Suso de Toro
Publicado
en 2013/07/28
Foto:
Trabajos forzados durante la Dictadura de Franco, en definitiva. El uso de
personas no afines al Régimen, de presos políticos como mano de obra esclava
para reconstruir España tras la devastadora Guerra Civil. Tal como reseñan los
estudiosos de la Memoria Histórica.
La
falta de vergüenza de esta derecha española a algunos nos resulta obscena, pero
no a ellos evidentemente. Muchos sentimos vergüenza ajena pero ellos ninguna.
¿Cómo pueden tener la cara tan dura de meter de presidente nada menos que del
Tribunal Constitucional a un militante conspicuo del PP? ¿Un individuo que
publicó además sus opiniones xenófobas de los catalanes? ¿Y cómo puede tener él
la cara tan dura de callarse su militancia y aceptar ese cargo que debiera ser
garantía de juego limpio y arbitrio aceptado por las partes? Ese nombramiento
anula definitivamente la confianza que podamos tener en el sistema político
constitucional y refleja el daño que le han hecho a la justicia
conscientemente, pero sobre todo es la guinda de la corrupción del sistema
político y de la desvergüenza de la derecha española.
Me
pregunto de donde viene esa falta de vergüenza, cuál es su origen, y creo que
se trata de algo muy simple y evidente aunque todos estos años pasados hemos
preferido no verlo: ganaron la guerra, el estado es suyo y nosotros somos su
botín. Parece exagerado y difícil de creer pero con el franquismo y su
continuidad sucede lo que se le atribuye al diablo, su mejor truco es hacer
creer que no existe.
Las
guerras se hacen para algo, para liquidar al adversario y quedarse con lo que
tiene, el botín. Una parte del botín son las personas, unas trabajarán como
esclavas y otras, singularmente los niños, serán educados ya en el culto a la
nueva patria.
Mi
madre recordó un día fugazmente cuando en la escuela desapareció el maestro y
dejaron de cantar el himno gallego, un himno melancólico y socrático que se
interroga y se contesta a sí mismo, y aprendieron el “Cara al sol”, que les
enseñaba a las niñas que su lugar era bordarle en rojo la camisa azul al joven
fascista, aquel que soñaba con banderas victoriosas y una suerte de muerte
heroica.
Pero
en otra ocasión mi padre me refirió un recuerdo suyo que me resultó más
cercano, como siendo muchacho llegaron a su pueblo los falangistas y después de
su labor de castigo juntaron a los niños, los vistieron con correajes y
los pusieron a desfilar. Pocas cosas les gustaban más a los niños de antes,
cuando no había videojuegos y se jugaba a la muerte en la realidad. Aquella
remembranza me recordó mi propia infancia y las clases de gimnasia, también
desfilando pues los profesores de gimnasia solían ser militares o falangistas y
en el caso de los niños constituían una preparación para el servicio militar a
la patria. Aprendíamos a parar firmes y desfilar cantando “Cara al sol”,
“Gibraltar” y todo tipo de cancioncillas salerosa como “Isabel y Fernando /el
espíritu impera/moriremos besando/la sagrada bandera. /Nuestra España
gloriosa/nuevamente ha de ser/la nación poderosa/que jamás dejó de vencer.” La
letra no es muy veraz pero la intención era clara, educarnos como nacionalistas
fascistas españoles. El adoctrinamiento en la escuela, en el servicio militar y
posteriormente a través de los medios de comunicación fue fundamental para
crear generaciones de personas sumisas. ¿Sumisas a quién? A los vencedores.
Sumisos los hijos de unos y altaneros los hijos y nietos de los vencedores.
El
derecho de conquista y el botín son la clave de nuestras vidas. Los papeles
robados a los catalanes por los fascistas y custodiados en el archivo de
Salamanca no debían ser devueltos a sus dueños pues eran botín por “derecho de
conquista”, esto lo decía desde un balcón salmantino, probablemente del
ayuntamiento, un buen y conocido escritor hace pocos años. En la calentura de
la movilización nacionalista local aquel intelectual verbalizó lo que no debía,
lo que debe de permanecer velado para que pueda actuar, dijo la verdad oculta:
aquí hubo una guerra y tuvo consecuencias, y esas consecuencias no
desaparecieron mágicamente con la mágica Transición, lo que hizo ésta fue
velarlas y pedirnos a todos que confiásemos en que nuestros deseos se harían
realidad.
Si
queremos podemos creer que es por casualidad y que no tiene consecuencias el
que los dirigentes del PP hayan sido todos, desde su fundador, descendientes de
familias con cargos y prebendas durante el fascismo pero eso sólo demuestra una
buena voluntad mal entendida por nuestra parte.
Los
franquistas son una casta. Rajoy es lo contrario de lo que dice ser y cuando
dice que tardó en entrar en política se refiere a lo contrario: en vida de
Franco él era un joven franquista y como tantos siguió la indicación que el
general explicitó a los suyos, “haga como yo, no se meta en política”. Y
sólo entró en política cuando murió Franco y hubo que posicionarse en el nuevo
juego. Él lo hizo en un grupúsculo, Unión Nacional Española, dirigido por
Gonzalo Fernández de la Mora, un curioso intelectual reaccionario exministro
franquista y totalmente leal al Régimen, naturalmente era contrarios a la
Constitución que se pactó y, lógicamente, absolutamente contrario a la
recuperación del estatuto de autonomía de Galicia.
Rajoy
se incorporó posteriormente al partido de Manuel Fraga Iribarne, AP, y siendo
un señor adulto, habiendo ocupado cargos públicos y ocupando la presidencia de
la diputación provincial de Pontevedra publicó dos artículos en la prensa
viguesa explicando su ideario. Para ello glosó un libro de un periodista
fascista, Luis Moure Mariño. Moure Mariño participó en los primeros días del
golpe en el 36 y entró en la corte de intelectuales de la corte de los
generales nacionalistas en Burgos a las órdenes de Dionisio Ridruejo con
funciones de propaganda. En su libro argumentaba que las desigualdades sociales
respondían a una necesidad humana impuesta por la genética y que Rajoy defendía
y resumía en la constatación de que “los hijos de “buena estirpe” superaban a
los demás”. El clasismo argumentado desde el racismo.
¿Cambió
de ideología en algún momento? No consta en ningún lado y en cambio eso nos
permite comprender el sentido profundo de la “Ley Wert”, una ley clasista que
se basa en una concepción racista de la sociedad, o los recortes sanitarios,
además de quedarse con lo que era público y nuestro consiguen que los pobres
enfermos o viejos mueran antes y cuesten menos. En conjunto, la derecha
española nunca renunció a heredar la victoria por las armas en la guerra,
nunca. Si no se avergüenzan de heredar ese derecho de conquista sobre la
población civil cómo van a sentir vergüenza de nada. Por qué no van a
condecorar a la División Azul o amenazar con el Ejército a loso catalanes o a
quien sea.
El
Estado, este Estado, es suyo, de los de “la estirpe” y por eso ni se molestan
en disimularlo. Ellos no creen tener cara dura, simplemente disponen de lo que
creen que es suyo y por eso, tras décadas de dimes y diretes, es evidente que patrimonial
izaron el estado: el estado español es suyo porque ellos son España. Cómo no va
a ser suyo el Tribunal Constitucional para ponerle al frente a quien ellos
quieran. Y ahora nos vamos a los toros a fumar un puro.
Aznar,
con su tosquedad tan evidente, nos confundió y no supimos ver a Rajoy, que
siendo mucho más cortés y comedido en la expresión es muchísimo más
reaccionario. Aznar es una personalidad infantil y emocional pero Rajoy es
muchísimo más taimado y consciente de lo que hace. Aznar se emocionó como un
niño y se embriagó de vanidad cuando Bush, necesitado de apoyos europeos, le
confió un papel de embajador europeo de sus planes para atacar Irak, pero fue
Rajoy, que se había mostrado inicialmente escéptico, el que finalmente defendió
en el parlamento la existencia de armas de destrucción masiva y la pertinencia
de la invasión. Fue Aznar, quien en medio de aquel trasiego de embajadas entre
Washington y Europa se vio importunado por el naufragio del “Prestige” y la
gestión culpable que hizo su gobierno, pero fue Rajoy quien vino a Galicia,
donde había pasado parte de su adolescencia y su juventud, a negar la marea
negra y a repartir “galletas”, “lentejas” e “hilillos de plastilina”. No, Rajoy
no es ingenuo ni inocente.
Su
comportamiento ante su evidente implicación en el “caso Blesa” revela tanto ese
descaro y sinvergonzonería de la derecha española como su profunda cultura
antidemocrática: se comporta como si no tuviese que dar cuentas a nadie de sus
actos. Para nosotros eso es un escándalo, para él es lo normal entre “la gente
normal, como Dios manda”. La gente “de estirpe” no tiene por qué dar cuenta de
sus faltas o delitos a “los demás”. Los miembros de esa estirpe tienen un
sentido particular para la palabra “dignidad” que es exactamente el contrario
al que le damos “los demás”.
Aunque
eso sí, quien lo retrate como un creador de política o cosa semejante tiene que
echarle mucha imaginación, sus aportaciones y sus comentarios son los del
personaje de “Mr. Chance” (“Being there”, Hal Ashby). Pero un Mr. Chance que
escapa del parlamento y de la prensa.
De
todos modos Rajoy ya es pasado y su retirada de un modo u otro es cosa de
semanas o meses. Si algo indica esto es la insistencia de ministros y
dirigentes del partido en reivindicar “la honradez” y “honorabilidad” de su
presidente y en afirmar la “estabilidad” del gobierno. La suerte del partido y
del gobierno van unidas por Rajoy, presidente de ambos.
Veremos
como acaba todo, pero acaba. Ganaron la guerra, la posguerra y la democracia
salida de la Transición. Consiguieron la hegemonía de sus ideas fundamentales
entre la población (“la unidad de la patria”, “¡soy español, español,
español!”) y nos entretuvieron a todos hipnotizados por un juego de trileros:
lo privado funciona mejor que lo público, hay que concentrar las entidades
financieras en unas pocas, hay que privatizar porque si no dan las cuentas, hay
que hacerse seguros privados porque el futuro aguarda, Rajoy era menos malo que
Aznar, Wert o Gallardón eran “liberales y modernos”…
Hay
que dejar el juego. Llegados a un final de etapa histórica toca balance en el
juego en este casino: la banca gana y se queda con todo. Ellos, los
franquistas, eran los dueños del casino. Hay que dejar el juego.
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