Por José Manuel Barreal San Martín.
Desde diversas tribunas, a la
izquierda del sistema, es común el reconocimiento de que la situación
política, económica y social que estamos viviendo en estos últimos años
implica la descentralización y pérdida de protagonismo de la clase
trabajadora en beneficio del estamento empresarial, financiero y
eclesiástico, y que se conoce como “La rebelión de los privilegiados”.
Sin duda, es así. Las actuaciones que la oligarquía española, en
connivencia con la europea, y la bendición y colaboración del gobierno
actual, está llevando a cabo en todos los ámbitos de nuestra vida ( que
Foucault llama biopolítica) tienen como meta un nuevo “contrato social”
que imponga sin debate y acríticamente, su hegemonía de clase.
Este trayecto hacia su absoluto
dominio está abonado, en mi opinión, por el sometimiento a que el
capitalismo mantiene, laminándolos, los derechos sociales y laborales
colectivos, así como individuales, con el trauma causado por despidos y
deslocalizaciones y la falta de perspectiva futura. Todo, servido en la
mesa del amedrentamiento colectivo y la sumisión social lograda durante
los últimos años mediante el llamado, y ahora olvidado, pero siempre
actualizado “pensamiento único”.
Esta “rebelión de los
privilegiados” persigue un diseño social en el que su dominio sea
inapelable. Combinan varios aspectos estratégicamente establecidos, el
primero es crear las condiciones sociales que hagan posible esa
hegemonía de una clase sobre la otra. La pobreza y el paro son dos
aspectos, entre otros, utilizados para la sumisión y la resignación.
Sin embargo, para afirmar ese
poder se necesita una herramienta clave: la educación. Con creces
cumple esa función la ya aprobada ley de Educación del ministro Wert
bendecida por la Conferencia Episcopal y la FAES de Aznar, que es donde
se gestó tal desaguisado. Qué mejor que ese paso previo (desde la
infancia) para moldear las mentalidades y las personas. Una escuela
pública, laica, inclusiva y democrática por la escuela del
adoctrinamiento. El camino está marcado.
No, no es pesimismo, no es
irreal, es tan real como que autonomías hay de laboratorios de
experimentación en el nivel educativo. Están vaciando de recursos a
la enseñanza pública y llevándolos a la enseñanza controlada por la
iglesia católica, todo con la pérdida de competencias entre un
profesorado ninguneado y subvalorado. Un adoctrinamiento en el que el
neocatolicismo transversaliza toda la educación: matrimonio
heterosexual, control del útero femenino mediante la futura ley del
aborto, vuelta de la mujer a la cocina; desaparición de cualquier conato
de educación crítica o emocional; enseñanza de las finanzas y del
manido y engañoso emprendimiento; la disciplina entendida
unidireccionalmente, es decir, del alumnado hacia el profesor o
profesora y más…
El campo de juego está trazado y
marcado. En un área, con su sistema educativo como ariete, y en fuera de
juego continuo, están los privilegiados de siempre, amén de otros que
le hacen la ola. En la otra área, con la razón y la esperanza como
“balón de oro”, el pueblo que intentará, aunque lesionado, ganar un
partido que de momento pierde/perdemos por goleada. Veremos.
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