El preventorio infantil antituberculosis de Guadarrama
funcionó entre 1946 y 1975. Alicia y Ángela denuncian malos tratos sistemáticos
por parte de las cuidadoras. Once exinternas del centro se han personado en la
querella contra
ALEJANDRO
TORRÚS
Publicado: 12.05.2013 07:00 | Actualizado:
12.05.2013 07:00
Ángela
Fernández (61 años) tiene claro lo que intentaron hacer con ella durante los
dos meses que estuvo interna en el preventorio antituberculoso de Guadarrama
durante el invierno de 1960. Inyectarle el miedo y la jerarquía tan dentro de
ella que nunca jamás sintiera el deseo de rebelarse contra nada ni nadie.
Someterla. Anular su voz. El
capellán del preventorio, Don Mauro, se lo espetó un día bien claro: “Todos los
que tenéis familiares en la cárcel o muertos dudosos sois basura”. Ella tenía
un tío republicano en el penal de Burgos y esa misma frase ya la había
escuchado en aquel lugar de los labios de una monja. Era sólo una niña de ocho años pero ya
se había dado cuenta de que para la gente que debía de cuidarla en aquel centro
no dejaba de ser una roja derrotada.
Entre
1945 y 1975 el régimen franquista abrió decenas de preventorios en todo el
Estado. Eran colonias infantiles que cumplían la función oficial de prevenir
enfermedades. La sección
femenina de Falange era la encargada de recorrer los colegios de España
para recolectar a las niñas. Otras veces eran los propios doctores los que
recomendaban a los padres enviar a sus hijas a estos centros. En el caso de
Alicia García, de 64 años, fue el patrón de su madre, que ejercía de asistenta
del hogar, quien recomendó a su empleada que llevara a su niña de 8 años a este
lugar para que creciera sana y fuerte.
La
versión oficial narra que los preventorios eran una especie de colonias de
vacaciones donde los niñas y niñas, por separado, acudían durante tres meses
para recibir vacunas, comer bien y hacer ejercicio al aire libre. La versión
que Ángela y Alicia narran a Público dista mucho de la oficial. Junto a
ellas, más de 200 exalumnas han denunciado abusos y malos tratos recibidos,
especialmente, en el preventorio de Guadarrama (Madrid). Once de ellas, además, han decidido personarse como
querellantes en la causa abierta contra el franquismo en Argentina. Las
cuidadoras niegan tales hechos y recuerdan que hay niñas que hablan maravillas
del lugar. El Ayuntamiento de Guadarrama aprobó una moción en octubre de 2012,
a petición del Partido Popular, en la que defendía “la presunción de inocencia
de las cuidadoras”.
“Lo
que recibimos en aquel preventorio no pueden ser calificados de malos tratos,
que lo eran, sino de tortura física y psicológica. La consigna iba más allá de
la disciplina militar. La sensación era que éramos entes odiados. Yo, al menos,
me sentí odiada desde el primer día. Mi cuidadora no paró de pegarme desde el
primer día hasta el último. Mi estancia de dos meses me ha dejado secuelas para
toda la vida”, relata a Público Ángela, que asegura que cuando salió del
preventorio tenía la “vesícula como un balón” y tuvo que seguir un tratamiento
dietético durante un año.
El
preventorio de Guadarrama albergaba a la vez alrededor de 500 niñas. Su día a
día se repetía, a pesar del paso de los años, como si tratara del día de la
marmota. Las pequeñas eran despertadas a media noche y puestas en fila. Tenían
apenas unos segundos para hacer sus necesidades. Si no les daba tiempo o no
podían tendrían que esperar hasta el siguiente turno. Unas horas después, con
los primeros rayos de sol, eran llevadas al patio donde debían cantar el Cara
el Sol e izar la bandera española. Hiciera el tiempo que hiciera.
“Juro
por lo que haga falta que nos han hecho comer gusanos", relata Alicia Al
despertar recibirían un trozo de papel higiénico que debían guardar toda la
jornada como si de oro se tratase. No tendrían otro. El agua, estaba racionada:
dos vasos al día. La hora de la comida, “una pesadilla”. “Juro por lo que haga
falta que nos han hecho comer gusanos. Recuerdo cómo se movían en mi plato de
lentejas o en cualquier otra comida. Pero no teníamos otro remedio que comer.
Si no lo hacíamos nos pegaban o si vomitábamos teníamos que comernos nuestro
propio vómito”, apunta Alicia.
Tras
la comida, llegaba la hora de la siesta. Tres horas. Durante este tiempo estaba
prohibido moverse e incluso hablar, quien incumpliera las normas ya sabía el
castigo: golpes, quemaduras con cera de las velas o encierros. De lo único que
tenían en abundancia, narran estas dos mujeres, es vacunas. Recibían
inyecciones casi todos los días. Nadie les dijo de qué. Ni a ellos ni a sus
padres. Sus historiales médicos han desaparecido. “Tenemos la convicción de que
hemos sido conejillos de indias”, dice Alicia.
Una
vez a la semana llegaba el turno de la ducha. Una fila interminable de chicas.
Un chorro de agua fría y una toalla para todas ellas. En medio de todo aquello,
también había tiempo para juegos en el patio. Sin embargo, ninguna de las dos
recuerda a qué jugaban. En su memoria sólo se ha quedado grabado las
conversaciones con el resto de niñas en las que hablaban de cuándo saldrían de
allí y de las cartas enviadas a los padres. Éstas, sin embargo, eran
censuradas. Los padres sólo podían visitar a las niñas el último domingo de
cada mes bajo vigilancia de las cuidadoras. No podían salir del recinto. Una
alambrada las separaba del mundo exterior.
“El
segundo mes que estaba allí, mis padres vinieron a visitarnos a mi hermana y a
mí. Nos vieron muy delgadas, aterrorizadas, sin poder ni hablar e incapaces de
soltarnos de ellos. Nos sacaron de allí de inmediato”, recuerda Alicia. De la
misma manera salió Ángela. En el camino de vuelta a casa su madre le preguntó
si le había gustado la tableta de chocolate que le había mandado junto a unas
cuantas pesetas. Esos regalos nunca llegaron a las manos de la niña.
Tanto
Alicia como Ángela han decidido personarse en la querella en Argentina contra
los crímenes de la dictadura de Franco. Su objetivo es doble. Por una parte,
que los responsables ideológicos de aquel infierno que vivieron en la dictadura
y que ha marcado su vida para siempre paguen por ello, si siguen vivos. Por
otra, conocer qué le inyectaban tan frecuentemente y recuperar sus historiales
médicos y toda la documentación del preventorio que la Administración Pública
hasta ahora dice no poseer.
“No
sabemos qué hicieron con nosotras ni qué nos inyectaban. Lo único que puedo
decir es que notaba que estaba atontada. Tampoco sabemos por qué hubo niñas que
enfermaron allí y que les prohibían incluso ver a los familiares. Queremos que
se sepa la verdad. Que se condene a los culpables y que de una vez alguien nos
pida perdón. Ya está bien de faltar el respeto a las víctimas”, sentencia
Alicia.
Fuente: www.publico.es
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