Artículos de
Opinión | Miguel Huertas * | 24-05-2013 |
La mejora de
la medicina alargará la vida humana, pero la mejora de las condiciones sociales
permitirá lograr ese fin más rápidamente y con mayor éxito… La receta se puede
resumir así: democracia plena y sin restricciones”,
RUDOLF
VIRCHOW
Virchow, el
autor de esa cita, no fue ningún militante de la izquierda revolucionaria, sino
un científico, responsable entre otras cosas del concepto de proceso patológico
que se emplea hoy en día. En su práctica profesional defendió firmemente la
existencia de una estrecha relación entre el proceso salud-enfermedad y las
condiciones económicas y sociales, afirmando que “la política es medicina a
gran escala”.
No se puede
negar la brutal ofensiva del capitalismo sobre el derecho a la salud,
especialmente en estos tiempos. El proceso de degeneración y privatización de
la sanidad pública es parte de un proceso más amplio de deterioro de las
condiciones de salud y vida, como consecuencia del paro y miseria masivos, que
son resultado del monstruoso saqueo de la oligarquía (especialmente financiera)
sobre el pueblo trabajador. Es cierto que el gobierno del PP representa ahora
el papel de verdugo de todos nuestros derechos sociales, pero es imprescindible
tener en cuenta que el proceso de desintegración de la sanidad pública comienza
más atrás: de la mano del PP, pero también del PSOE y de las derechas
nacionalistas, con la aprobación de la Ley 15/97, la bisagra legal que permite
la oleada de privatizaciones que sacude nuestros derechos fundamentales. Por un
lado, se pasa a manos privadas todo lo que sea rentable y, por otro, se
deteriora lo más posible la sanidad pública, sobre todo tras la Reforma
Constitucional promovida por el PSOE y apoyada por el PP y las derechas nacionalistas,
por la cual se establece la “prioridad absoluta del pago de la deuda” por
encima de cualquier otra necesidad. Esto revela que la cuestión fundamental no
es el partido que gobierne, sino si el Estado sirve a la minoría que tiene el
poder económico o a la amplia mayoría popular y, sobre todo, si el sistema
socioeconómico está construido para beneficio de unos pocos o planificado para
cubrir todas las necesidades sociales.
El proyecto
para una nueva ley del aborto, que pretende volver a una fórmula de
“supuestos”, sólo es otra faceta del mismo proceso de destrucción de los
derechos sociales conquistados por las luchas de aquellos y aquellas que nos
precedieron. Con este proyecto de ley se pretende volver al pasado, un pasado
más oscuro en el que el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos se
“clinicaliza”, arrastrando su dignidad y la dignidad profesional de las
trabajadoras y trabajadores de la salud mental que son obligados a adoptar un
papel de “juez” que no les corresponde. Como bien refleja el último número de
la revista de la Asociación Madrileña de Salud Mental, esta dignidad
profesional queda aún más vulnerada, dado que este personal sanitario avalará
la posibilidad de una práctica que sólo podrá ser realizada en la sanidad
privada.
El proyecto
de ley de aborto y el intento por parte del Estado de recuperar el concepto de
“peligrosidad social”, aunque son temas de vibrante actualidad, no son nada
nuevo en el panorama de la lucha de clases. El intento por parte del poder
establecido de controlar reivindicaciones sociales y políticas haciéndolas
pasar por el aro de la salud mental es un viejo truco que ya pudimos ver en los
años de posguerra de la mano del psiquiatra fascista Vallejo Nágera. Este
personaje, buen ejemplo de que el campo de la salud -al igual que cualquier
otra disciplina- está atravesado por cuestiones políticas y al servicio del
Estado, teorizaba sobre la posibilidad de que las convicciones de izquierdas
estuviesen causadas por una malformación orgánica o disfunción constitucional,
además de considerar que las mujeres políticamente comprometidas o simplemente
insumisas sufrían un tipo de retraso mental.
Este mismo
tipo de control a través de la salud mental, aunque más sutil e incluso
invisible para la gran mayoría de pacientes y profesionales, podemos observarlo
en la práctica clínica diaria. Cualquier estadística de estos últimos tiempos o
de otra de las crisis cíclicas del capitalismo, muestra que a medida que
empeoran las condiciones de vida de la amplia mayoría trabajadora (cuatro
millones de parados sin ningún tipo de subsidio, desempleo juvenil por las
nubes, hipotecas imposibles de pagar que llevan al drama del desahucio),
aumenta el número de trastornos mentales registrados. Entre estos trastornos,
los casos de depresión y suicidio son los más llamativos: su origen es
claramente social, pero su “solución” es de tipo individual. Los elementos que
son la base del trastorno (los problemas sociales y económicos) son
considerados como inmutables y el tratamiento pasa, cada vez más, por la
administración de psicofármacos. ¿Qué ocurriría si la “solución” para este tipo
de problemas en lugar de centrarse en tratamientos individuales y
medicalizados, fuese una solución de tipo colectivo que pasase por la lucha
social?
Desde siempre
nos han estado bombardeando con su ideología, desde sus medios de comunicación,
sus institutos, sus universidades… Una ideología que nos intenta convencer de
lo absurdo: de que las cosas no se pueden cambiar, de que nuestras luchas (y
por tanto nosotros y nosotras) no tienen conexión entre sí, y de que todo
proceso sigue un desarrollo progresivo y lineal.
Todo es
FALSO.
Nada es
estático o inmutable. Todo lo
contrario: las cosas de nuestro alrededor son dinámicas y están en continuo
desarrollo, algo especialmente importante en el caso de los problemas sociales
y que lleva a la conclusión de que es posible forjar alternativas, construir
una voluntad colectiva que cambie el curso de los acontecimientos (aunque lo
intenten impedir por todos sus medios).
Todo está
interrelacionado. Las luchas
están actualmente aisladas o, en el mejor de los casos, débilmente conectadas.
Las Mareas (mareadas) Verde y Blanca no hacen mucho más aparte de gastar sus
recursos humanos sin mucha eficacia, y en el centro de este problema está el
hecho de que ambas luchas se siguen viendo como dos elementos separados, en
lugar de verse como partes que componen algo más grande. La lucha contra la
privatización de los servicios públicos y contra los recortes en derechos
sociales tampoco es diferente de la lucha contra los desahucios, un problema
terrible que está causando y causará cada vez más muertes, siendo el Estado
español (y el sistema capitalista al que sirve) culpable de asesinato social.
Todas las luchas sectoriales o locales (contra la LOMCE, contra la
privatización de la Sanidad y la ley 15/97, contra Eurovegas…) son facetas de
la misma gran batalla: la que el pueblo trabajador libra contra el sistema que
nos explota y el Estado que nos oprime. La creación de una asamblea en un centro
de estudios o centro sanitario, aunque sea modesta en cuanto a número, es más
positiva que un millar de asistentes adicionales a la próxima
convocatoria-procesión de las Mareas. Si somos capaces de conseguir que las
diferentes formas de auto-organización de trabajadores y trabajadoras,
estudiantes, o personas afectadas (pacientes, familiares), se coordinen de
forma efectiva para la lucha, habremos conseguido más de lo que ninguna Marea
logrará nunca.
Más allá de
las fronteras legales del Estado español, la lucha sigue siendo una misma, dado
que la crisis estructural del capitalismo (y por tanto la ofensiva que lanza
contra los y las trabajadoras) es de escala mundial: a finales de Abril, la
Policía entraba en las Facultades del campus de Somosaguas de la Universidad
Complutense para reprimir a estudiantes que ejercían su legítimo derecho a
huelga; paralelamente, en Buenos Aires, los antidisturbios cargaban para
disolver la protesta de profesionales, pacientes y familiares en el hospital
psiquiátrico Borda con el saldo de diecisiete heridos.
Incluso el
proyecto de la ley del aborto y la Reforma Laboral (y sus predecesoras)
obedecen al mismo objetivo: afianzar ante la crisis los pilares de opresión de
clase y opresión patriarcal que sustentan el sistema capitalista.
Todo
desarrollo nace del conflicto. La falsedad del “progreso” y del desarrollo lineal
de la Historia (según el cual cuanto más reciente, mejor) es evidente
cuando abrimos los ojos y vemos la que se nos viene encima: una norma que
legaliza de nuevo la total tutela estatal sobre los cuerpos de las mujeres y
que nos traslada treinta años atrás, el concepto de peligrosidad social de la
dictadura franquista, condiciones laborales cada vez más parecidas a las que
había a principios del siglo XX… El progreso no existe, todo es un tira y
afloja: la lucha de clases. Las luchas del pasado conquistaron nuestros
derechos, y la lucha (o ausencia de lucha) del presente decidirá nuestro
destino.
El
capitalismo es una patología socioeconómica que chorrea hacia abajo y nos
destruye, por lo tanto, la cura estará en una vuelta en orden: en cambiar de
sistema.
Todas las
luchas son la misma lucha.
Y la lucha
es el único camino.
* Militante
de Red Roja
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