Artículos de Opinión | Beatriz Torres | 25-07-2013 |
Primero
fue el proyecto de ley de la interrupción voluntaria del embarazo, que condena
a las mujeres a abortar bajo las condiciones éticas
de los gobernantes; después la eliminación de la seguridad social de los
anticonceptivos más efectivos con menor daño para la salud por contener menores
cantidades de hormonas, y por último (de momento), modificar las estadísticas
de víctimas de violencia de género excluyendo los partes de lesiones y sólo
contabilizando los ingresos hospitalarios de más de 24 horas.
Esta
última medida, que se está estudiando y que hay que combatir desde este mismo
momento, es especialmente llamativa. Por su frivolidad, por su hipocresía, y
sobre todo, por la legitimación de la violencia patriarcal.
Por
un lado, niega de forma implícita la violencia simbólica o psicológica, quizá
la más dañina para las mujeres, puesto que no requiere de golpes, pero es
necesaria para que éstos se den, y porque es un mecanismo fundamental de
opresión ya que aumenta la sumisión inhibiendo la capacidad de respuesta de
quien la sufre, en el caso del patriarcado, las mujeres.
Por
otro lado, la medida legitima la violencia física. Un puñetazo, un brazo roto,
una brecha en la cabeza, y un largo etc. es violencia, y ninguna de ellas
requiere ingreso hospitalario, y menos, de 24 horas. Las mismas 24 horas que
muchas enfermas, tras ser operadas no pasan en el hospital, gracias a la
privatización encubierta de nuestra sanidad pública que premia las altas
hospitalarias y la disminución de los ingresos para aumento de los beneficios
de la empresa "gestora".
La
invisibilización de estas víctimas, que por otro lado, son la mayoría, no sólo
no logrará "acabar con esta lacra social" como presupone la señora
ministra, sino que además las dejará sin recursos para poder afrontarla. Un
menor número de víctimas en las estadísticas es sinónimo de eliminación
progresiva de recursos mediante el cierre de instalaciones y la eliminación de
servicios: puntos de encuentro, concejalías, casas de acogida, etc. Lo que no
se usa, se elimina. Aunque la estadística esté falseada. Peor, pese a que lo
esté.
De
nuevo, el gobierno ataca. ¿El gobierno, o el sistema? La importancia de
aclarar, identificar y definir al enemigo es fundamental para luchar, resistir
y combatirlo; por lo que no puede quedar duda alguna sobre su caracterización.
Si
bien es cierto que el patriarcado es un sistema de opresión sui generis, no es
menos cierto que es fundamental para el capitalismo, debido a que no es una
consecuencia de éste, sino que le proporciona la base del bienestar del
individuo y la familia, función vital para la explotación de las trabajadoras
por el sistema económico.
Esa
transversalidad propia del patriarcado, así como su interesada reproducción por
el sistema capitalista, hace que no podamos obviar que nuestro enemigo no es el
capitalismo, sino el capitalismo patriarcal; de la misma forma que nuestro
feminismo no puede ser otro que de clase.
Un
feminismo de clase porque es la clase trabajadora quien sufre necesariamente el
patriarcado. La mujer del presidente de la CEOE no necesita que la seguridad
social cubra el aborto si el feto sufre discapacidad, porque gracias a la
explotación del pueblo puede costearse un aborto "a todo trapo" en
Londres. Tampoco le supondrá un problema a Ana Botella la eliminación de los
anticonceptivos de tercera generación en las prestaciones públicas, porque
puede pagarlos íntegros e incluso mejores tratamientos.
Un
capitalismo patriarcal porque son las mujeres a quienes más afecta la reforma
de las pensiones, por su incorporación más tardía al mercado laboral y su paso
intermitente debido a su capacidad reproductiva; porque la discriminación
salarial por sexo hace que las mujeres cobren al menos un 21% menos que los
hombres en iguales condiciones (1).
Por
esto, ninguna organización política, asociación, movimiento político-social
contra el sistema, etc. será revolucionario si no defiende y trabaja por un
feminismo de clase, aunque lo ponga en letras mayúsculas en su definición.
La
lucha contra el patriarcado, como contra la explotación requiere que cada día,
cada una de nosotras, llevemos el mensaje a todos y cada uno de los espacios
donde trabajamos de forma constante. Requiere que la importancia de una
manifestación contra la futura ley del aborto sea la misma que otra contra la
reforma de las pensiones. Pero no sólo. También es necesaria la denuncia de la
opresión cotidiana, como por ejemplo, con el cambio del lenguaje. Y no sólo por
hacerlo inclusivo. El lenguaje categoriza nuestra realidad y nuestra estructura
mental, y por ejemplo, con la utilización de términos como "esto es la
polla" para lo bueno o sorprendente y "esto es un coñazo" para
lo aburrido o pesado no hacemos sino perpetuar la desigualdad estructural
A
las buenas revolucionarias que nos importa el sufrimiento de los seres
oprimidos, debe importarnos aún más si cabe por ser hoy día una carencia, el
sufrimiento de los seres doblemente oprimidos, independientemente de su género.
Y es que, hasta que no se asuma esta cuestión, todos los pasos que demos hacia
la revolución serán siempre insuficientes.
Beatriz
Torres
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