quién dirige la macroeconomía y
en nombre de qué fines?
Julio Anguita
Fuente: www.eleconomista.es
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