El historiador Ángel Viñas publica
‘Salamanca, 1936’, las memorias del primer secretario de Relaciones Exteriores
que desmitifican la figura del dictador, a quien describe como un hombre que
“producía una impresión de falta de energía”
ALEJANDRO TORRÚS Madrid 08/12/2014 08:43 Actualizado:
08/12/2014 08:43
Franco, y su hermano Nicolás, en el despacho del dictador
de Salamanca en 1938EFE
La historia de Francisco Serrat Bonastre es única. En tan
sólo cuatro años Serrat pasó de la condición de número uno en el escalafón de
la jerarquía diplomática franquista y ocupar el cargo equivalente al de
ministro de Asuntos Exteriores a ser expulsado, repudiado y perseguido
por la dictadura. La historia de Serrat es, por tanto, la de un franquista que
dejó de creer en Franco. Probablemente no estará él sólo en esta lista. Pero sí
es el único que tocó el techo en la jerarquía franquista para caer a las catatumbas
en tan sólo cuatro años. Afortunadamente para él el Tribunal de
Responsabilidades Políticas no encontró resquicio por donde hincarle el diente,
pero hasta el mismo dictador intervino para tratar de separarlo de su pensión
por jubilación.
Pero que nadie se lleve a engaño. Serrat no descubrió la
crueldad de la dictadura fascista ni las bondades de la democracia y por ello
se arrepintió de haber traicionado a la II República. El primer secretario de
Relaciones Exteriores tras el golpe de Estado de julio de 1936 creía que la Guerra
Civil era necesaria y repudiaba la República. Serrat creía firmemente que
España corría el riesgo de convertirse en un régimen bolchevique. Por eso,
traicionó a la República y abandonó su puesto de ministro en Polonia,
equivalente a embajador en la actualidad, y viajó a España para ponerse a las
órdenes de los fascistas.
Sin embargo, poco tardó Serrat en darse cuenta de que la
película que estaba viviendo no era la que él había soñado. No tardó en
sentirse tremendamente inseguro ante la arbitrariedad en el ejercicio del poder
y de la represión de Franco hasta terminar abandonando el país cansado de la
incompetencia del nuevo régimen. Durante este período de tiempo, que
transcurre entre octubre de 1936 y abril de 1937, el autor de las memorias hizo
todo lo que estuvo en su mano para ser despedido. Tampoco tenía valor para
dimitir. La arbitrariedad de la represión era un buen motivo para no bajarse
del barco.
"Los juzgados militares trabajaban como si no
tuvieran otra finalidad que encausar a la humanidad entera"
La represión desatada por Franco es descrita de la siguiente
manera por Serrat: “Como ocurre siempre en las situaciones de fuerza, se habían
dictado disposiciones draconianas para perseguir a los traidores y enemigos del
régimen. Se había creado una forma de delito llamado de ‘auxilio a la
rebelión', que no creo que figure en ningún código… Este concepto genérico
se aplicaba a troche y moche para detener y empapelar a todo individuo
que inspirase sospechas o simplemente que objeto de una delación insidiosa. Los
juzgados militares, organizados en gran parte con elementos de aluvión,
trabajaban como si no tuvieran otra finalidad que encausar a la humanidad
entera. Se susurraba de muchas atrocidades que no estoy en el caso de
comprobar pero, por lo poco que he visto de cerca, he de confirmar que por lo
menos se obraba con una ligereza y una ineptitud desconsoladora”, asegura el
que fuera ministro.
Un hombre de derechas desencantado con Franco
El prácticamente desconocido perfil del que fuera el primer
responsable de Asuntos Exteriores de Franco tras el golpe de Estado ha salido a
la luz gracias al trabajo del prestigioso historiador Ángel Viñas, que ha
editado los manuscritos, y las ha publicado de la mano de la editorial
Crítica. Y como el mismo editor escribe en el texto introductorio, el
principal valor de estas memorias es que no fueron escritas para ser publicadas
y, por tanto, no persiguen engañar a la historia ni construir una imagen
cercana a la heroicidad del propio autor sino que, por el contrario, permiten
al lector alumbrar el oscuro período comprendido entre octubre de 1936 y abril
de 1937.
"Las memorias que
ahora salen a la luz nos desengañan e ilustran ejemplos de caos,
improvisación, desidia, combates corporativos y de competencias y falta de
interés en las alturas”, escribe Ángel Viñas, que describe a Serrat como un
hombre de derechas “desencantado” que ni se “fio” de la Falange ni se dejó
“embaucar” por militares y tradicionalistas y que pronto fue consciente
del clima de “inseguridad” que derivaba de la represión insensata del régimen.
Francisco Serrat no tardó en advertir la incapacidad de
Franco, al menos en ámbitos que no tenían que ver con la conducción de la
guerra. Al contrario que gran parte de los textos escritos en la época y en la
posterior historiografía franquista, Serrat Bonastre no pretender ensalzar la
figura del dictador. Por ello, su testimonio cobra aún más valor. Nadie podrá
tachar que sus críticas se deben a su ideología izquierdista o comunista.
"Franco producía la impresión de falta de
energía"
Franco, un hombre dado a la charleta
De las memorias de Serrat se desprende que trató de obtener
orientación del dictador en el campo de la política exterior pero que todos sus
intentos fueron en vano. Franco era un hombre que se perdía en divagaciones,
se preocupaba por minucias, lo que le parecía urgente un día no lo era al día
siguiente, no compartía información, se distraía y era muy dado a la charleta.
Franco no estaba volcado en la tarea de gobernar.
Las memorias recogen, por ejemplo, las impresiones de Serrat
Bonastre tras su primer encuentro con el dictador: “Apenas planteaba yo una
cuestión concreta sobre política exterior, se me iba por las ramas, volviendo
al relato de las acciones militares, o se perdía en comentarios sobre los
manejos de ‘los rusos’ o las atrocidades de ‘los rojos’, sin contarme nada
nuevo”.
Sin embargo, tal y como constata Viñas, no se puede afirmar
que Serrat tratara mal a Franco en sus memorias. Tampoco que lo tratara bien.
“Quizá no se atreviera en el momento en que escribió sus memorias
íntimas. Se limitó a consignar impresiones. Impresiones que están, sin embargo,
a mil leguas de la figura sobrehumana que la propaganda dibujó”, escribe Viñas.
De esta manera, las memorias de Serrat recogen la siguiente
afirmación de Franco que permite al lector hacerse una idea de cómo era el
todopoderoso dictador que gobernó España con mano de hierro durante 40 años:
“Me pareció un hombre ecuánime, en medio de tanta pasión, ponderado y sereno.
Sin embargo diría que esta misma serenidad, unida a la vaguedad de pensamiento
que ya he señalado, producía una impresión de falta de energía. La
languidez de la conversación, las interrupciones del teléfono, de los ayudantes
y de otros oficiales, no daban el sentimiento de un hombre preocupado por un
trabajo agobiante”.
Fuente: www.publico.es
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