Implacablemente
cruel con sus enemigos, pero lacrimógenamente autocompasivo
Lunes, 15 de diciembre de 2014
Paul Preston, un historiador
hispanista británico, ideológicamente adscrito al laborismo, describe en
estos párrafos que reproducimos una dimensión no muy conocida del
dictador español Francisco Franco: pese al cruel sadismo que mostró
invariablemente con sus enemigos, era un redomado llorón.
"Aunque implacablemente
cruel con sus enemigos - reflexiona Preston - y fríamente
PAUL PRESTON |
distante con sus subordinados, era de lágrima fácil. Las
limitaciones emocionales de su infancia se reflejaban en la madurez en un
profundo sentido de privación y la consiguiente autocompasión: lloró el día de
su primera comunión; lloraba al hablar de Alfonso XIII; lloraba
cuando hablaba de la ayuda recibida de Portugal, Italia y Alemania durante
la guerra. En las pruebas de su encuentro con Hitler se veía que
sus ojos empapados le brillaban de emoción. Se le llenaron los ojos de lágrimas
al recordar la vergüenza de Pétain cuando tuvo que pedir el
armisticio, olvidando cómo él mismo había intentado explotar la debilidad
francesa para ocupar parte del imperio francés en el norte de África.
Franco estaba embargado de emoción durante la visita de Eisenhower y lloró en el banquete que se dio en el palacio de Oriente visiblemente conmovido por estar en términos de familiaridad con el presidente de EE UU. Se emocionó el día que recibió un doctorado honorífico de la Pontificia de Salamanca. Tal emoción contrastaba con la frialdad con que contemplaba masivas sentencias de muerte. Y la llorosa gratitud por la ayuda portuguesa durante la guerra no le impidió acariciar la idea de una anexión de Portugal para una España más grande.
El tono de resentimiento y de lástima de sí mismo fue una de las fuerzas motivadoras que le condujeron a la grandeza. Numerosas anécdotas de su vida evocan al chiquillo oprimido que debió de ser: un día en Alcañiz durante la guerra, al ver a sus oficiales tomando un aperitivo, salió de su cuartel y dijo en voz quejica a uno de sus generales: "¿Es que yo no puedo tomar una copa?". Sólido comilón, se quejó un día ante su guiso de carne favorito, "como soy el jefe del Estado, me ponen el ragú con mucha carne, y resulta que a mí también me gustan mucho las patatas".
Franco estaba embargado de emoción durante la visita de Eisenhower y lloró en el banquete que se dio en el palacio de Oriente visiblemente conmovido por estar en términos de familiaridad con el presidente de EE UU. Se emocionó el día que recibió un doctorado honorífico de la Pontificia de Salamanca. Tal emoción contrastaba con la frialdad con que contemplaba masivas sentencias de muerte. Y la llorosa gratitud por la ayuda portuguesa durante la guerra no le impidió acariciar la idea de una anexión de Portugal para una España más grande.
El tono de resentimiento y de lástima de sí mismo fue una de las fuerzas motivadoras que le condujeron a la grandeza. Numerosas anécdotas de su vida evocan al chiquillo oprimido que debió de ser: un día en Alcañiz durante la guerra, al ver a sus oficiales tomando un aperitivo, salió de su cuartel y dijo en voz quejica a uno de sus generales: "¿Es que yo no puedo tomar una copa?". Sólido comilón, se quejó un día ante su guiso de carne favorito, "como soy el jefe del Estado, me ponen el ragú con mucha carne, y resulta que a mí también me gustan mucho las patatas".
Se sentía a gusto
sintiéndose privado. La autocompasión se veía en muchos de sus
discursos, pero quizás el ejemplo más llamativo fue el 7 de marzo de 1946 en el
Museo del Ejército. Hablando de la hostilidad internacional,
aseguró: "Nosotros somos a los que menos puede sorprender, pues jamás se
nos habló de otra cosa que de sacrificios e incomodidades, de austeridad y
largas vigilias, de servicios y de centinelas. Pero en este servicio, a
vosotros os corresponde alguna vez el descanso, y a mí no; yo soy el
centinela que nunca es relevado, el que recibe los telegramas ingratos y
dicta las soluciones; el que vigila mientras los demás duermen".
Fuente: http://canarias-semanal.org/
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