Artículos de Opinión | José Haro Hernández | 21-05-2013 |
Soy
consciente de que la expresión que da título a este artículo suscita, de
entrada, rechazo. La razón es obvia: nadie cargado de sentido común mantiene
una actitud que en principio parece hostil a grandes acuerdos entre fuerzas
distintas y distantes a fin de implementar reformas que eviten que este país, y
con él su gente, se despeñen por un precipicio insondable. Esta exaltación del
pacto como solución ante situaciones críticas goza de un predicamento añadido
en este país, donde existe un amplio catálogo hagiográfico relativo a las
bondades casi milagrosas, cual paradigma trasladable a todo el orbe, de aquello
que dio en llamarse consenso constitucional y que tuvo en los Pactos de la
Moncloa su estelar punto de partida. Pactos, por cierto, que una amplia campaña
mediática y política se empeña estos días en reeditar, incluso con el monarca
ejerciendo de mediador, a modo de reivindicación nostálgica de tiempos ya
lejanos y con cierto toque épico en los que la corona ejercía como tegumento de
un amplio tejido político que alumbró la actual democracia plutocrática. Pero
al igual que ésta presenta síntomas evidentes de agotamiento, también exhiben
fecha de caducidad inmediata sus soportes, fundamentalmente la propia
monarquía, PP y PSOE, así como el el entramado jurídico-institucional que estas
entidades, junto a otros socios colaterales (nacionalistas catalanes, etc),
configuraron a su imagen y semejanza. Ciertamente, tejieron entonces una tupida
red de intereses, servidumbres y dependencias, que los inhabilita como
alternativa a la gravísima situación por la que pasamos, por una razón
evidente: son parte del problema, y por consiguiente nunca pueden serlo de la
solución. Para empezar, el propio partido del gobierno. Hace unos días, Rajoy
dejó muy claro que cualquier acuerdo pasa inexorablemente por continuar con las
políticas hasta ahora desplegadas, y por si cupiera alguna duda, atribuye la
dificultad de articular cualquier consenso a la negativa de las fuerzas
políticas de oposición a asumir la impopularidad de las ’reformas’. Más claro,
agua: con el PP sólo es posible acordar para recortar. Vayamos ahora al partido
de Rubalcaba. Igualmente insiste en la urgencia de un ’pacto de Estado’ para
acometer medidas que sirvan para paliar el drama del paro. Las propuestas hasta
ahora conocidas del PSOE(iniciador de los recortes), bien son de imposible
aplicabilidad por cuanto obvian unos límites, los que impone la troika, que
impiden su materialización efectiva (cuando proponen usar el dinero del rescate
bancario para otros fines); bien esquivan abordar la cuestión de la
insuficiencia de demanda como factor determinante de las crisis de las
empresas(al sugerir que para evitar despidos económicos el Estado financie la
mitad de unos sueldos rebajados). De la monarquía más vale no hablar, pues su
estruendoso descrédito la invalida para mediar en un presunto proceso de
regeneración política. Los muy estrechos márgenes que ofrecen los partidos e
instituciones del régimen de 1978 se ponen de manifiesto en la Junta de
Andalucía. Ésta, tras un año de presencia de la izquierda en su seno, exhibe
más paro, más pobreza y más recortes. Incluso aquellas medidas positivas que la
izquierda ha logrado imponer (decreto sobre desahucios y otras) se diluyen
dentro de la degradación socio-económica regional y de las restricciones
presupuestarias y normativas impuestas por Berlín y Madrid. No hay futuro para
políticas progresistas, y no digamos para la revisión profunda que precisa esta
democracia, dentro de este sistema y con las fuerzas que lo sostienen.
Pactos
plausibles son los que pueden y deben darse entre los movimientos ciudadanos
cuyas reivindicaciones, sumadas, apuntan a la consecución de una democracia
real. Conjunción de esfuerzos que ha de extenderse también a la izquierda
política en la medida que ésta asuma aquellas demandas, de modo que finalmente
se consiga que lo que se escribe en el BOE (y en el BORM) armonice con lo que pide
la calle. Los acuerdos entre (y con) las distintas castas del Régimen serán,
desde la perspectiva de lo que realmente pretenden, espurios; y desde la de sus
resultados, una quimera.
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