Artículos de
Opinión | Enrique Javier Díez Gutiérrez * | 29-05-2013 |
El Ministro
de Educación, Jose Ignacio Wert, ha conseguido, contra viento y marea y con la
oposición de toda la comunidad educativa, llevar a trámite parlamentario su
reforma educativa, que él ha denominado eufemísticamente “ley orgánica de
mejora de la calidad educativa” (LOMCE). Y digo eufemísticamente, porque es un
proyecto de ley que, en clara contradicción con el título que proclama, es una
reforma profundamente clasista y segregadora.
Bajo el
paraguas de la existencia de diferentes “talentos” en el alumnado, lo que se
pretende realmente, mediante vías paralelas e itinerarios, es romper el actual
tronco común en la escolaridad básica y común, desviando y segregando al
alumnado con mayores dificultades hacía vías devaluadas e itinerarios
segregadores según el “grado de talento” que alguien determine en un momento
dado que un niño o una niña posee.
El término
“talento”, infrecuente en la literatura pedagógica contemporánea, es un vocablo
recuperado de la terminología bíblica para utilizarlo en esta Ley. Se orienta
en un sentido innato y selectivo, que es contrario al principio y la
orientación básica de la pedagogía y la psicología actual: toda persona tiene
capacidad y deseo de aprender a lo largo de toda la vida, lo que falla es la
capacidad para saber motivar y entusiasmar a las personas en el proceso de
aprendizaje.
Sin embargo,
en contra de toda evidencia científica, Mr. Wert, en el preámbulo de su
proyecto de ley, afirma que “todos los estudiantes poseen talento, pero la
naturaleza de este talento difiere entre ellos, por lo que el sistema educativo
debe contar con los mecanismos necesarios para desarrollar una estructura
educativa que contemple diferentes trayectorias. La lógica de la reforma se
basa en la evolución hacia un sistema capaz de canalizar a los estudiantes
hacia las trayectorias más adecuadas a sus capacidades”.
Lo primero
que habría que preguntarse es quién va a determinar el supuesto grado de
talento que tiene un niño o niña y en función de qué criterios y parámetros.
Con qué pruebas. En qué momento de su evolución y desarrollo. De hecho, la
mayoría de expertos y expertas plantean que, en caso de poder diseñar ese tipo
de pruebas que “midan” el talento, este modelo supondría una vuelta al
denostado constructo de “coeficiente intelectual”, que ya la ciencia ha
demostrado reiteradamente su inadecuación para captar la naturaleza
cualitativa, multidimensional, en permanente desarrollo y no mensurable de la
inteligencia humana. Además de que hace tiempo ya se han cuestionado las
pruebas que se aplicaban para medirlo, pues suponen una visión cargada de
prejuicios y distorsionada, que tiende a reflejar la cultura y las prioridades
de la persona que las diseñó.
Es un
profundo error científico seguir creyendo en el siglo XXI que se nace con
talento o no, o unos con un talento muy reducido y otros con un talento
extraordinario, o que unas personas tienen talento para llegar al nivel de
educación obligatoria y otras personas tienen talento para seguir estudiando
hasta el nivel universitario, o que algunas tienen talento sólo para trabajar
en lo manual y otras tienen talento para dedicarse a labores intelectuales.
Incluso, aunque así fuera, está sobradamente demostrado que es un prejuicio
ideológico, marcado por una concepción clasista y segregadora, concebir que la
educación no puede potenciar, modificar o desarrollar las capacidades o
“talentos” de las personas. Considerar que la educación se debe reducir a
“descubrir” el supuesto talento de cada persona y dedicarse a “clasificarlas” y
colocar a cada quien en el carril correspondiente al talento que le ha tocado,
es un claro prejuicio acientífico marcado por una ideología profundamente
clasista. Porque detrás de esta búsqueda, etiquetamiento y clasificación de los
supuestos “talentos diversos” lo que hay es una clara intención de colocar a
unos en el carril de los estudios de excelencia y otros en el carril de la
formación para el trabajo.
Este
prejuicio sin fundamento es el que ha asentado, hasta épocas recientes, que a
las personas con diversidad psíquica o funcional no se las educaba, porque se
consideraba que era un esfuerzo inútil y un despilfarro de recursos, pues no
tenían “talentos aprovechables”. No podemos volver a prejuicios ya superados
sobre el modelo de los supuestos “talentos”, que considera la inteligencia como
algo innato e inamovible y que afirma, en contra de la investigación y la
experiencia en este campo profesional, que lo adecuado es clasificar a las
personas para dar a cada una una vía diferente según el juicio que alguien
determina en edades tempranas de los niños y niñas. Esto fue lo que llevó a
determinar a temprana edad que Albert Einstein no tenía talento y era un fracaso
escolar.
Ya hace más
de dos décadas, Howard Gardner cambió la psicología con su teoría de las
inteligencias múltiples, afirmando que todos las personas tienen la capacidad
de aprendizaje y de desarrollo potencial de su inteligencia, y que ésta no es
algo unitario e inamovible, sino que es vista como un conjunto de inteligencias
múltiples, distintas e independientes, para resolver problemas y/o elaborar
productos que sean valiosos en una o más culturas. Las personas aprenden,
representan y utilizan el saber de muchos y diferentes modos. Lo mejor que
tiene la propuesta de las inteligencias múltiples es que demuestra que todos y
todas podemos y debemos desarrollar todas nuestras inteligencias puesto que
todos poseemos, en mayor o menor medida, todas las inteligencias. Lo que la
escuela debe contribuir, por tanto, es a desarrollar la capacidad de
entusiasmar a todos los jóvenes por el aprendizaje, proponiéndoles actividades
y experiencias motivadoras y unos contenidos apasionantes que les adentren en
la aventura emocionante de comprender la realidad y descubrir el saber. Esto
sólo es posible a través de un proceso de aprendizaje motivador que facilite
realmente que todos los jóvenes puedan desarrollar todas sus inteligencias
múltiples y diversas hasta el máximo de sus potencialidades.
El talento
de Mr. Wert lo que pretende, en definitiva, es excluir a una determinada parte
de la población que ha sido incluida en el sistema educativo en los últimos
treinta años. Para esto sí que tiene talento Mr. Wert. Para vendernos la
segregación por “talentos”, utilizando algo fundamental en el campo educativo
como es la atención a la diversidad. Por eso debemos decirle muy claramente al
Ministro de Educación que atención a la diversidad, sí; segregación por
“talentos”, no.
* Profesor
de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de León
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